Valentín Tomé
Res publica: Plan Bolonia, cuando los mercaderes profanan el templo del saber (Primera parte)
Resulta bien conocido el pasaje evangélico en el que se nos narra que al acercarse la Pascua judía, Jesús al subir a Jerusalén encontró a cambistas y vendedores en el templo; los echó porque estaban profanando la casa de Dios y les dijo con autoridad: "Saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi padre en un mercado." El templo representa el alma humana, que ha sido creada para ser morada de la divinidad; los cambistas, con sus monedas de oro y plata, representan el apetito y la avidez del hombre por el dinero; los mercaderes, representan a los demonios, que por permiso del hombre, han entrado donde no debían entrar.
Los que creemos que las instituciones públicas deben estar regidas siempre por un espíritu laico no por ello dejamos de creer en la existencia de lugares sagrados dentro del espacio público. Uno de ellos debería ser sin duda la Universidad, el templo del saber. Si echamos un rápido vistazo a la Historia, podríamos situar el germen de nuestro actual sistema universitario en la Academia que fundó Platón en Atenas allá por el siglo IV a.C., dedicada a investigar y profundizar en el conocimiento de la época. Para dejar constancia del carácter "sagrado" de aquel espacio, Platón mandó colocar en el frontispicio la siguiente inscripción: «Ἀγεωμέτρητος μηδείς εἰσίτω» ("No entre nadie que no conozca la geometría").
Ese espacio que el filósofo griego intentó proteger a toda costa de su profanación, es decir de la entrada en el mismo de personas que venían no a escuchar, a debatir o argumentar desde la Razón sino desde espurios intereses personales, se encuentra en la actualidad en serio peligro. Desde la entrada en vigor a principios de este siglo del conocido como Plan Bolonia, los mercaderes, con la excusa de la necesidad de modernización y adaptación a los nuevos tiempos, se han apoderado sin apenas resistencia del templo. Se trataba de destruir el modelo "europeo y humboldtiano" de raíces centroeuropeas de la Universidad estatal para metamorfosearla según el modelo "anglosajón" de la Universidad privada. Así lo expresaba el documento del Círculo de Empresarios "Una Universidad al servicio de la sociedad".
La primera consecuencia de todo ello es evidente; si la Universidad pasa a regirse según los principios de una empresa privada lo primero que debe hacer para asegurar su propia supervivencia es garantizar su rentabilidad. Las fuentes de ingresos de un "negocio" de estas características tienen fundamentalmente dos orígenes: los estudiantes a través del pago de las correspondientes matrículas que adquieren así el rango de clientes, y las empresas que deciden invertir en esas universidades para financiar proyectos de investigación de cuyos resultados esperan extraer una rentabilidad. Centrémonos para esta primera parte del artículo en la primera fuente de ingresos: los alumnos.
Junto con esta mercantilización del conocimiento, el Plan Bolonia dividió la enseñanza superior en dos niveles: el grado que tiene una duración de cuatro años, 240 créditos, y sustituye a las diplomaturas y licenciaturas; y el máster que supone una especialización en un ámbito concreto o multidisciplinar y puede tener una duración de un año (60 créditos) o dos (120). La primera estafa estaba ya servida, resulta que las licenciaturas de toda la vida (Matemáticas, Física, Derecho…) veían reducidas su contenido curricular en un 20%. Al parecer en un contexto donde el conocimiento científico o humanístico no cesa de aumentar con el paso del tiempo por ser acumulativo, bastaba con saber menos para alcanzar el mismo rango académico que el exigido a finales del siglo XX.
Pronto, la mayoría de los alumnos se dio cuenta que sus conocimientos en estas disciplinas no eran del todo satisfactorios, y empujados por la presión social de un mercado laboral donde los puestos de trabajo no precarizados son cada vez más escasos, deciden cursar un máster. Esta iba a ser sin duda la principal fuente de ingresos de esas universidades transformadas en empresas privadas. He aquí la segunda estafa: los precios de las tasas de un posgrado son considerablemente más elevados que los del grado. Su precio es de media cuatro veces mayor al de cualquier curso de un grado. Es decir, el precio de un máster de un solo año equivale al de todo un grado de cuatro años.
Por si todo esto resultara insuficiente, la estafa mayúscula es la que se iba a producir como consecuencia directa de dejar a las universidades operar siguiendo las leyes de cualquier otro mercado: la pauperización del saber. En su búsqueda desesperada por atraer clientes que les permitan sobrevivir en un mercado con multitud de oferentes, las universidades se han lanzado a toda una carrera armamentística en la creación de artefactos académicos en los que cualquier parecido con la búsqueda de la verdad, la objetividad o el conocimiento científico es pura coincidencia. En el apartado de los grados, el último invento es el de los dobles, o hasta incluso triples, grados. Es decir, la posibilidad de tener dos o tres carreras en el mismo tiempo y créditos en los que antes se conseguía la licenciatura en una de ellas. Todo un truco de magia. Además, dentro de la autonomía que las leyes fomentan para cada universidad, esta es libre de diseñar los contenidos curriculares a su antojo para la obtención del título de un grado, de tal manera que nos encontramos con grados en una misma disciplina cuyos planes de estudios no guardan ningún elemento en común. Así, resulta difícil hoy en día saber de qué estamos hablando cuando decimos que una persona posee un grado en Farmacia, por poner un ejemplo.
Si esto ocurre en el caso de los grados, en el caso de los másteres el esperpento alcanza tintes pantagruélicos. Los campus ya ofrecen más variedad en másteres que en grados: el curso pasado se impartieron 2.854 grados frente a 3.540 másteres. Hace menos de tres años, una comisión presidida por Manuel Tello, catedrático emérito de Física de la Materia Condensada, dedicada a analizar las titulaciones superiores en España concluyó lo siguiente: los másteres servían para prorrogar un año el currículo; no es muy difícil obtener el título, en realidad, lo complicado es no lograrlo (el 88,7% de los matriculados superan el máster); un porcentaje elevado de estos másteres tienen pocos alumnos y los niveles de exigencia son casi de aprobado general: no se valoran los conocimientos y los trabajos se corrigen con benevolencia. No en vano, uno de los principios fundamentales del marketing es aquello de que el cliente siempre tiene la razón, y si el cliente en este caso es un joven estudiante y deseamos que se encuentre satisfecho con nuestra empresa, lo mejor es que le facilitemos aquello por lo que ha pagado. Así los casos mediáticos de Cristina Cifuentes o Pablo Casado no son más que el reflejo de un problema más profundo: la banalización del conocimiento fruto de su mercantilización.