Manuel Pérez Lourido
Nocilla
Me entero, porque todo se sabe, de que el ministro Grande-Marlaska (aprovecho para apuntar que con un apellido así, a ver quién no acaba de ministro) "ha dado orden a la Policía Nacional y a la Guardia Civil para que no elaboren listas con los productos que justificarían que un ciudadano saliese de casa para ir al supermercado, algo que la Benemérita ha hecho en la provincia de Alicante, donde se ha puesto una multa de 1.000 euros a un vecino por ir a comprar Nocilla."
Vamos a ver, vamos a ver. Lo primero ya tal: no es lo mismo salir a comprar nocilla que hacerlo a por nutella. La humanidad se divide entre afectos a la nocilla y afectos a la nutella. A los segundos, ni agua. No empecemos a decir que todo vale. Empezamos a poner la nocilla y la nutella a la misma altura y terminamos todos locos. Aclarado eso, uno se imagina a un mando de la guardia civil, totalmente envenenado (con razón) bolígrafo en ristre, anotando una serie de productos a los que le tiene tirria desde la infancia: dentrífico colgate, papel higiénico elefante, arroz sos, pastas gallo, galletas maría… dispuesto a emplumar al que vea con alguno de estos artículos en el fondo de una triste bolsa de plástico. La escena parece cómica pero ya no se distingue la tragedia o la comedia de la realidad. ¿O no han leído a algún político foráneo insinuado que primaría la economía a las vidas humanas en la presente tesitura? "No estamos locos / que sabemos lo que queremos" (Ketama) es el estribillo de esta gente.
Y ahora, lo siento, pero voy a volver con la nocilla. Estoy con el ministro: es ridículo sacar un bando, o una nota de prensa, o un ejemplar del BOE con una selección de los artículos que justifican o no el abandono del confinamiento para acudir a aprovisionarse de ellos (aprovisionarse, no cogerlos de uno en uno ni en pequeñas cantidades para tener que volver al día siguiente). Pero si hay algo que pueda justificar salir a la calle y jugarse la vida (o por lo menos el contagio) es la nocilla, señores. Sé de lo que hablo. He sufrido en la infancia episodios de enajenación mental transitoria por ausencia de nocilla en el hogar. He puesto patas arriba las alacenas de la cocina de mis padres en una razzia devastadora en busca del ansiado producto. He hundido mis dedos en el bote como un vulgar concursante de "Supervivientes" cuando he hallado el escondite. He cruzado la casa camino de vuelta a mi dormitorio con una sonrisa satisfecha y churretones de nocilla por la cara. He recibido broncas sin número y castigos sin cuento por reiterar esa conducta como un adicto sin remedio. Leche, cacao, avellanas y azúcar. Por favor.