Beatriz Suárez-Vence Castro
Isaac
La niña Scout, huérfana de madre, criada por un padre cariñoso y comprensivo, además de jugar con su hermano y sus amigos, observa con ese sentido crítico y casi siempre acertado de los niños cuando miran a sus mayores: "Pronto entraría yo en el mundo de la señorita Maude y la tía Alexandra, pero me encontraba más cómoda en el mundo de mi padre. Personas como Heck Tate no tendían trampas con preguntas inocentes para burlarse de ti; ni el mismo Jem (su hermano) exageraba sus censuras a menos que una dijese una estupidez. Las señoras parecían vivir con un ligero horror a los hombres, mal dispuestas a darles su aprobación. Pero a mí me gustaban. No eran hipócritas"-
El juicio que Scout hacía en un pueblo americano de los años 30, sería hoy considerado retrógrado y machista ,calificado indulgentemente por haber sido elaborado por una niña bien educada que ni siquiera se atrevió a decirlo en voz alta. El pensamiento de Scout es el de su creadora, Harper Lee, mujer, joven, escritora, ganadora de un premio Pulitzer por la novela "Matar a un Ruiseñor" en la que la niña es coprotagonista junto con su padre Atticus Finch, un honesto abogado. La obra contiene además uno de los más impresionantes alegatos antirracistas de la Literatura, de muy recomendable lectura en estos días.
Siempre ha sido uno de mis libros de cabecera, pero lo recuerdo especialmente, además de por el caso George Floyd, por una noticia que ha tenido muchísima menos cobertura y que, de no destacarla algún que otro paria como la que escribe, va camino de perderse en las hemerotecas como algo anecdótico.
Hace seis días una mujer fue detenida por el asesinato de su marido, que sufría una enfermedad neurodegenerativa y necesitaba una silla de ruedas para moverse.
Lo mató, lo enterró y fue precisamente la silla de ruedas la que, ya seguramente cansada de tanto cavar, dejó mal cubierta y dio la pista de donde estaba el cuerpo.
La familia del hombre, había denunciado el maltrato constante de la mujer hacia el hombre que se habría casado con ella bajo la premisa de que ésta heredase sus bienes a cambio de cuidarlo.
Isaac tenía solo 45 años y sus vecinos han declarado que los gritos e insultos que su mujer profería contra él, se oían al otro lado de la pared. La policía llevaba investigando la desaparición de Isaac desde diciembre. La asesina había declarado que su marido estaba muy deprimido y había solicitado la eutanasia, pero no era cierto.
Casos como el de Isaac, suceden. Pero se cuentan poco. La normalidad, basada en las estadísticas, esos dos conceptos cada día más difusos, advierte de que el maltrato doméstico se produce de la mujer al hombre, no al revés. Las estadísticas no reflejan dramas como el de Isaac y tantos otros que, habiendo perdido la fuerza física por enfermedad o por edad son maltratados por sus parejas más jóvenes o más fuertes. No contabilizan las situaciones de amenazas de mujeres a hombres durante los procesos de divorcio, con hijos que no vuelven a ver a sus padres, aunque quieran hacerlo, escuchando constantemente de boca de sus madres que sus padres son los peores del mundo. Hombres que, en un mundo machista, solo pueden llorar donde nadie les vea y que no se atreven a denunciar que su mujer les maltrata verbal o físicamente por no quedar de calzonazos.
El machismo también es eso: roles equivocados que el hombre, igual que la mujer tiene que asumir: el hombre trae el dinero a casa, es el fuerte y no llora. Tres premisas igual de falsas que cuando se cuestionan, incomodan.
Afirmar que el maltrato al hombre por parte de la mujer existe no significa negar que sucede al contrario, porque por supuesto, también es cierto. Lo es desde que el mundo es mundo. Pero también existe el maltrato al hombre dentro de la pareja en aquellos casos en que ella es quien tiene la fuerza, por un motivo o por otro. Actitudes como estas no son feministas, son abusivas y constitutivas de delito también, a pesar de la Ley de Violencia de Género que solo contempla una dirección en el maltrato.
Todo tipo de abuso debe denunciarse, no ocultarse. Todo.
La imparcialidad en los medios, sea cual sea su tendencia ideológica, ha desaparecido, pero al menos no debería hacerlo en la justicia, para que casos como el de Isaac no caigan en el olvido. Estaría bien que las mujeres reflexionásemos sobre la inmensa responsabilidad que suponen los derechos que hemos ido adquiriendo a lo largo de los años, derechos que consisten en situarnos en un plano de igualdad con el hombre en cuanto a libertad de actuación y de salarios. Esa libertad de actuación no puede ser utilizada como venganza porque, en ese caso, en lugar de demostrar que nos merecemos, igual que ellos, realizarnos totalmente como personas, solo estaremos copiando roles equivocados e igual de tóxicos que los anteriores.
El derecho de una persona no puede colisionar con el derecho de otra, ni mucho menos, negarlo. Los derechos se conceden a los individuos, sean hombres o mujeres, para garantizar su bienestar, pero no deben ser utilizados para causar daño, por muy libres que nos sintamos para hacerlo.
Todos somos, además, iguales ante la ley. O deberíamos serlo.