Kabalcanty
La Galería 31 (Parte 1ª)
El martillo neumático quedó clavado en el suelo arenoso. Traqueteaba, expulsando aire comprimido por entre la junta de la goma que lo unía al compresor, pero no era tan estruendoso como trabajando con el cincel profundizando en la tierra. Un ruido multiplicado a tenor de la angostura de la galería.
— Mira el perico, -dijo el hombre más viejo- nos estamos desviando de la dirección. Tenemos que escavar más hacia la izquierda.
Un clavo hincado en la tierra pétrea del techo, pintado de blanco, quedaba muy a la izquierda del eje de la mina. Los tres hombres sudorosos, vestidos sólo con pantalones de faena, soslayaron a la mujer y al hombre que tenían a sus espaldas.
— Os lo dije antes: más a la izquierda.
La mujer rubia había dicho tajante asintiendo al hombre que estaba junto a ella. Tenían la pechera de la camisa empapada y el rostro brillante de sudor a la luz débil de la bombilla al final de la alargadera.
— Pero podéis entibar este trozo y corregir la dirección luego -dijo el hombre de al lado de la mujer- Mientras la topógrafa y yo calcularemos las coordenadas para el siguiente perico.
Los otros tres hombres, los encargados de abrir la galería, musitaron algo entre dientes y se pusieron a arrimar madera para entibar.
Abrieron el plano sobre el suelo en el lugar menos húmedo. La mujer estiró el papel y sacó del bolsillo de su pantalón una calculadora. Tendría unos treinta y tantos años, al igual que el hombre, unas facciones fatigosas y los cabellos atados en una cola de caballo.
— Se terminarán hartando, Lola -dijo el hombre con la voz lo suficientemente baja para que los otros no escucharan- Está galería a cada hora tiene menos sentido ¿no crees?
La topógrafa no quiso mirarle, pareció concentrarse en sus cálculos tecleando sobre la calculadora.
Los otros tres hombres comenzaron a clavetear madera para asegurar el tramo ya excavado.
— ¿Qué fue lo último que te dijo el ingeniero? -preguntó el hombre a Lola.
Ella ahora lo encaró desafiante, mordiéndose parte del labio inferior.
— Y qué leches importa ahora eso. No hay ingeniero, ni retroceso, ni principio….. Nuestra esperanza queda en avanzar correctamente. No quieres entender, Pepe.
El hombre se encogió de hombros con brusquedad dando un resoplido.
Asegurado el tramo, los otros tres hombres volvieron a turnarse en tandas de quince minutos trabajando la tierra con el martillo neumático. Los músculos de los brazos se les marcaban rutilando en la semipenumbra. A falta de cigarrillos, mascaban chicles, escupían copiosamente y canturreaban con voz tenue.
Los otros dos, pertrechados con tapones para los oídos, escudriñaban hieráticos el trabajo. A diferencia de los que trabajaban la tierra, estos parecían irritados masticando su desazón.
Detrás de todos, la galería 31 se perdía en la oscuridad. Había un tramo hormigonado, acabadas sus paredes, pero luego sólo el apuntalamiento de madera sujetaba la tierra horadada sin más hasta llegar a dónde se encontraban ellos. Se escuchaban leves goteos de agua filtrada, ahora anulados por la repercusión del martillo neumático, que perdían fuelle cuando la negrura dejaba constancia de lo dilatado construido bajo tierra.
Pepe tomó ligeramente del brazo a Lola para llevarla a un apartadillo metros atrás. Ella rehusó la primera vez, sin embargo, con gesto contrariado, se dejó llevar.
— Deberíamos tomar la dirección más corta para salir de aquí -dijo Pepe mientras se quitaba los tapones- Tarde o temprano tendremos que hacerlo, y no es que quiera meter mal rollo entre nosotros, ¿entiendes?
Ella sacudió la cabeza con lasitud.
— ¿Salir adónde? -contestó mientras se apretaba el nudo que sujetaba su cabello- Sé que esto no tiene sentido, que avanzar es tanta estupidez como detenerse, pero ¿tendría lógica pararnos y mirarnos a las caras de brazos cruzados? Creo que nuestro destino es avanzar según lo previsto en el plano.
— Lola, llevamos ya más de diez horas aquí abajo. Dentro de poco no tendremos comida y agua y, lo que es peor, no tendremos razones para decirles a los poceros que sigan abriendo galería. No soy yo el que está contra ti, es la puta circunstancia.
Lola apretó los labios y escudriñó el trío de hombres trabajando. Sorbió una gota de sudor que le escurría por la comisura de los labios.
— Esta circunstancia es la vida que nos tocó vivir. Nuestra misión es seguir o morir, yo apuesto por seguir aunque sea en balde.
No dejó turno para la réplica: se volvió a poner los tapones y se acercó de nuevo al plano.
Pepe observó la densa oscuridad que se alargaba en la galería. Abrió la boca cómo para gritar intempestivo, desaforado para llenar la solitaria negrura a sus espaldas, pero juntó las manos hasta estrujarlas y abatió los hombros.
— Señorita Lola, -dijo el más veterano de los trabajadores acercándose a ella- cree usted que cambiaran las cosas más adelante.
La topógrafa frunció el ceño sin entender la pregunta. Se aflojó los tapones y trató de comprender.
— Digo que si todo este galimatías tiene un por qué. Uno, que ya tiene sus años, piensa que no, pero me gustaría saber lo que dice alguien joven.