Marisa Lozano Fuego
Los políticos no existen
Lo cierto es que los políticos no existen. No existen, son un mito como el Coco, los Reyes Magos, el Hombre del Saco (algunos lo llevan muy lleno); el Ratón Pérez.
A veces adoptan formas humanas, sí, lo sé, incluso llevan corbatas, trajes, discursos y sonrisas. Dientes, muchos dientes, muy blancos. Nos emocionan, nos drogan, nos venden, nos prometen y nos transportan, nos traicionan, nos ilusionan.
Queremos creer en ellos. Lo sé. La fe es necesaria, siempre el ser humano fabrica ídolos, es necesario, es una costumbre ancestral, tótems, deidades, todo eso…eximirnos de responsabilidades y pensar que estamos en otras manos, que alguien decide, que ponemos su confianza en nuestras manos.
También ese alguien posteriormente, tiene la culpa del desastre o el éxito de la gestión. La etimología de la palabra democracia, es tan difusa e inexacta en su interpretación como los vagidos de un elefante comiéndose un pastel de nata. No nos cuadra, nos queda grande, es una realidad desconocida y que en realidad nos asusta. El poder implica responsabilidad. La ilusión de tenerlo, acariciarlo, morder un trozo y saborear, oh, resulta tan atractivo…sí, poder del pueblo en las urnas, ejerciendo nuestro derecho, escuchando sus mítines. Nosotros decidimos. Ellos solamente son la pantalla, la pared de papel donde se proyecta la peli, el objetivo de la diana. Sí, un espejo de nuestras necesidades, y deseos. Porque en realidad, están ahí para servirnos. Para servir, vocación de servicio, voz de la ciudadanía, altavoces, portavoces, voces, voces. Muchas voces, muchos debates, alguna mariscada y en medio de la marabunta, puñales y tarjetas, sobres y mucho, mucho fuego amigo.
Pucherazos y ranas.Tongo.Listas, listos, más listos, borriquillos, cabezas de turco, bases, pirámides jerarcas. Sí, todo un vocabulario extenso que nos resulta intraducible.
Ahí está, nos aterra y fascina, ese mundo de unos cuantos poderes fácticos que nunca podremos tener. Pleno de secretismos y cónclaves, pactos secretos, traiciones, debates, todo eso que nos roza de lejos , una casta de diversos signos que tememos, odiamos, admiramos, una casta que solo existe en la realidad paralela.
Nos preguntamos si son de verdad. Si conocen el sabor de una lágrima, la infamia de un despido improcedente, la injusticia del hambre, el frío, el placer de una cópula sin precio.
Ellos, ellas, sí, tratan de acercarse, finalmente nos necesitan. Somos la justificación de que ocupen diferentes sillones, concejalías, diputaciones, senados. Sí, nosotros tenemos el poder en las manos, en los sobres, en las bocas. Pero seguimos permitiendo que los ejerzan ellos.
Es más fácil, es más sencillo, pensar que sí son de verdad. Nos convencemos de que escuchan, de que importan, de que asustan, de que manejan. Alguno seguramente erotiza. Otros, producen náuseas. Pero eso también pasa con los eméticos, las ostras, los yogures caducados y etcétera. Solo son efecto placebo de lo que queremos sentir.
La catarsis, el ninot, el muñeco vudú, el yunque golpeado, el suelo donde echar el escupitajo.
No existen, no existen, no existen. Permanecen desdibujados en las pantallas, en los libros, en las televisiones, en las redes. Siempre templados, siempre sonriendo, a veces desollándose y mordiéndose los cuellos hasta el extremo de que nos preocupe su integridad física, o nos hagan sentir vergüenza. Pero después, oh reino de la Hipocresía, comparten solidariamente una cerveza o un champán.
Sí, los políticos son sucios, viles, rastreros. Escoria, vergüenza, deseo. Proyección de lo que algunas personas desean y nunca pueden tener, proyección de lo que otras no están dispuesta a ser para venderse, para inmolarse.
Son ellos, es culpa suya, nosotros no hacemos nada de eso. Somos simplemente espectadores, espectadoras de su villanía. No es culpa nuestra porque no podemos pararlos, son tan poderosos, tan fieros, tan crueles, con tanto peso, como mastodontes o dinosaurios, con espadas láser, aviones, Moncloa, tarjetas Black, gafas , melenas, esposas, esposos, cremas, titulaciones falseadas, denuncias, poderes, fracasos.
Parecen tan irreales que no pueden existir, al menos en la esfera comprensible, tangible, humana.
No comprendo cómo podemos no arrodillarnos a sus pies, son tan poderosos, tienen la piel de hierro, nunca lloran, se mojan, no tienen familia, o pasado. No sienten, no padecen, fueron creados a imagen y semejanza de un búnker, un robot, una espada láser.
Todo es culpa suya. La guerra, el hambre, el resfriado, la cólera, la muerte de nuestro perro, la eyaculación precoz y tardía, la anorgasmia, la suciedad de los parques y los corazones.
Todo es mérito suyo. La ternura, la magia, el beso, la delicia de una paella, el goce de un orgasmo, la ternura de un abrazo, la maravilla de una puesta de sol.
Nosotros no tenemos voto en todo este universo de cracia y logia.
¿Veis?
Son nuestra droga, nuestro mantra, nuestra desilusión, terror, nuestro goce y nuestro delirio. Son nuestras pulsiones carnales, el gel de nuestra ducha, el pelo de nuestras piernas, la quemadura de aceite. Son como esos hologramas que fabricamos en función de nuestra necesidad o temor.
Magia negra, magia oscura, realidad desconocida y siniestra.
Somos como un copo de nieve en medio de este Hades, nos derretimos, nos moldean. Nos hieren.
Nos hacen llorarnos conceden favores, son capos, son bestias, son fuertes, son impenetrables.
A veces un político se cansa, pero es porque están diseñados de esa forma. Otras veces derrama lágrimas, pero seguro son de cocodrilo. En ocasiones tiene miedo, pero debe de ser fingido.
Tal vez empezamos a darnos cuenta de que son nuestra obra, nuestra obra perversa y sutil, nuestra fantasía de grandeza y el culmen de nuestra locura.
Tal vez sea hora de darnos cuenta de que los políticos no existen.
No como los hemos imaginado. Ni tan enormes, ni tan fuertes. Ni tan malvados, ni tan grandes.
No así, no aquí, no ahora.
Ellos no existen, no ellos solos, no sin nosotros, no sin nuestra rabia, no sin nuestro aplauso, no sin nuestro voto. Por eso nos piden devoción, participación, opinión, razón, todo eso que acaba en on y es el botón pulsado para hacerles funcionar.
Ellos no existen, no sin nosotros, no sin nuestro apoyo, podemos encumbrarlos u obviarlos, podemos hundirlos, hacerles llorar, podemos abatirlos y abrazarlos. Podemos incluso, quererlos.
Porque no existen, no existen, no existen.
Pero pueblo, NOSOTROS... SÍ.