Carlos Regojo Solla
El relevo
Hace algún tiempo unos veinte años ya, residiendo en A Estrada, en mi tiempo libre solía coger el coche y dirigirme, sin un rumbo determinado, hacia alguna aldea próxima, acompañado de Fai, mi inolvidable perra collie con la que hacía grandes caminatas.
Dejábamos el vehículo al borde de algún camino y a tragar millas con la cámara de fotos a cuestas visitando cruceros, hórreos, puentes, iglesias, pombales, fuentes …, buscando el encuadre preciso, algo parecido aunque con peor ojo que el de mi amigo Javier, "El Albatros·, gastando carrete Agfa o Kodak con el placer de pasar película luego de cada disparo (muchos desconocéis ese placer) ,engullendo el misterio de lo captado desconociendo el resultado inmediato, que por entonces la fotografía era analógica, claro, y exigía de todo un proceso, del cual se encargaba mi amigo "Jofer" quien lo remataba en su reluciente laboratorio a color pionero en Galicia que regentaba en las galerías del Cine Victoria, gracias a lo cual evitaba aquella latosa espera de enviar las películas a los laboratorios de Madrid. Todo un pionero José Fernando, al que no le importaba cargarse la cámara al hombro y salir al trabajo primigenio sacando fotos a los escolares de los diversos colegios rurales en los cuales ejercí en mis primeros tiempos de provisionalidad laboral, cuando yo se lo pedía. Chapó!!, amigo, por los viejos tiempos en aquella Pontevedra que tú veías con ojos de futuro.
Pues bien, una tarde de primavera avanzada, allá por principios de junio, más concretamente el doce, el mismo día de mi cumpleaños, luego de la comida especial de rigor que solía hacerme mi mujer Carmela y después de desempaquetar regalos decidí, algo tarde ya, acompañado de mi perra, estirar las piernas por las proximidades de la aldea de Vinseiro y en sus proximidades vi una iglesia parecida a tantas a la que me dirigí como remate del día antes de volver al coche y, ¡oh sorpresa!, en su fachada, a media altura , a la derecha de la puerta, una lápida de mármol recordaba a un párroco que había fallecido el mismo día del mismo mes del mismo año en el que yo había nacido y además ambos teníamos el mismo nombre de pila. Esto aconteció el día de mi cumpleaños como ya he dicho.
Quedé sin sangre, patidifuso, lleno de mal cuerpo, anonadado, obnubilado, acojonado... Ni que decir tiene que no saqué la foto correspondiente ( allá está la evidencia) y que huí arrastrando a mi perra diciéndole:
-Vamos, Fai, que esto es cosa de la "Santa". El animal, conocedor del tono de mi voz me entendió porque dio un brinco y salió al trote conmigo.
Han pasado años de aquello, otra vida más, y aunque lo he pensado, no me atrevo a volver, por si acaso. De cualquier forma, me pregunto si tal vez al nacer estaremos obligando a alguien a dejarnos el sitio. Prefiero pensar que en mi otra vida, la inmediata anterior, fui cura párroco en un valle tan magnífico como aquel. Al fin, cura o maestro …