Kabalcanty
Con un toque de link (Parte 4 y última)
Comía el sándwich de atún con desgana, masticaba mirando alternativamente la pantalla del iPhone y la línea amarillenta del techo en su junta con los azulejos de la cocina.
"Entonces no te has traído el monitor. Joder, tanto lio para nada." , le decía Lula en la vídeollamada.
Él contestaba poco animado, con monosílabos o con la parquedad que reflejaba su gesto sobrio y su perezosa manera de masticar.
"Casi lo mejor de todo es haber llegado con el móvil intacto", le dijo Tony antes de dar un sorbo a su bebida de cola. Sentía el cabello húmedo tras la ducha y una placentera sensación, casi soñolienta, al contacto de su piel desnuda con el albornoz. Deseaba dormir, olvidar tensiones.
"Nos conectamos luego ¿no, cariño?", preguntó ella con un tono sugerente. Desde la pantalla se veía una parte de un almohadón donde descansaba una tablet destellante. La luz difuminada de alguna lámpara le daba un matiz anaranjado a su rostro.
"Claro, a ver si eso me anima, cielo. Estoy algo desfondado, supongo que por el mogollón del Athos", contestó Tony tratando de esbozar una tibia sonrisa.
Cortaron la llamada.
Tony se cepilló los dientes y se lavó por cuarta vez las manos mientras se observaba unas arruguitas junto a la boca. Estiró la piel, se aplicó crema hidratante y, acto seguido, fue derecho a su cuarto.
Mientras se configuraba su tablet, retiró el edredón hasta doblarlo junto a los pies de la cama.
Se tumbó entre un bostezo. "¿Estás lista, Lula?", preguntó, esperando que la cara de ella llenase la pantalla del móvil. "¡Síííííííííí!", exclamó presa de excitación. "Abrimos el IC a la de tres, ¿ok?". Lula volvió a gritar su entusiasmo.
El programa "Insurmountable couple" se desplegaba gorjeando una musiquilla campanilleante sobre la pantalla de las tabletas. Lula y Tony, tumbados cada uno en su cama, se miraban risueños en sus iPhone. Al tiempo que el software IC se cargaba, adoptaban posturas relajantes estirando brazos y piernas. Desde sus móviles accedieron a unas claves de entrada dejando la pantalla como un espejo con lucecitas veloces destellando intermitentes y alocadas. Luego, con suavidad, llevando los IPhone como si se tratase de algo sustancioso y muy frágil, los depositaron sobre sus pechos desnudos. Fue entonces cuando sus tabletas, reposadas sobre la cama al lado derecho de cada uno, cambiaron sus pantallas a una luz violácea que fluctuaba de más a menos intensidad. Lula y Tony, con los ojos cerrados, moviéndose leves en una respiración acompasada, fueron abriendo sus piernas a la vez que sus sexos se humedecían pausadamente. Ambas habitaciones irradiaban sosiego, silencio, sólo roto por unos jadeos emergentes, muy paulatinos, y se inundaban de luces amoratadas en los techos y multicolores entre el perímetro de sus móviles y sus pechos.
Con los labios entreabiertos musitaban palabras sofocadas abrazando al aire como algo turgente que estuviese con ellos. Con los párpados apretados, más voluntariosos según subía la excitación, sus músculos recibían espasmos cortos y repentinos que hacían oscilar sus iPhone sobre sus pectorales. Estaban abstraídos, en otro estadio paralelo a la realidad, marcándose las venas de sus sienes y cuellos con una notoriedad pasmosa. Enrojecidos, sudorosos, inmersos en pos de un orgasmo que cabalgaba a ritmo matemático, fueron aferrándose con sus manos a las sábanas donde yacían hasta amoratar sus nudillos. Se quejaban voluptuosos buscando bocas en el aire que parecían hallar a juzgar por la saliva que corría por sus barbillas.
Cuando Tony eyaculó un torrente de esperma que alcanzó una de sus rodillas, gritó desfogándose mientras movía la cabeza a un lado y a otro. Lula alzó la pelvis, agitándola con rabia varias veces, y también chilló tocándose el cuerpo tras el placentero viaje. Un relax simultaneo les fue apaciguando hasta dejarlos exhaustos, tomando aire y expulsándolo en todo un alarde de compenetración.
Después las tablets emitieron los dos minutos y cincuenta segundos del Allegro de la Música acuática de Häendel. Fueron abriendo los ojos a medida que la música discurría.
"Ha sido genial, amor, cada vez es más maravilloso", tecleó Tony en su iPhone, después de salir de la aplicación.
"Necesito verte la expresión de la cara, ¡ponlo en modo vídeo!", Lula reclamó con urgencia manejando su móvil.
"Soy tan feliz, tan jodidamente feliz, mi amor", dijo Tony ya con el modo vídeollamada en el Whatsapp.
Besando las pantallas, jurándose cariño eterno y desperdigando otras lindezas con un arrobo que les conducía a abrazar el móvil a la altura de sus corazones, fueron alcanzando el sueño. Se durmieron ambos de costado, susurrando palabras amorosas, exclamaciones que fueron haciéndose más inaudibles hasta que llegó un silencio solamente roto por un leve cuchicheo que emitían las tabletas. Poco a poco la luminosidad violácea fue diluyéndose dejando las habitaciones a oscuras con la pantalla en el tono negro del standby.
En esa noche la pesadilla de Lula la enfrentó a una vieja que reía bobalicona mientras le introducía un desmesurado palo de fregona por la vagina. Por más que trataba de huir, de quitarse de la entrepierna el objeto, el palo, dúctil y perverso, taponaba impiadoso su sexo. La anciana no cesaba de reír alocada disfrutando cuanto más parte del infinito palo le introducía. La secuencia se repetía una y otra vez, con idas y venidas que terminaban con dolor e impotencia.
Tony soñó que estaba muerto. Ensangrentado, inmóvil, flotaba a la deriva bajo un mar de cadáveres putrefactos. Movía sólo los ojos y tenía la consciencia suficiente para comprender el horror de su flotación. Por más que investigaba el horizonte, sólo adivinaba la podredumbre en esos cuerpos volteados de todas las maneras. Trató de chillar con todas sus fuerzas, de llorar para descargar su pavor, pero era inútil: de su boca no salía más que un aliento fétido. Clavaba su mirada en un cielo gríseo que pasaba lento e indiferente anhelando esa orilla donde por fin despertar.