Valentín Tomé
Res publica: Los sofistas
Res publica es una expresión del latín, que significa literalmente "cosa pública"; es decir trata sobre aquello que nos une y debe preocuparnos a todos como seres humanos; pues además de seres racionales somos, también y por encima de todo, sociales.
Probablemente, el primer espacio público donde se le dio voz a la Res publica fue el Ágora ateniense, allá por el siglo V a. C.. Era, entre otras cosas, el lugar donde los ciudadanos se reunían para discutir sus leyes y decidir el futuro político de su ciudad, Atenas. Allí, como no podía ser de otro modo, se dieron cita las principales escuelas de Filosofía. Se trataba de que por primera vez en la Historia, la Razón fuese la fuerza dominante, por encima de los ritos, las tradiciones o los mitos. Cualquier ciudadano era libre de expresar su pensamiento, el único requisito era que lo hiciese de manera racional, argumentando lo más sólidamente posible su discurso.
Pero como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la Historia, lo que en principio debería ser un espacio para la libertad, pronto se convirtió en un espacio para la tiranía. Los sofistas, financiados por la aristocracia ateniense, se adueñaron de la plaza pública. Dominaban a la perfección el arte de la retórica; excelentes oradores, eran capaces de persuadir y convencer con sus argumentaciones a sus interlocutores en el ágora. Para un sofista, perseguir la verdad y el conocimiento era accesorio; lo importante era ser brillante argumentando una idea e incluso la contraria si fuese necesario con tal de convencer al pueblo. Es decir, los intereses de unos pocos, los aristócratas, eran presentados como los intereses de toda la ciudadanía. El genial Sócrates fue uno de sus mayores opositores. Para él, todo aquel que quisiese gobernar debía de aspirar al conocimiento y ser un infatigable buscador de la verdad; solo así sería posible un gobierno presidido por el Bien y por la Justicia. El enfrentamiento con los sofistas supuso a Sócrates ser condenado a muerte.
En este histórico relato se pueden hallar, de manera natural, grandes paralelismos con el tiempo que nos ha tocado vivir. Hoy, lo que pomposamente se ha dado en llamar Posverdad, es lo que practicaban sin escrúpulos los sofistas: el arte de la manipulación dialéctica. Por supuesto, rara vez, los portavoces de las élites, los sofistas contemporáneos, dominan, como sí lo hacían sus antepasados, la difícil disciplina de la Retórica. Pero en una época de pensamiento rápido y fácilmente digerible tampoco es necesario hacer complejos juegos de lenguaje para conducir al engaño; basta con un simple tuit en forma de slogan publicitario. Así los receptores del mensaje hacen suyo el pensamiento de otros, es decir se hacen pensar por otros.
En nuestro espacio público los oímos todos los días. "Vivimos en democracia, mi opinión es tan válida como cualquier otra", afirman, después de haber enunciado algo que atenta contra los principios más elementales de la razón. Olvidando que si todas las opiniones fuesen igual de válidas, por la misma razón, podríamos afirmar que ninguna lo es. Afortunadamente, las mejores cosas que ha creado la humanidad como la Ciencia o el Derecho, jamás se han regido por este principio. Allí sólo son válidas aquellas "opiniones" que estén argumentadas de manera racional y ajustadas a lo empírico, es decir, a los hechos.
El escritor francés Romain Rolland afirmó que "la verdad es siempre revolucionaria y la mentira reaccionaria". No podría estar más de acuerdo. Y por ello es un deber moral combatir a los sofistas de ayer y hoy; nos va la Vida en ello.