Carlos Regojo Solla
Desplazados confinados
¡ Qué tiempos ! De repente me sorprende, más que pertenecer al grupo, el encontrarme en un peligro de magnitud mundial impensable, que cierra las puertas, todas, y la posibilidad de ponerme a cubierto en algún lugar, lo cual me hace sentir acorralado como el histórico fugitivo merchero que corre huyendo, sin planificación, instintivamente, por un intrincado laberinto de posturas paliativas de gestos y ausencias, para terminar asfixiado en el último callejón sin salida de la "favela", atrapado como una mosca en la tira ambarina y pegajosa de la impotencia y del obligado pero indispensable cumplimiento. Un horror.
A mi alrededor hay más espantados como yo, aleteando en la incredulidad, intentando librarse de la pesadilla. Todos nosotros sostenemos como tribu el nivel de fortaleza que nos marca la pertenencia al rebaño y a la inmunidad grupal inherente y, aunque éste ande bajo mínimos, nos cobijamos en ese amparo y hacemos que hacemos, asomando la cabeza fuera de la tobera porque ya no se oyen ladridos sin percatarnos que la caza está aún en sus prolegómenos.
En ese entorno, me distraigo con felicidad atávica, como cada semana, con la crónica sobre el tiempo atmosférico y el estudio geográfico en su resumen semanal, prácticamente en tiempo real, que me facilita un programa televisivo de documentales; algo también impensable hace poco. Toda una gozada:
"Sol número mil trescientos dieciocho; temperatura mayor, menos veintiocho Celsius; temperatura menor, menos noventa y seis Celsius. El "Curiósity" revela vida en la zona de… En el Monte Olimpo se inicia una tormenta de arena … "
Obviamente la información se refiere a Marte. No sé, es como si me fuese familiar...
Entre tanto descoloque mental, me pellizco con fuerza en un brazo hasta producirme una pequeña petequia en cuya aparición seguramente ayuda la ingesta diaria del acetilsalicílico prescrito. Apenas noto la auto agresión y, ante la duda correspondiente del si "es o no es" , y para huir de mis pensamientos, rememoro la aseveración de un buen amigo, que bien pudiera estar en lo cierto:
- Mira, no sé si de Marte o de otro planeta, pero terrestres seguro que no somos -dice convencido.
- ¿ Y eso?, - le pregunto.
- Las servidumbres, hombre, las servidumbres, - afirma con contundencia. - ¿ Es qué no os dais cuenta ? - pregunta airado.
Prosigue enfático, - nos cuesta subir unas escaleras, envejecemos aprisa, tenemos sed y hambre, necesitamos respirar…, y para colmo de las enfermedades, de cuando en vez, algo como un virus nos recuerda que somos sólo huéspedes indeseables. ¿ Tú crees que somos verdaderos nativos de esta Tierra? ¿ No caes en la cuenta que en un planeta auténtico la vida, por naturaleza deferente, te mantendría ajeno a la vulnerabilidad de las vulgaridades?
Y es que cuando se pone así, no hay argumentos para rebatirle. Además, no le falta razón. Tal vez sea mejor comenzar con una parabólica casera hecha con la sombrilla de playa ( total para lo que va a servir) y tratar de encontrar el auténtico lugar de procedencia.