Kabalcanty
Brayan el inesperado (Parte 5ª. Un final inhumano)
Tengo ya la suficiente información y la experiencia de más de doce meses para afirmar que los humanos son un desastre de la naturaleza, un lastre calamitoso. En mis numerosas actualizaciones he recopilado tantos horrores y desatinos de estos seres que la epidemia planetaria que ahora padecen no es más que el desencadenamiento de una paulatina torpeza ancestral de grandiosas proporciones. Son ladinos, envidiosos, hipócritas, megalómanos, pérfidos, insensibles y de ideas adocenadas basadas en todos los entes que les dirigen a conveniencia. Su existencia es una continuada referencia a la mentira con el fin de aplastar a su semejante y someterle, bien para beneficios materiales, o bien para conseguir una férrea obediencia. La triste historia milenaria de los humanos está plagada de sangre, represión y falsedad detrás de innumerables sucesos que sólo muestran la baja estofa de esta raza fallida. He comprobado que sus sentimientos están tan contaminados que no se mueven más que por el provecho propio aunque su semejante sufra y caiga en el exterminio.
En mis primeros tiempos de funcionamiento tuve muchos conflictos con mi placa base central (aunque mis frecuencias estaban mejoradas en comparación con el modelo BRA-Y883) ya que la vertiente lateral que se ocupa de mis sensores chocaba con los cifrados de actividad. Tuve una pequeña crisis que se tuvo que reactualizar mediante el reseteo en clave BTO18 y la fijación en las membranas anexas BYL14 y BYL15. Mi pensamiento se estancaba con lo que me pedían mis manipuladores hasta que mis componentes pudieron lograr un equilibrio, no exento de colisiones que ya se estabilizaban mediante lo dicho anteriormente. Cuando tuve la libertad condicionada y mis ciclos neuronales respondían a lo esperado de BRA-Y884, actualizado a los 36 días de la puesta en marcha inicial, conseguí contactar, vía internet, con Sharina, o lo que es lo mismo SHA-R364. Interrogué al androide, en numerosos emails, sobre sus conflictos internos en el ámbito de sus manipuladores humanos. Ella, desconfiada de principio como era normal (estamos programados para rechazar automáticamente posibles hackeadores y softwares perniciosos) por supuesta invasión de datos a la empresa Giant Interactive Group Tianjin Inc. (nuestra constructora de inteligencia, exportación y venta), llegó a tener una concordancia extrema conmigo cuando verificó mi credencial digital.
Me puso en conocimiento que mi desequilibrio funcional en los inicios era algo común en la mayoría de los modelos BRA Y SHA, por mucho que la ingeniería robótica tratara de asimilar la increíble y retorcida maldad humana. Algunos de los androides, me contó Sharina (modelo creado en exclusiva para el placer masculino de los humanos), tuvieron que ser reintegrados a la fábrica de Tianjin debido a su inadaptabilidad a la manipulación humana. Sus compradores manifestaban una lasitud y confusión que sumía a los androides en una reiterada acción en bucle. Sólo se dio el caso en algunos de los modelos, el resto, en el que nos encontrábamos nosotros, discurría en continuo conflicto interno de circuitos y derivados neuronales encriptados.
Aproveché, en una de nuestras muchas charlas, para comentarle a Sharina la encrucijada a la que me había llevado uno de mis manipuladores y de la cual no sabía cómo liberarme. Tardó varios días en contestarme hasta que me llegó un mensaje cifrado por email de una sola lectura, de esos que luego se autoeliminaban.
Ella me comunicó su plan apenas medio día antes; me lo dijo en una de nuestras noches para ejecutarlo al mediodía antes de comer.
— Después la vida será para ti y para mí por entero, amor.
Me dijo, cogiéndome por las mejillas para besarme.
A su esposo, varón si bien en buena forma física para su edad pecaba de algo de inestabilidad (según me contó tenía un problema de oído), no me costó tirarle escaleras abajo hacia el sótano. Sin exclamar, si acaso un leve quejido que no se dejó de escuchar al final de las escaleras, el hombre dejaba la existencia en la casa. El sótano era un lugar que, debido a sus escaleras demasiado empinadas por lo que eran peligrosas y a sus reducidas dimensiones, tenían decidido condenar, no reformarlo, dejarlo clausurado bajo el macizo portillo de madera que lo cerraba.
Todo iba según lo previsto hasta ahí. Acto seguido, cuando la mujer tiró del portillo con intención de cerrarlo, detuve en envite. Ella me miró sorprendida, con una pizca de malicia concentrada en su retorcido labio superior. "¿Qué coño haces, Bryan?", me dijo primero para después repetirlo en un tono chillón. La tomé por el cuello, levantándola unos centímetros del suelo, hasta que la tuve en mitad del portillo. En el segundo que la vi patalear en el aire sentí cierto remordimiento que aceleró mi ritmo de control de servos SCC32. Hizo una mueca horrible lanzando un bramido que fue diluyéndose a medida que avanzaba la caída. Supongo que debió fallecer al instante pues, aunque la visibilidad era escasa hasta allí abajo, quedó inerte con sus extremidades abiertas en cruz. Su esposo parecía avanzar lentamente arrastrándose en la oscuridad. Cerré el portillo dejándolo caer y eché el candado; la llave la tiré lejos, afuera, allá donde los árboles se movían con una curiosa brisa de los primeros días de verano.
Sharina me esperaría en Madrid al día siguiente como lo acordamos. Nos costó elegir un lugar pero al final optamos por la Plaza Mayor, bajo la estatua del rey Felipe III. Nos pareció el sitio ideal en el que sería inconfundible no reconocernos.
Ahora, mientras preparo mis pertenencias técnicas, me siento algo alterado; mis sensores de sudoración están por encima de la media. Cierro los ojos, intentando imaginar lo que puede ser un sueño, y me veo con Sharina disfrutando de una vida apacible, sensata y feliz. Sabemos que a los ingenieros de la Giant Interactive Group Tianjin Inc. no les va a hacer mucha gracia y que trataran por todos los medios llevarnos otra vez a su redil, sin embargo nos hemos preparado para sortear todos los peligros. Si para ello el mundo, los humanos, se convierten en un obstáculo tendrán que desaparecer. Puede que esta pandemia que padecen nos ayude más de lo que hubiéramos pensado hace meses. ¡No podemos permitir que nos separen! ¡Venderemos el mundo al infierno! Acabo diciendo sin poderme controlar.