Manuel Pérez Lourido
Peregrinos
Aunque mis detractores dirán que la afirmación que voy a exponer ahora es tan solo un estúpido juego de palabras, alguien alguna vez tenía que dejar sentado que no hay nada más peregrino sobre la tierra que un peregrino a Santiago. Un ser humano que, además de creer que en la catedral de Santiago de Compostela se hallan los restos del apóstol del mismo nombre ("Santiago", no "Compostela"), también es capaz de creer que el abnegado discípulo del Señor llegó a tierras gallegas a bordo de una barca de piedra. Si no estuviesen por entonces ya inventadas las embarcaciones de madera, la cosa aún tendría un pase, no viene a cuento semejante exhibición gratuita de poderío sobrenatural.
Esos mismos detractores, o al menos la facción más beligerante y envenedada de los mismos, pondrán también el grito en el cielo ante el tono frívolo y burlesco del presente texto y me acusarán de atacar una tradición milenaria que en los últimos tiempos proporciona pingües beneficios al sector turístico gallego (me gusta imaginar que "pingües" procede, de forma mágica, de "pingüino" y aunque ya sé que tal cosa es imposible, nunca he averiguado su etimología para no malograr su encanto). Pero es cierto: con este artículo la industria generada alrededor del peregrinaje a Santiago corre un serio peligro ya que cientos de miles de peregrinas y peregrinos pueden llegar a la conclusión de que sus gestas carecen de sentido, cuando no sus propias vidas, y optar por quedarse en casa o por meter la cabeza en el horno tras abrir el gas. Soy consciente del avasallador potencial de mis palabras porque eso es lo que más me mola en la vida: avasallar. Aún así, no me resisto a continuar con un par de consideraciones más. Una tiene que ver con el extendido pensamiento de que durante las caminatas por el camino, además de con la redundancia, uno se topa consigo mismo. Hombre, estabas aquí. Sí, claro, dónde querías que estuviese, y todo eso. Pues bien, pruebe usted a caminar por el borde de la carretera de aquí a Burgos, pongamos, y verá como termina encontrándose a sí mismo igualmente. O piérdase en el monte un número suficiente de días y comprobará que da consigo mismo igualmente. La combinación de soledad y reflexión es poderosísima a tal efecto, y más en tiempos donde ambas han sido secuestradas por la tecnología.
Sobre la peregrina idea de peregrinar se podría escribir largo y tendido, y no digamos sobre la actividad industrial que dicha actividad genera. Servidor no desea ser anatemizado a lo Salman Rushdie por los devotos de las peregrinaciones de modo que mejor poner fin ipso-facto a estas consideraciones. Además, el asunto de la peregrinación es un engranaje que resulta bastante sencillo mantener engrasado: solo se trata de dedicar esfuerzos a mantenerlo de moda.