Kabalcanty
Gueto 63 Schreiner (Parte 4ª)
Cuando Rufus H y Villalobos llegaron hasta el resto de internados, la alteración general era ya un hecho. La gran mayoría había abandonado sus bregas mientras observaban a los drones despanzurrados comentando el acontecimiento.
— ¡¡La puerta está abierta!! ¡¡Podemos irnos, compañeros!!
Venía vociferando Alik, el hombretón de larga barba y cabellos alborotados que sufrió el correctivo el día de antes. Todavía tenía en el rostro varias marcas de la violencia, sin embargo mostraba una energía descomunal ante el hallazgo que significaba la vuelta a la emancipación.
— ¡¡La libertad nos espera!!
Todos lanzaron vítores alzando los brazos.
Alik rugió y estrujó en un abrazo el escueto cuerpo de Tomás que había salido corriendo a su encuentro.
— ¡Un momento, colegas, compañeros artistas! -gritó Villalobos adelantado a Rufus- Tenéis que escucharme, será corto lo que os tengo que decir.
Todos escudriñaron a los dos hombres señalándoles las evidencias que tenían a su alrededor en un murmullo.
— Siempre me pareciste un cantamañanas, Demetrio, pero ahora además se me antoja que eres un aguafiestas. -gritó Alik, situándose al frente de los internados.
Alik era un célebre escultor que trabajaba el mármol y el alabastro. Tanto entre entendidos como en los círculos más íntimos se conocía sus formas feroces y su humor un tanto despiadado y negro. Extendía los puños contra Villalobos y Rufus en actitud agresiva mientras, tras él, el pintor Tomás asentía con el entrecejo fruncido.
— Vamos, amigo Alik, no vamos a enfadarnos en un día tan señalado -dijo Villalobos contemporizando- Lo único que yo deseo es haceros una advertencia, una simple toma de contacto con esa realidad que se coció ahí afuera.
Tras unos instantes de murmullo general, los internados fueron haciendo piña alrededor de Villalobos. Rufus, aunque cerca, observaba el ambiente algo mohíno, apoyado contra una de las columnas que sujetaban el techo de cañas.
— ¡Pues habla de una puñetera vez! -le increpó Alik sin dejar su liderazgo.
Villalobos carraspeó un par de veces antes de tomar una visual de los que esperaban sus palabras.
— Colegas: la sociedad en el exterior de estos muros vergonzantes ha cambiado todavía más de lo que podéis imaginar, os lo aseguro. El poder la ha manejado hasta tal punto que ya sus intereses son los de esa mayoría. ¡Es inaudito, lamentable, abominable! Es todo lo que queramos pero es real. Creo que no hay mejor explicación a lo que digo que lo veáis vosotros mismos, que comprobéis que la libertad puede que no sea, en este caso, una dádiva, una legitima condición que merece todo ser humano, sino un abandono, una condena….
Villalobos puso punto final a su alocución visiblemente emocionado ya que sus dos últimas palabras quedaron atascadas en su garganta y salieron prendidas de un suspiro agudo, algo casi inaudible que sonó lamentoso.
El casi centenar de hombres esperó algo más, alguna concreción por parte del que se consideraba como el indiscutible artista de más prestigio y reconocimiento del país, sin embargo Demetrio Villalobos callaba sin atreverse a encarar a los internados.
— ¡¡Pero me cago en la leche, Demetrio, no nos vas a decir nada más!! ¡Nos has dejado chafados y sin saber el por qué!
Alik, sin abandonar su posición preferente, le mostraba su rostro airado tras el enjambre de su barba.
— Propongo salir cuanto antes camino a las montañas -dijo al fin Villalobos- Allí comprenderéis.
— ¡¡Diosssss!! –bramó el escultor en una fiera rabotada.
— Os aconsejo que llevéis lo imprescindible: comida y agua para un par de días a lo sumo. –comentó Villalobos antes de reunirse otra vez con Rufus H.
Unos más presurosos que otros, más cariacontecidos o menos, fueron recogiendo sus pertenencias para guardarlas en sus celdas. Asaltaron, sin resistencia alguna, las puertas que blindaban los alimentos del día y las bebidas. Todo había dejado de funcionar incluso el sistema eléctrico.
De la breve euforia por el abandono del Gueto 63 Schreiner, que significaba la libertad de los artistas e intelectuales recluidos, se había pasado a un estado de contención e incertidumbre que mostraba a los internados una cautela llena de presagios. Se hacían grupos de hombres que charlaban en voz baja, otros que valoraban su arte acumulado en el tiempo de reclusión sin saber a ciencia cierta qué hacer con él, otros, los más solitarios, que trataban de vislumbrar por encima de los muros de hormigón la libertad que les esperaba al otro lado de las montañas. Todos deseaban creer, porque esa ansiada libertad se lo exigía, pero las palabras de Demetrio Villalobos los volvían desconfiados, temerosos. Nadie quería pronunciar ninguna frase maldita, ni aventurarse en la negatividad más absoluta, pero sus rostros estaban demasiado tensos para encontrarse ya liberados de verdad.
Rufus H. y Villalobos fueron acercándose al habitáculo inteligente de la entrada, lugar en donde se alojaba el único material humano del Gueto 63 Schreiner. Obviamente estaba vacío: los ordenadores y receptores apagados sin corriente eléctrica, las sillas de los uniformados libres y la puerta acorazada a medio cerrar. Supusieron los dos internos que con el camión de la noche salieron los dos guardias y que un temporizador mantuvo la instalación en marcha hasta eso de las 10:45. “Así evitaron posibles sorpresas antes de tiempo”.
— Está claro ¿no? -concluyó Villalobos, sentándose en una de las sillas que ocupaban los uniformados.
Rufus sólo asintió. Toqueteó las teclas y botones inservibles como en un juego para luego mirar el exterior a través de una de una de las dos troneras que tenía la garita inteligente. Desierto bañado por sol inclemente y al fondo la cadena montañosa.
— Se supone que los del Gueto 81 Holmberg estarán en la misma situación.
— Sí.
— Será duro llegar hasta las montañas, Demetrio. No llegaremos todos.
— Y qué más da.
Contestó Villalobos sucinto.