Kabalcanty
Gueto 63 Schreiner (Parte 2ª)
A media tarde un nutrido círculo de internados rodeaba al recién llegado. Escuchaban con atención las novedades del exterior mientras Demetrio Villalobos se explayaba en descripciones ampulosas moviendo las manos y gesticulando como si declamara un sentido poema. Se estiraba el bigote, enroscándoselo en las puntas, en la monomanía de un tic que dividía su rostro cuarteado en dos partes casi simétricas.
— …. Pero es ahí, compañeros artistas, donde reside todo el problema: la sociedad se ha vuelto mema del todo. La proliferación de la propaganda alienante, véase televisión, cine, prensa, espectáculos, educación, literatura adocenada, ¡arte gregario!, de este Estado opresor por capitalista incontenible, llevado a cabo a lo largo de la última década, ha cuajado entre la sociedad convirtiéndola en mera comparsa de los intereses de las manipulaciones de esos políticos títeres servidores de los potentados. La comodidad inculta ha dado su fruto señalándonos a nosotros, los artistas, los disconformes con el mundo, los que decimos de la vida su esencia oculta con nuestro arte, como los traidores a la sociedad, lo sobrante. El hombre es algo más que un esclavo trabajador que come, duerme y calla; su mente, su sensibilidad, actúa para engrandecerlo sobre lo vulgar y esculpe, escribe, pinta, dirige actores, fotografía o compone música para que otros hombres degusten arte y sepan de la belleza terrenal. No hablo sólo para que me escuchéis, sino para aunarnos todos los artistas presos en la lucha contra este siglo XXI repleto de lacras y retrocesos sociales, henchido de poderosos adinerados que les molesta sobremanera la intelectualidad independiente, lleno de una salvaje tiranía que asola el continente que un día presumió de democrático y librepensador. ¡No a la idiotez consumista! ¡No al desprestigio de las artes! ¡No al hombre mediocre base de esta sociedad inmóvil! ¡¡Salud y victoria, colegas!!
Hubo unos tímidos aplausos en tanto los internados comentaban la alocución de Villalobos. Luego se fueron disgregando por la sombra del patio.
Peter y Tomás se quedaron esperando que se disolviera el grupo para acercarse al recién llegado. Este estaba sudoroso, enjugándose la frente con un pañuelo arrugado que sacaba y metía en el bolsillo superior del mono. Trato de sonreír al ver acercarse a los dos hombres pero parecía tener ganas de huir o de emborracharse de la manera más rápida.
— Queridos amigos -dijo no sin fatiga- necesitaría un trago aunque fuese de agua.
Tomás se acercó a por unos de los botijos que esperaban a la sombra del depósito de combustible.
— Este botijo hace un agua fresca, fresca, Demetrio.
Dijo Peter viendo venir a Tomás.
Un dron se acercó en su vuelo al grupo de los tres para quedarse sobrevolando en lo alto de sus cabezas.
— ¿Y este moscardón? -preguntó Villalobos, después de echar un par de tragos, señalando con una mueca al dron- ¿Tanto miedo nos tienen?
— Aparentemente somos libres en nuestro tiempo de asueto, que es mucho, pero la vigilancia es exhaustiva; no se fían ni encerrados en este jodido desierto.
Villalobos sacudió la cabeza con escepticismo.
Peter se había sentado junto al recién llegado. Le miraba de frente, con cierta veneración que chispeaba en sus ojos claros.
Tomás se había sentado en el suelo con la espalda apoyada en el muro del edificio matriz. Dibujaba sobre un cuaderno de tapas duras un paisaje de extrañas redondeces.
— ¡Bah, hipócritas de mierda! -exclamó Villalobos como si espantara el vuelo del dron- ¿Pintas surrealista, minimalista, pop, antidualismo, hipster?
Tomás, sin levantar la vista de su cuaderno, meneó la cabeza en un gesto indefinido.
— Paisajes conceptuales. -dijo al fin- Imagino un mundo exterior inanimado, tal vez….. transparente en una zona abisal.
El cuerpecillo frágil de Tomás se agitaba desenvuelto dentro del mono a la vez que manejaba el carboncillo.
— La imaginación artística -dijo Villalobos cerrando los ojos complaciente.
Estuvieron hablando largo rato Peter y el nuevo en el gueto, mientras el otro seguía con su dibujo. La tarde comenzaba a declinar y las sombras de los muros comenzaban a ganar la partida en el patio. Los internados, cada cual en su actividad artística, empezaban a guardar sus diferentes bártulos por la próxima llamaba para la cena y el posterior descanso en las celdas. Mecánicamente los hombres seguían sus rutinarias pautas moviéndose con más soltura que al mediodía.
Uno de ellos, el que anotaba breves notas en un cuadernillo y que llevaba observando la posición de Villalobos desde hacía buen rato, se les fue acercando despacioso. No fue del grupo de los que escucharon la perorata inmerso en lo que escribía, pero chasqueó la lengua en varias ocasiones al final de algunas frases. Tenía el cabello largo y rizoso y unas gafas de montura de alambre. Frunció el entrecejo cuando la distancia a Villalobos fue menor.
El recién llegado le vio venir. Pareció inquietarse según se acercaba porque trató, de forma atropellada, de cortar la conversación con Peter pretextando una urgencia urinaria.
— ¿Demetrio? -elevó la voz el hombre que se acercaba viendo la precipitada marcha del otro- Te he visto hace un rato pero no estaba seguro aunque escuchándote debí darme cuenta antes. Te has dejado ese bigote imperial que me ha despistado.
Villalobos se detuvo de pie. Esbozaba una fingida sonrisita mientras esperaba la llegada. Sus ojos fueron activando un brillo peculiar siguiendo la trayectoria del otro.
— Me recuerdas ¿no?
Le tendió los brazos para fundirse en un abrazo.
— Quién podría olvidar a Rufus H., imposible. El mejor poeta de mi generación, queridos colegas.
Dijo Villalobos, dirigiéndose a los otros dos.
— Conocemos de sobra a Rufus, Demetrio. No lleva por aquí mucho tiempo pero el suficiente para saber que es de los nuestros: un artista libre.
Rufus H. buscó el rostro de Villalobos hasta que encontró el hueco perfecto.
— Conocí a Demetrio no hace mucho, fuera de aquí, claro; pocos meses antes de que me detuvieran, cuando parecía que la caza de brujas contra la cultura disidente había alcanzado sus objetivos. Lo recuerdo, sí.
El mencionado se sentía incómodo; colgaba la misma mueca cómica si bien iba perdiendo fuelle derritiéndose en su rostro.