Kabalcanty
Con un toque de link (parte 3)
Los vehículos antidisturbios estaban agrupados a un lado y a otro del esquinazo de la Avenida Virgen del Pilar. Los agentes habían redireccionado la fila para tener mayor control. En la puerta del Centro Comercial varios vigilantes jurados intentaban que el público estuviera lo suficientemente separado. Agitaban nerviosos sus manos indicando la distancia mínima de seguridad comunicándose entre ellos con pinganillos diminutos y micrófonos cruzándoles las mejillas. Se escuchaba el murmullo del gentío mucho antes de llegar al comercio lo que redobló la ansiedad en Tony mientras llegaba caminando hasta allí.
Se quitó la cazadora vaquera sudoroso y se la anudó a la cintura.
— ¿Corre la fila rápido? -preguntó a un joven a la cola.
— Desde que ha venido la bofia la cosa va a peor, se está liando todo.
Contestó con un gesto de malestar.
Ambos, cuando hablaban, tiraban de su mascarilla hacia abajo tratando de salvar al otro del aliento.
— En la app de la tienda dicen que quedan artículos rebajados de sobra -siguió el joven mostrando su móvil- pero puede ser una forma de tranquilizarnos.
Tony asintió al tiempo que conectaba con la aplicación.
De pronto un griterío les hizo fijarse en los aledaños de la entrada a la tienda. Un grupo de la fila increpaba a varios policías que empujaban a los concentrados hacia atrás. Arremetían con sus escudos gritando bajo sus cascos. Todo se complicó cuando el letrero de la oferta cayó sobre policías y concurrentes. Se desplomó el artilugio de plástico soltando un chispazo que oscureció la entrada al comercio. Se multiplicaron las voces, los gritos, mientras el resto de policía acudía al tumulto. La fila se deshizo, arrollando a policías y guardias jurados, haciéndose un tapón a las puertas acristaladas. Desde megafonía se pedía calma y orden pero con el mismo apremio con el que se comportaba la masa.
Tony corrió hacia el epicentro de la confusión tal y como lo hicieron todos los de atrás; braceaban y codeaban, apiñados en una amalgama cuyo fin era atravesar las puertas del comercio y penetrar en la tienda. Saltaban mascarillas por los aires, móviles que rodaban bajo un bosque de piernas, a la vez que la policía cargaba indiscriminadamente.
Tony sintió un fuerte golpe entre los omoplatos pero se sobrepuso al verse dentro de la tienda. Se detuvo unos instantes para recuperar la respiración apoyado en un stand de tabletas Samsung. Una chica, la que estaba a cargo del stand, se refugiaba aterrada tras una caja de cartón repleta de material informático. Alternaba su mirada en el dolido Tony y en la algarada que caía en cascada por la línea de cajas de la tienda.
La confusión arrastraba móviles, ordenadores portátiles, consumibles, pantallas de televisión, gente que era atropellada y pisoteada quedando sepultada por cuerpos ansiosos en pos de la cabecera de la góndola donde se apiñaban las ofertas en enormes pilas de cajas con el logotipo de la manzana mordida de Apple.
— ¡¡Oye, oye, retírate de ahí o te pasarán por encima!!
La chica de Samsung alargaba la mano para advertir a Tony. Pero él ya lo sabía, sólo estaba tomando aire para correr también hacia el ansiado montón de Apple.
Por eso mismo se recompuso como pudo lanzándose a empujones, patadas y gritos coléricos; se trataba de conseguir un sueño para albergar todos los sueños.
Llegó a una de las cajas, logró meter una mano entre cientos y sacar el envoltorio de una pantalla traslúcida de conexión inalámbrica. Tony sintió el gozo repartírsele por el cuerpo como una ola de calor dulce que activaba sus cédulas. "¡Dios, es tan mágico que no me importa mi alrededor! Noto el corazón del aparato latiéndome por entero". Cuando tenía el paquete deseado bien sujeto entre los brazos e intentaba desandar el camino para salir de la tienda, otro nuevo aluvión de gente entró por el pasillo lateral haciéndole perder el equilibrio. No sólo cayó la pantalla traslúcida sino su preciado móvil. Se olvidó del monitor (yacía destripado bajo los pies de la barahúnda) arrastrándose para proteger el teléfono cubriéndolo con sus manos. Le pisoteaban, le zarandeaban, sin embargo un inusitado coraje hacía de acero su espalda y de hormigón sus manos. Le faltaba el aire allí tirado en el suelo de la tienda, pero su furia le fortalecía sin sentir dolor alguno.
Fue en esos momentos cuando advirtió el silbido cortante que recorría su cabeza. Le paralizó un par de segundos, detuvo su ímpetu, para sumirle en una desorientación que le inmovilizaba. Entre pies eléctricos y piernas temblonas, clavándose algo en el costado que bien podía ser un secador o unas tenacillas de pelo, en la cabeza de Tony surgió un vacío repleto de resonancias. Veía personas morir atrapadas bajo un montón de fanáticos que les pateaban insensibles y voraces. Él, apartado cual trozo inútil de carne, agonizaba sangrando por la nariz. Nadie reparaba en nada, nadie le auxiliaba, todos necesitaban llegar al expositor de Apple. Se apoderó una angustia que, atravesada en su garganta, anulaba el poco oxigeno que podían recuperar sus pulmones. Moría infructuosamente y a todos les importaba una higa. ¡Moría!
Volvió a escuchar el bullicio, un estallar de cristales y a sentir la opresión del pateo. Su mente retornaba a su estadio con la docilidad de un corderito. Con esfuerzo, alcanzó hincarse de rodillas y aferrarse a una de las patas de una góndola para enderezarse. Le costó varios codazos y un tirón de pelo que escuchó cómo se desprendía de su cráneo, mas pudo incorporarse. Al final, por encima de cientos de rostros enfebrecidos, vislumbró cómo habían roto los vidrios de un escaparate por donde se escapaba gente cargando paquetes. Se abrió paso hasta allí y se encontró a la entrada de la tienda. Cientos y cientos de personas acudían en manada desde todas las calles de la ciudad. Todos enloquecidos, rabiosos, fugaces, desbordaban a los maltrechos policías para apiñarse en la boca de la tienda.
Tony cruzó la avenida por el semáforo y se fue alejando de Centro Comercial "Athos". Respiraba ávido escudriñando un cielo que comenzaba a enrojecerse. Se hallaba despejado de sentimientos excepto del primario de la subsistencia, sin embargo todo cambió cuando reparó que entre sus manos tenía su iPhone con tan sólo unas cuantas ralladuras en la pantalla.