Pedro De Lorenzo y Macías
Caco: Comenta su aventura y toma su decisión
CAPITULO XXIII
- ¡Veréis! Después de la guerra gatuna, que ganamos, se armó un buen rollo entre los humanos..... Me querían llevar a la cárcel, pero lo que más me dolió fue creer que Mamá Luisa y Simón estaban avergonzados de mí, que ya no me quería. Este fue el motivo de que regresara. Lo de la guerra era necesario; los gatos, feos, fieros y malvados, atacaban a mis amigos..., ¡No había otra solución! Atacamos, asaltamos su fortaleza, y le dimos caña hasta en las uñas.... Maullaban y corrían como la cabra loca.
- Ja, ja, ja.
- Solo quedaron Don Gato y su mujer, pues son gatos buenos y amigos de la paz y convivencia.
- ¿Tuviste miedo?
- Muchísimo. Sabía por mi amigo Don Cuervo cómo tenía que orientarme... En el viaje hice amigos: unas monjitas muy saladas, perros buenos, jugué con potrancos..... Pasé mucha hambre y frío; lo peor fue cuando me encontré con una banda de perros asesinos. ¡Quedé helado!. Me salvo mi intuición; hicieron amago de matarme, pero el jefe me preguntó que hacía. Le dije que mi amo me había abandonado; me aceptaron, pues a ellos les sucedió lo mismo, pero se hicieron muy crueles; de noche, atacaron a un gallinero, mataron por matar, atacaban a todos y a todo. Me escabullí horrorizado y me escondí en un viejo molino.... Oía cómo me buscaban para despellejarme... Pero tuve suerte: una gran tormenta se desató, y los hombres, al amanecer, organizaron una cacería contra ellos.
- ¡¡Horror!! ¡Qué miedo!
- ¡Que bestias, qué animales!
- ¿Cómo pueden existir perros así?
- ¡Fácil! –exclamó Papa Boxer-; Esta situación es producto del egoísmo de los humanos. Compran cachorros, o los piden. Disfrutan de ellos como si fueran juguetes; cuando se aburren, los abandonan: muchos son capturados y llevados a la perrera, otros son muertos, gran parte se van a los montes, se vuelven salvajes, crueles, asesinos. Son muy fieros y listos; conocen bien a los hombres y no matan para comer, asesinan.
- ¡Qué bestias!
- ¿Nos abandonarán a nosotros?
- No. Valentín y Simón nos consideran y respetan como criaturas que somos de la naturaleza, de Dios. Nunca nos abandonarán.
- Nosotros tampoco.
- Caco huyó porque creyó que había fracasado y por miedo a las consecuencias..... Pero visteis el gran amor de Mamá Luisa y Simón; lo buscaron.
- ¿Caco se portó mal?
- En algunas cosas, un poco. En atacar a los gatos, hizo bien. Nunca debemos atacar a nadie, solo cuando nos ponen en grandes peligros. Los gatos eran una gran amenaza, si no le paraban las uñas. Caco hizo bien.
- ¡Guaauuu!
- ¡Guau!
- ¡¡Bien por Caco!!.
Entre bromas y risas se fueron de juerga por el corral. Caco armó lío: mordió la cola de la burra, que echó un espantoso rebuzno; El gallo que estaba durmiendo encima del gallinero, le lanzaron unos guaus, que se cayó de un patatús, se levantó y juró en hebreo. Entre risas se metieron con Doña Vaca que les atizó con el rabo; Robó las mantas de sus hermanas, y se armó un follón de narices. Los habitantes del caserío protestaron y exclamaron: "Este Caco no cambió en nada".
Hubo bronca y de las gordas; los cachorros se apaciguaron, y con cara de buenos, se fueron a sus camas, pero con voz muy bajita, susurraban.......
- ¿Qué vas a ser de mayor, Caco?
- No lo sé. ¿Y tú?
- Seré guardián de ganado. Ya estuve con papá en los montes, tengo muchos amigos potrancos y sus mamás me quieren mucho. Oí muchos cuentos sobre los lobos, pues son enemigos naturales, solo atacan cuando están hambrientos. Cuentan las bestas que cuando una de ellas está enferma, se entrega a los lobos para no contagiar a los demás, y para fortalecer la raza. El lobo mata rápido y lo necesario para la comida de los suyos. Los peores enemigos son los perros alobados, matan por placer. Tuvimos una pelea hace poco con ellos, pero papá y los primos les dieron una paliza grandísima y se fueron de nuestros montes.
- Por esos te cortaron las orejas.
- Sí y también el rabo; así ofrecemos menos puntos débiles al enemigo.
