Carlos Regojo Solla
Nuba
Uno se secuestra a si mismo cuando retiene sus sentimientos, cuando, en aras de una privacidad cobarde, oculta aquello que ama, aquello que le duele, todo lo que sentimos. Vivimos, entonces, entre la hipocresía y el fingimiento por todos admitido, creyendo que colamos la integridad y el espíritu de un discurso banal e insincero, llegando a poner firma y rúbrica, e incluso posdata, a la falsedad diaria.
Es por ello que, para compensar y equilibrarnos, nos dejamos perder a solas en la mirada limpia y callada de una mascota que huele tu desasosiego y sostiene con fijeza en una interrogante que te obliga a claudicar hasta que reconvierte en calma la inquietud, en amor tu vacío, la desgracia, en fortuna, tu complicación en sencillez, y en paz tu tristeza.
Una mascota es un regalo que aparece en tu vida y la transforma para siempre. Su presencia la valoras en sus expresiones estentóreas, en su apacible dormir a los pies de tu cama y, sobre todo, con sus silencios. Te hace sentir seguro porque dispone de una fidelidad incondicional. Presiente tu miedo y se acerca y te lame, se restriega en ti como queriendo asumir tu inquietud, te roba las migas del pan en tu mesa, vigila tu sueño, te saca a la calle...
Cuando se va, bueno, cuando se va…, la profundidad del vacío que deja es de temer. Sientes el corazón latir loco en tu garganta y tu alma pierde señal en el espejo. Todo pierde su equilibrio. Te desorientas y caminas ebrio de dudas. Parece un sueño en el cual te sientes abandonado, una pesadilla extraña bañada en llanto.
Carmen, confundiendo su sollozo con el mío, temblando en mi mismo temblor, dispersa en la vaguedad silenciosa de un hogar perdido en un silencio nuevo, me dice:
- ¿ Cómo vamos a enfocar la vida ahora?
Y yo, no sé que responder.
( A Nuba, nuestra fiel mascota, conocedora de nuestros secretos, en la certeza que ha cruzado feliz al tiempo de la espera )