Evaristo P. Estévez Vila
El final del cuento chino
Allá a finales de los años 70 del siglo pasado, cuando ya habíamos dejado atrás las montañas nevadas y las banderas al viento, gozábamos de una educación, pobre en medios, pero rica en contenidos y con maestros, mal pagados, pero de convicción. En esta educación nos enseñaban que en el mundo había tres tipos de países: los desarrollados, aquellos en vías de desarrollo y los subdesarrollados. La clasificación la realizaba la ONU y situaba a España entre los países en vías de desarrollo. Hay que entender, a quien no se haga una composición de tiempo y lugar, que la sanidad universal, la educación obligatoria y gratuita, la cultura al alcance de todos, el derecho a la justicia, el sufragio universal, el derecho a prestaciones sociales, etc… son "cosillas" que se han ido consiguiendo con el paso de los años, siempre hacia adelante.
Kofi Annan, ex secretario de las Naciones Unidas definía a un país desarrollado como aquel que provee a sus habitantes de una vida libre y saludable en un ambiente seguro. Ni la República Popular China, ni la antigua URSS ahora RUSIA, han merecido nunca tal clasificación, ni ningún país de América latina salvo Chile que se venía acercando en los últimos años.
No obstante el mundo del Siglo XXI y su cacareada globalización nos han estado vendiendo que la República Popular China es una potencia mundial por cuanto es capaz de producir más que nadie, más rápido que nadie, con el menor coste, y con una capacidad ilimitada de consumo interno, y como consecuencia de ello, las grandes multinacionales nacidas en los países desarrollados trasladaron sus instalaciones a tal país con el fin de obtener mayores beneficios.
Pero mira tú por donde algo tan intangible como un virus, tan volátil, ha cambiado la clasificación de un plumazo y ha dividido al mundo entre aquellos que cuentan con recursos para asumir y contener lo que se muestra como una pandemia, y otros, en cambio, observan como sus ciudadanos mueren como ratas en las calles sin capacidad alguna para dar respuesta sanitaria a la población. Y aquí volvemos a la clasificación inicial.
Aquellos países considerados desarrollados cuentan con recursos para dar respuesta a una contingencia como esta, tanto desde el punto de vista sanitario como logístico e incluso mediático, y otros, como China evidencian que debajo de una economía galopante subyace el más absoluto subdesarrollo entendiendo por tal el concepto occidental de subdesarrollo: higiene, sanidad, seguridad, libertad de información, educación, etc… todo aquello que en este país hemos conseguido, aunque algunos lo nieguen, en cuarenta años de nada, entendiendo por tal, el concepto antes expresado de Kofi Annan.
Efectivamente podemos estar al final del cuento chino, ya veremos si políticamente, económicamente o de qué manera, pero la República Popular China si quiere mantener su posición deberá construir desde la base un sistema que provea a sus ciudadanos de una vida libre y saludable en un ambiente seguro, porque de lo contrario no solo está poniendo en riesgo su economía y la del resto del mundo, sino la salud, y los demás países deben impedirlo. De nada sirven, para seguir con el cuento chino, las megalómanas exhibiciones de construcción sobre la nada de hospitales en tiempo record, ahora solo pueden y deben construir por duro que parezca crematorios, y cuando esto pase, un sistema de salud destinando al mismo igual porcentaje de recursos que los países considerados desarrollados y que en el entorno de la Unión Europea se cifra en el 10% aproximadamente del PIB no del gasto público que ahí está la trampa. Para que se hagan una idea, la República Popular China dedica por habitante unos 200 €/año en Sanidad, mientras que en España la cifra se eleva a 2.371 € por habitante y año, y creo, sinceramente, que esto rompe la baraja.