- Yo seré guardián de la casa y de las fincas; ya me peleé con los jabalines...¡Unos puercos! Entraron en el maizal y destrozaron todo. Una noche, papá, los tíos y yo los esperamos y le dimos una buena corrida: escapaban, tropezaban contra los muros, árboles, algunos cayeron en el agua. Yo me estaba riendo. ¡de repente! Aparece uno, grande, fiero y feo; me embistió, empecé a correr y él me perseguía; corrí mucho, frené en seco y pasó de largo. Se dio la vuelta y empecé a correr en círculo entre los árboles, me perseguía con saña; corrí hacia el carballo grande, ya lo tenía muy cerca, cerquisima; le hice un regate y sacudió su cabeza contra el carballo, se levantó mareado, le sacudí fuerte con mis patas, cogió miedo y se escapó. Y ya no volvieron por aquí.
- Ja, ja. Un cuento chino, un cuento chino.
- Vosotras dos sois tontas, lo que dije es verdad.
- Ja, ja. Trolero, cuentista.
- Tontas, presumidas...., solo pensáis en novios
- ¿Tenéis novio?
- No, no.
- Si, si. ¡Están enamoradas! Le gustan los primos. Tienen novios, tienen novios.
- Imbéciles, tontos.......
- ¡¡SILENCIO!! ¡¡A DORMIR!!
Todos se hicieron burlas con muecas, menos Caco que cayó dormido como un tronco y empezó con sus ronquidos que todos tuvieron que taponar las orejas para poder dormir.
CAPITULO XXIV
Amanece duro, pesado y caluroso. El gallo estaba muy enojado con Caco por sus gamberradas, y eso como macho fiero no lo podía permitir. Entonó sus Pavarottis.
- KIKIRIQUIII,.... KIKIRIQUII..
Caco se levantó como una flecha y le armó un follón al cabezo de Don Gallo; este se enfadó y cantó más fuerte; los guaus de Caco confundían las dos voces. Entre los dos despertaron a todos los del valle, menos a Mamá Luisa que, agotada, dormía profundamente.
Don Gallo se quedó afónico; Caco le echó un pedo y se fue a dormir. Don Gallo musitaba: "Vaya caradura, menuda jeta, me deja sin voz y se va a la cama; ¡qué asco! Hasta me lanzó un pedo contaminado".
Valentín salía a caballo, acompañado de los perrillos; iba a visitar las bestas, al alto del monte. Iba saludando a sus vecinos que preparaban los aperos para la labranza, o sacaban las vacas, ovejas a pastar.
Simón se levantó un poco más tarde; se fue a lavar a la fuente y sus aguas cristalinas le contaban sus historietas de cuando era pequeño. Recordaba cuando eran niños, todos se bañaban en una piscina hecha de ladrillos, que acumulaba agua para regar la campiña, que la llenaban el manantial de la fuente.
Paseó por los maizales de Valentín; eran auténticos, los de siempre; buenas espigas y de tallo muy alto; ya estaba regados; había mujeres y niños que cortaban los pendones, pues eran una comida muy grata para los animales.
Se encontró con los sombríos calacús; mucho se había divertido en un mes de difuntos; había hecho unos ojos, una nariz, y una boca grandísima la más grande; en el interior le había colocado una vela;
cuando la bruja de la aldea, venía, ya de noche, a su casa; en un recoveco se encontró con un monstruo horrendo, se cayó, su burra se escapó. Casi se muere del susto; la salvó las risas de los niños. Se levantó y les echó un montón de maldiciones, y otras palabras.
A Simón también le había gastado una buena broma: volvía a la casa de su abuelo y se encontró con un cortejo, iban todos de blanco con velas y llevaban una caja de difuntos. Creyó que era la Santa Compaña y desapareció como un relámpago. Muchos se rieron después de estas y otras muchas cosas.
Su niñez fue muy bonita, llena de vida, de naturaleza; aprendió de todos, de los chicos, de los mayores, de los animalitos, pero sus preferidos eran los perros y caballos.
Llegó al Lérez; estaba perezoso, lento, y susurraba palabras de paz, de fascinación, de pureza cristalina; los zapateros estaban medios adormilados y algunos fueron engullidos por las traviesas truchas. Se
sentó y siguió con sus añoranzas. Caco se levantó. El Gallo le quiso reprochar algo, pero tenía una buena afonía; Caco le echó la lengua y se fue en busca de Mamá Luisa. Dormía..., le dio un beso y fue al encuentro de Simón, pues tenía que aclarar muchas cosas.
Sabía que Simón nunca lo abandonaría; él se escapó por remordimientos: creía que solo daba problemas, que entristecía a todos, que no valía para nada, y también por el miedo de ir a la perrera.
