Jacobo Mesías
Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, alias Pipo
Elegir el nombre de un retoño es siempre una cuestión controvertida. Antiguas tradiciones como poner el nombre de un santo, o repetir el nombre del padre o la madre son cada vez menos frecuentes. De hecho, hoy en día es tendencia poner nombres raros, pero ¿qué límites hay?
Entre las prohibiciones que más controversia ocasionan está la de los nombres que "perjudiquen a la persona o hagan difícil su identificación". Bajo este trasfondo se ha denegado la inscripción de nombres como "Cheyenne", "Lluvia de Abril" o "Elah" entre otros muchos.
Otra regla particular es la del límite de vocablos. Únicamente se permiten tres opciones: un nombre simple; dos simples; o uno compuesto. No obstante, el lector se preguntará cómo es posible que tengamos un rey llamado "Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia", o que su sobrino se llame "Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón" (alias "Pipo"). La explicación es que la iglesia sí permite nombres múltiples en el bautizo, sin perjuicio de que al registro civil únicamente acceda uno o dos de ellos.
Conviene aclarar que, en el caso de la familia real, tienen un registro civil propio y diferente al del resto de los mortales, y por supuesto, "ultraprotegido" y "megaprivado", así que igual me estoy aventurando un poco al decir que el rey no está inscrito con sus cinco nombres. En cualquier caso, quiero pensar que, como con todo hijo de vecino, no se hacen excepciones.
Por lo que respecta a los apellidos, obviamente no hay demasiado margen de maniobra. Hasta hace bien poco, si una pareja no tenía un hijo varón, se daba muerte al apellido familiar. Además, la obligatoriedad de que se transmitiese el primero de los apellidos, y que ese fuese siempre el del hombre, llevaba al absurdo de que las mujeres se viesen obligadas a perder esa seña de identidad.
Por fortuna, desde hace algunos años el registro civil permite que sean los progenitores quienes elijan (de común acuerdo) cuál de sus primeros apellidos podría continuar la saga. Eso sí, el susodicho siempre tiene a salvo la posibilidad de, si lo desea, cambiar el orden de los mismos cuando alcance la mayoría de edad.
Haciendo una reflexión ya para terminar, me pregunto: ¿Qué sentido tiene tener dos apellidos? Partimos de la premisa de que el segundo siempre desaparece, así que su existencia deviene absolutamente irrelevante. Más práctico sería tener uno solo, tal como sucede en la mayoría de países anglosajones.
Todo esto lo digo hoy, día en que se conmemora el patrón de los abogados católicos, San Alfonso María de Ligorio, quien curiosamente fue bautizado como "Alfonso María Antonio Juan Francisco Cosme Damián Miguel Ángel Gaspar de Ligorio". Sí, diez nombres y un apellido, y es que fue la historia de este letrado la que inspiró mi artículo.
Tras todo lo dicho, he de decir que considero que nuestra normativa no está tan mal. Al menos no es posible llamar a un niño "X Æ A-Xii", tal como han hecho Elon Musk y su esposa (y eso porque el estado de California no les permitió incluir números como pretendían inicialmente). Si es que ya lo dice el refrán, "en todas partes se cuecen habas".