Carlos Regojo Solla
Relojes
Son tres sencillos relojes de plástico plateado, sin valor alguno más allá de lo que representan en la obra pictórica que les sirvió de modelo. No tienen valor económico alguno, pero me parecieron interesantes por haber sido "extraídos" de la paz del lienzo donde marcan siempre la misma hora, el mismo instante que les puso el genio. Me llamaron la atención en el bazar y eso es todo. En su deformidad las agujas apenas se diferencian de tamaño y hay que fijarse con atención para ver que hora marcan. Imitan los relojes blandos de Dalí y suenan en el silencio de la madrugada con nitidez machacona, insistente. No pierden tiempo ( ¡ qué ironía ) y arrastran los segundos con una particularidad especial haciéndolos sonar un poco mas largos, como en un carraspeo. No suenan con un tic- tac seco e invariable. Hacen traac, traac, traac…, y, siendo tres, no coinciden con las directrices del metrónomo por lo que suenan a destiempo, convirtiendo el silencio de la pequeña sala donde refugio mi insomnio en una recargada sinfonía del tiempo que se escapa, cumpliendo, pese a toda la calidad daliniana que tienen, con su deber, sin que su deformidad nos regale una medida diferente.
Me apetece coger uno con mi mano siniestra ( la de mi lateralidad más torpe), alejarlo estirando el brazo y recitarle aquello del "to be, or not to be,…" ,aunque no me fio de mi mismo y temo perder la noción de la hora que es, meterme en el papel y despertar al vecindario arrancándolo de su rutina inconfesable de sueños felices para introducirlos en una pesadilla innecesaria.
Me saca del trance el mirlo de todas las madrugadas; desde marzo siempre sale sobre las seis treinta y trina con fuerza entre las casas, aunque ninguno de sus congéneres le responda. Tal vez ande equivocado por culpa de la contaminación lumínica de las farolas. Aun es noche, claro, y lo normal, a esas horas no es trinar, aunque lo hagas tan bellamente.
Bebo un sorbo del café recién hecho y me repantigo en el sofá. Tal vez la alborada me pille dormido, cuando el mirlo, tal vez decepcionado, se calle.