Simón contemplaba los remansos caprichosos y traviesos del río, en ellos se reflejaban juncos, álamos, y otros árboles, orgullosos, erguidos. Pensaba en su niñez: en su abuelo, su padre, sus amigos, en su potranco travieso, bravo y bueno; era todo de azabache, muy limpio y reluciente... Sus ojos, unos escarabajos negros, saltones, alegres, hermosos. Recordó a su perro, que nunca se separaba de él; las trastadas que habían hecho, junto con Valentín, su mejor amigo.
- Guau.
- ¡Qué, golfallán! Menudo jaleo armaste con el gallo.
- Guuaaau.
- ¡Ya!. Te entiendo y te veo muy feliz: eres un cachorro muy fuerte y sano. Comprendo porque te escapaste, pero nunca nos debiste abandonarnos.
- ¡Guauuu!
- Aun eres pequeño y pronto aprenderás. Mamá Luisa y yo te queremos mucho, y en prueba de nuestro cariño te dejamos que elijas con libertad: quedarte con tu familia o volver con nosotros.
- ¡Guuu....!
- No digas guau, lo piensas. Si te quedas, vendremos a menudo a visitarte. Vamos.
Iban despacio, respirando el aire a pino, aromado por la floresta, los campos sembrados y por el río bello, pero a veces muy traicionero.
Caco vio un lagarto y se fue a jugar con él; pero éste, desconfiado, le montó bulla. Caco se enfadó y lo dejo. Sus hermanos estaban jugando al escondite entre los maizales; se sumó al juego y pronto empezaron las grandes carreras, las peleas. Recibieron broncas de los labradores, pues levantaban polvo y deshacían los surcos de riego.
Entre risas y trastadas llegaron al río, se lanzaron al agua, menos Caco, pues recordaba a las malvadas olas del fiero mar. Sus hermanos le llamaron gallinita: "Clo, clo, clo.."
Entre todos los tiraron al río, se hundió hasta el fondo, pero salió como un foguete, gruñendo, sacudiéndose, ofreciendo cachetes, mordiscos....... Sus hermanos se revolcaban en la hierba muertos de risa.
Estaba húmedos. Había unas sábanas a blanqueo, su blancura tenía embelesado al sol, que no cesaba de echarle besos tiernos de calor. Se revolcaron en ellas y se aprovecharon de sus caricias.
La molinera les lanzó jaculatorias y pelouros; los golfos huyeron, perseguidos de maldiciones. Al rato la molinera sonrió: "Estos canciños son o demo".
Simón subió hasta el Outeiro; vio las casas en ruinas, donde naciera su abuelo y su padre; las tierras que habían pertenecido a la familia estaban semi-abandonadas; le produjo tristeza; de niño perdió a su abuelo, ya terminada la carrera, a su padre, sus mejores amigos.
Llegó a los viejos molinos, ya abandonados; había un remanso fresco, lúcido, trasparente; allí se bañaban las mocitas de entonces, con unos grandes camisones; pero al salir del agua se les pegaban al cuerpo y transparentaban; El y Valentín, eran unos niños pillos, las observaban escondidos y varias veces tuvieron que salir de estampida al ser descubiertos.
Retorna triste, meditabundo, con añoranza; atraviesa maizales de semillas americanas; raquíticos, con peor espiga y harina: la idea de este cambio se le ocurrió a un erudito del Gobierno, hace unos años; al ver los resultados se pidieron explicaciones y todavía no tuvieron respuesta, como de costumbre.
Valentín no hizo caso y sus maizales son gallegos, muy gallegos; sus mazorcas, al inicio de su madurez, son lechosas y sabían muy ricas, asadas a brasa. Los pendones, altos y soberbios, que eran muy
apetitosos para el gando.
Mamá Luisa y Lola, la esposa de Valentín, recorrían el jardín y escogían esquejes para replantar en el chalet; hablaron de muchas cosas, de sus hijos, donde estaban, lo que hacía, y demás verbas. Pronto fue la hora de comer y Valentín contaba cómo había encontrado a las bestas, las vacas, los rebaños.. La conversación fue un salto de un tema a otro, pero divertido, contando cosas de la niñez, o de alguna
travesura, suceso, pero no entraron en temas políticos, pues los dos, de distintas ideologías, estaban desencantados; observaban en su silencio que los pueblos iban encaminados a una demagogia y no democracia.
En el corral había silencio, pues el Sol obligó a todos, incluso a Caco, a dormir la siesta, costumbre labriega.
Pedro de Lorenzo y Macias