Kabalcanty
Galería 31 (Parte 4ª y última)
Les costó abrirse paso hasta llegar a los poceros. La muchedumbre se apelotonaba en la barra reclamando su bebida mientras soslayaban nerviosos la reanudación del partido en el televisor.
— Pero ¡qué ven mis ojos! -exclamó Hilario despegándose de la barra del bar- Al final la parte técnica decidió salir de la jodida galería. ¿Qué fue del plano, señorita?
Hilario sonreía cínicamente yendo a saludar a los llegados.
Lola le mostró seria el plano arrugado que tenía en el bolsillo.
— Este papelito -dijo esgrimiendo con energía el plano- es mi garantía para defender mi trabajo bien realizado.
Hilario agitó la cabeza varias veces señalando con las manos el barullo de alrededor. Arrimó su cabeza a sus otros dos compañeros para decirles algo y volvió con Lola y Pepe para invitarlos a salir afuera.
— Aquí no hay Dios que se entienda, señores -dijo mostrándoles la salida.
En la galería básica, a la luz incesante del neón, reinaba un acogedor silencio en comparación con el bar, pero todavía se alejaron unos metros más.
— Me alegro de verdad que dejaran de trabajar en balde -dijo Hilario, mostrándose sobrio e intercambiando miradas con los otros dos- Cuando hay algo que no va bien lo mejor es corregir antes de nada, y si no hay maniobra para rectificar, a tomar por culo.
— Hilario, no salimos de allí, simplemente la cala cedió y nos abrimos paso para llegar hasta esta galería que hemos visto que es disparatadamente la 56.
Pepe había tomado del brazo al pocero y se lo agitaba como para dar empaque a sus palabras.
— Es inexplicable, absurdo -dijo Lola, alargando el chafado plano.
Hilario rio brevemente mostrando los huecos de sus muelas. Achinó sus ojillos acuosos y lanzó un resoplido vulgar.
— Vamos, señores, no digan ustedes gilipolleces. Les consideraba más serios, carajo.
Pepe, sin soltarle del brazo, le llevó hasta el rótulo más cercano. Le encaró con el letrero escudriñándole impaciente.
El pocero se volvió para observarles detenidamente, con intención de hacerles sentirles ridículos. Luego hizo un ademán despreciativo y se puso a hurgar en el rótulo con el dedo índice. Utilizaba la uña crecida de su dedo derecho, a guisa de garfio asqueroso, rascando un esquinazo del cartel. Despegó una parte y tiró sin contemplaciones del adhesivo. "Galería 94" se leía con nitidez.
La topógrafa y Pepe se miraron confundidos.
— Pero que….. –intentó decir Lola, pero Hilario la detuvo con un aspaviento cómico y le sugirió paciencia.
— Hay más, señores técnicos. –afirmó con su risita sardónica.
Siguió dándole al rótulo en la nueva esquina para descubrir una nueva inscripción: Galería 27.
Hilario sacudió su mano para dejar caer el adhesivo en el suelo y patearlo hasta hacerlo fosfatina.
— Desde el primer día que trabajé con ustedes me parecieron unos pardillos, unos tontos del culo que andan buscando certezas planificadas. ¡Puaf, vaya par de dos!
El pocero, ahora ya sin mirarles, erguido, tieso, satisfecho de sí, tomó el camino de vuelta al bar. Sus pasos se alejaban dejando un sonido amortiguado y su silueta alargaba su sombra hasta doblarla en el techo de la galería básica.
— Joder, Pepe, ¿es posible que estemos en la 27? Es de donde bajamos esta mañana, el sitio al que creímos que no retornaríamos nunca.
Pepe se apoyó contra la pared de la galería.
— Pero fue el mismo ingeniero quien nos aseguró que no había vuelta atrás, que encontrábamos la conexión con la 32 o nunca encontraríamos el camino de regreso sencillamente porque eso era inviable. Se cerraba el pasado con la apuesta firme de un presente muy futurible. Yo dudé siempre, sí, pero esto me supera ¡Es la hostia, tía!
Lola se juntó a él y le dijo como si se tratase de una confesión: "Sabes que yo siempre aposté por la claridad de los croquis, por la sensatez, por ir hacia adelante con la certeza de que ese era el camino correcto. Ahora soy un mar de dudas, Pepe, y me siento más bien imbécil."
Minutos después se cogieron de la mano y tomaron la galería básica en sentido contrario al anterior. Caminaban despacio, con el semblante bañado en un gesto sinsustancia, como niños que jugaron a ser adultos y se tropezaron con un problema demasiado enrevesado. No dijeron palabra en el trayecto, si acaso alguna palabra suelta que se escapaba de la obcecación ilógica que se encerraba en sus cabezas.
Al cabo del tiempo llegaron a los barracones que habitaban. Los reconocieron desde lejos y no tardaron en ver a numerosos conocidos que les saludaban en la distancia agitando sus manos. Todo era normal, habitual en un día como tantos.
Dirigiéndose a sus respectivos hogares, pasaron por la galería adyacente donde se encontraba la oficina técnica de ingeniería. Apenas repararon en ella, siguieron caminando, pero una voz potente les hizo detenerse al nombrarlos.
— Llevo todo el día detrás vuestra -dijo el ingeniero jefe de ejecución saliendo raudo de la oficina al tiempo que secaba con un pañuelo su despejada frente- Tengo ya los planos definitivos, sellados y firmados, para la unión de la galería 32 con la 33, además de un avance para salvar los rápidos y el colector principal. Habrá que hacer varios resaltos en la galería, pero bueno, eso ya lo veréis vosotros sobre la marcha. Os veo cansados ¿Un día duro, chicos?
Lola y Pepe cogieron los nuevos planos, perfectamente doblados dentro de una carpeta plástica.
El jefe de ejecución les sonrió satisfecho y luego se giró para volver a la oficina despidiéndose con un eléctrico movimiento de cejas.
La topógrafa y el hombre dejaron unos instantes a la incertidumbre. Después dejaron caer la carpeta al suelo de la galería e hicieron lo mismo que Hilario con el rótulo adhesivo despegado.