Carlos Regojo Solla
Apuntes para un tiempo nuevo
En el fondo, oculta en el rincón de las grandes posibilidades, nos la esperábamos, al igual que aguardamos una visita en tercera fase, un nuevo eructo del Vesubio, Yosemite reventado, un nuevo bólido desprendido del cielo... ¡ tantas cosas! Pensamientos que juegan sus
bazas en el filo de la navaja, inmersos en el mundo de la ficción, a caballo entre protagonizar una realidad o quedarse esperando mejores
tiempos, que nos mantienen expectantes, aunque no deseemos que ocurran todas.
Tal vez la huella genética de otros acontecimientos brutales pasados tenga una fuerza equivalente, una influencia acorde que permita la acomodación al problema puntual y nuevo. Nos adaptamos a lo que es digno de preocuparnos como especie. Los aconteceres diarios son de menor entidad porque, aunque sean generales, gotean individualmente o en pequeños grupos, y no se notan. Pongamos, por ejemplo a un hombre como representante de la sociedad del catorce que repite historia en el treinta y nueve y sobrevive a la hambruna de los cuarenta.
Ese hombre que ya nos ha dejado nos lega en su genética la impotencia, el asombro, el miedo ante el adjetivo universal adherido al apocalíptico sustantivo, pero también nos deja la reacción, la fuerza de su lucha.
Por otra parte, si lo meditas un poco, uno se asombra de no ser ya un creacionista convencido y no se explica cómo aún ocupan espacio en
las estanterías de las bibliotecas cualquier libro o publicación de temática evolucionista. No comprendes como estos tomos no han ardido en la hoguera junto al “Mein Kampf” del loco cabo austrohúngaro toda vez que llevamos tiempo suficiente sobre el mundo como para pensar que vamos listos y cumplidos de evolución.
Una vez roto el vínculo emocional con Mendel y Darwin ( ¡es broma, hombre!), sustituidas sus pretensiones por las del Génesis, el Parcetamol y el esfuerzo titánico de seres cómo esos que todos conocemos, incluido tú mismo, tal vez convenga preguntarse cuánto camino nos queda? ¿ Tanto hay que corregir aún? Si la evolución potencia la supervivencia del más fuerte, seleccionando fortalezas y eliminando debilidades deberíamos a estas alturas ser ya inmunes a la imperfección, esa que trata la alquimia moderna en virtud de la capacidad de alterar el transcurso natural de las cosas, tabla salvadora de los esperanzados por indefensos, que somos todos.
FASES
Aquellos que sí pueden hacerlo, por su experiencia, comentan que ante un problema de difícil o imposible resolución, el afectado por dicho
problema recorre tres fases: incredulidad,lucha y aceptación. Creo importante no perder la segunda.
AUTOHEMOTERAPIA
Doy fe personal de este apunte. La autoinmunidad la lleva uno consigo. Recuerdo el momento, la extracción y luego el chute, doloroso a veces hasta la inconsciencia. Unas pocas sesiones y fin del problema. Ojo, se trata de un recuerdo personal. Aplicable a casos específicos, como todo, en los que tal vez también pudiésemos incluir el encierro.
RESONANCIA
La claustrofobia puede paliarse con un engaño razonado. Una máquina de resonancia magnética es como el estómago de la ballena de Jonás, un sitio ideal para el agobio.
Recuerdo mi primera experiencia. Entras de cabeza, inmovilizado. Cuando la máquina te traga tienes décimas de segundo para decidir si
gritas o cooperas. Decides como un relámpago y yo opte por regresar a las agujas de Galayos desde Arenas de San Pedro. Tienes que
prestar más atención al esfuerzo de la caminata.
PÁJAROS
Hitchcock aborda el tema con genialidad. Desde mi ventana ( llevo una temporada asomándome con frecuencia diaria, no sé por qué), ante un silencio extraño, oigo el graznido de las gaviotas. Alborotan con más libertad y absoluto descaro. Da la sensación que ríen. Dominan la calle. Curiosamente no hay gorriones. Ellas, las gaviotas, ocupan nuestro espacio. ¡¡Hummm!!.
SALUDOS
La trinchera abierta para el ferrocarril separaba la penitenciaria del camino por el cual se accedía a la estación. Desde el centro carcelario los internos saludaban a sus familiares situados al otro lado, dando voces y asomando en lo posible un brazo con un pañuelo blanco y un poco de su cara por entre los barrotes de las pequeñas ventanas lo cual era correspondido desde cien metros por sus visitantes.
Ya en libertad, la trinchera no tenía sentido.
Pensemos. ¿ Tenemos ya nombre al cambio de Era?