Manuel Pérez Lourido
Misericordia
El otro día navegaba tan ricamente por internet cuando noté las dentelladas de un par de noticias que no debían estar ahí, en la web de un par de diarios de cierto prestigio. Una de ellas hablaba de Bigote y de su llegada a Madrid y de que estaba todo mustio y había cambiado de aspecto. Se incluía una foto del sujeto que era para sujetarse al asiento. ¿Cómo es posible?, ¿qué nos ha pasado, o que no nos ha pasado aún, para que tengamos que ser asaltados por memeces de semejante calibre durante una simple lectura de noticias de verdad? Ya no hablemos de las cosas de la isla de las tetaciones, que se asoman casi a los titulares. ¿Es que somos así de retrasados?
Vamos a ver: en un programa de esos que hay a la hora en que los echan, porque esos programas no los emiten, sino que los echan, los vomitan, los eyeccionan; no creo yo que aparezca jamás una sección de alguien hablando de un asunto de verdadero interés. Es más, estoy absolutamente convencido de que si uno de los tertulianos emitiese alguna vez sonidos inteligibles sobre algo que diera que pensar, sería fulminantemente cesado en sus disfunciones. Las pocas veces que me he detenido un rato a ver qué ocurría en tales programas, no he podido ver a ninguna persona que no presentase alguna disfuncionalidad. O eso, o estaban actuando.
La pregunta es ¿por qué triunfa este tipo de televisión? Nos gusta el circo, nos gusta el espectáculo, nos gusta el cotilleo, nos gusta tener enfrente a gente que a todas luces parece mucho menos inteligente que nosotros, nos gusta eructar y tirarnos pedos... pero ¿puede ser todo eso la explicación? ¿Es este tipo de miserias televisivas un ejercicio de ostentación de nuestros impulsos más bajos, una especie de catarsis de nuestros instintos, una suerte de llamada de la jungla que nos devuelve al taparrabos y al "unga, unga" con la consiguiente sensación de liberación?
¿Y si nos da un ataque de apoplejía, o de lo que sea, pero un ataque serio, mientras vemos y oímos la fantástica exhibición de estos exhibicionistas? ¿Y si nos tienen que arrancar el mando de la mano, convertida en garra por mor del acceso, y en la pantalla siguen los monos saltando de liana en liana, o sea, liándola? ¿qué se contará de nosotros en las crónicas de sucesos, el rellano de la escalera, la tertulia del bar, el díxome díxome de los paseos? ¿No nos dará vergüenza? Y aún más allá: ¿habrá alguien que recuerde qué es eso de la vergüenza, llegados a cierto punto?
No sé si se está notando que no tengo nada contra los programas basura: lo tengo todo. No se me ocurre una razón, sino dos: la abducción extraterrestre o la desespera intención de atrofiar la propia mente, para exponerse a semejante degustación de comida en mal estado. Sé que estoy mezclando varios sentidos pero es que uno ya no encuentra palabras ni metáforas. De pronto se me viene a la cabeza aquello que hizo el avispado de Pierro Manzoni cuando se dedicó a envasar su propia mierda y venderla en botes de 30 gramos. Claro que él lo hacía para satirizar el mercado del arte y el culto al artista y los programas de los que hablamos... ¡Dios mío, qué horror! No tenemos remedio.