Valentín Tomé
Res publica: Plan Bolonia, cuando los mercaderes profanan el templo del saber (Segunda parte)
La denominación científica de nuestra especie es la de Homo sapiens, el hombre que sabe. Desde la Academia platónica sabemos que la mejor forma de despertar en el ser humano ese deseo innato por el conocimiento es la educación. El compromiso con la Razón exigía que para adquirirlo la búsqueda de la Verdad debía ser la única guía. No se medía jamás la utilidad de un saber por sus aportaciones al terreno de lo práctico, las cuales por supuesto tampoco eran desdeñadas, sino por su concordancia con las exigencias de la Razón.
Sin embargo, a raíz del triunfo del neoliberalismo como vector ideológico desde mediados de los años 70 del siglo pasado, se impuso otra categoría ontológica para el ser humano, la de Homo faber, el hombre que hace. Lo importante era ahora no tanto el conocimiento per se sino la habilidad o destreza en su aplicación. Se imponía así en el campo educativo, el saber práctico frente el saber teórico. En nuestro país esta nueva corriente ideológica no penetra en el ámbito de la educación superior hasta bien entrados los 90 de la mano de la implementación del Plan Bolonia.
Como decíamos en el artículo anterior, se trataba (y se trata) de crear una Universidad al servicio de la sociedad; eufemismo, como ya hemos visto y veremos también a continuación, para no decir que se trata más bien de crear una Universidad al servicio del Mercado. La primera parte de este artículo la dedicamos a analizar la primera fuente de ingresos de una Universidad condenada a funcionar según los criterios de una empresa privada, el pago de las matrículas (grados y másteres) por parte de los alumnos. Centrémonos ahora en la otra principal fuente de ingresos: las empresas que deciden invertir en esas universidades para financiar proyectos de investigación de los que esperan obtener una rentabilidad.
Lo primero que debemos preguntarnos es ¿qué tipos de investigaciones estaría dispuesta a financiar una empresa dentro de una Universidad? Evidentemente, cuesta imaginar a una empresa dedicada a la fabricación de bienes financiando un proyecto de investigación sobre las características antropológicas de la tribu de los Kpelle en África Occidental (salvo que la empresa en cuestión esté interesada en hacerse con los recursos naturales de su territorio), la filosofía de la Estética en la música contemporánea (salvo que de ello se pudiesen extraer unos patrones estéticos que lograran hacer la música que se intenta vender más comercial) o sobre la semiótica de la escritura cuneiforme en lenguas muertas como el sumerio o el acadio (salvo que de la lectura de alguna tablilla sumeria se esperara determinar la localización de algún tesoro). Parece por lo tanto que el campo de las Humanidades lo tiene especialmente difícil para resultar "atractivo" a las empresas. Si no se puede esperar extraer una rentabilidad, ese saber resulta inútil.
Se podría llegar a pensar entonces que es el campo de la Ciencia y la Tecnología la que más posibilidades presenta para obtener la financiación deseada. Nada más lejos de la realidad. El lenguaje de la Ciencia es el lenguaje de las matemáticas o si se desea el de la llamada Ciencia básica, es decir el de aquella disciplina dedicada fundamentalmente a trabajar con modelos teóricos lo suficientemente abstractos que puedan servir de base para el desarrollo posterior en campos más concretos. Así por ejemplo si una gran cantidad de matemáticos no hubiesen consagrado años de su vida al estudio de algo tan abstracto y aparentemente "inútil" como las geometrías no euclidianas, Einstein no hubiese podido desarrollar su famosa Teoría de la Relatividad General (la cual por poner un ejemplo de su "utilidad" es fundamental para el desarrollo de nuestro sistema GPS) o sin los esfuerzos de decenas de físicos por entender los secretos fundamentales de la mecánica cuántica que parecerían meros juegos intelectuales "inútiles" no existirían nuestros teléfonos móviles. Sin embargo, es sencillo deducir que ninguna empresa en sus cabales financiaría jamás un proyecto dedicado a estudiar las geodésicas en una variedad multidimensional (geometrías no euclidianas) o al estudio de la naturaleza onda corpúsculo de una partícula elemental (mecánica cuántica).
Pero no son estos saberes científicos más aparentemente abstractos (matemática pura, física teórica…) los únicos sacrificados en el altar de una Universidad orientada al Mercado; las ciencias empíricas tampoco se escapan de esta dinámica destructora del conocimiento humano. Así, no resulta difícil de entender que en muchos campos de la Ciencia como la zoología, la etología, la paleontología o la astrofísica es especialmente complicado encontrar proyectos de los que se puedan esperar resultados para su explotación económica.
A pesar de todas estas dificultades para la investigación, es bien cierto que en la actualidad en nuestras universidades se desarrollan miles de proyectos que tienen a determinadas empresas como principales financiadores en disciplinas tan diversas como la ingeniería informática, la biología molecular o la física de materiales. A raíz de la experiencia existente en este tipo de iniciativas, podemos diferenciar fundamentalmente dos tipos de proyectos: los destinados a alcanzar una conclusión que resulte satisfactoria para los intereses de la empresa, y los destinados a obtener alguna innovación o patente que suponga una ventaja económica para la empresa.
En el primer caso es la Verdad la que se ve seriamente comprometida. No faltan ejemplos de estudios "científicos" desarrollados por universidades financiados por petroleras que niegan el cambio climático, o los impulsados por farmacéuticas para certificar la eficacia de un determinado psicofármaco cuyos efectos en el mejor de los casos no superan los de un placebo. El cliente siempre tiene la razón, eso dice el eslogan. Cuando el interés económico entra por la puerta, el método científico salta por la ventana.
En el segundo caso, es la Universidad pública, que sostenemos todos con nuestros impuestos, la que resulta vampirizada por el Mercado. Sus laboratorios, material científico y el trabajo de sus investigadores casi siempre precarios son puestos al servicio de una empresa que hace un uso privativo de los resultados de esa investigación, en un ejemplo más de ese famoso adagio que rige el capitalismo desde sus inicios "socializar pérdidas, privatizar beneficios".
Con todo lo dicho, es una tarea urgente proteger a la Universidad de su profanación. Los mercaderes deben ser expulsados, no hay lugar para ellos en el templo del Saber. La búsqueda de la Verdad, la objetividad, la maestría o la independencia no son valores con los que se pueda comerciar. Al igual que nos escandalizaría la imagen de un juzgado patrocinado por una multinacional, nos debería escandalizar la imagen de una Universidad al servicio de la empresa.