Valentín Tomé
Res publica: La interpretación de Copenhague y el coronavirus
En el apasionante, desconcertante y siempre sorprendente mundo de la mecánica cuántica, las intuiciones que manejamos de manera natural para movernos en nuestra vida diaria dejan de tener sentido y deben ser sustituidas por otras, más abstractas y formuladas en lenguaje matemático, que intentan dar predictibilidad (una de las características fundamentales de toda teoría científica digna de llamarse así) al mundo subatómico. Esto provoca que en multitud de ocasiones no resulte nada sencillo "traducir" todas estas formulaciones a metáforas o analogías del mundo macro en el que nos desenvolvemos que permitan clarificar estos conceptos al común de los mortales (a decir verdad, corre incluso la sospecha de que los propios físicos cuánticos no tengan muy claro el significado profundo o último de la jerga en la que ellos mismos se expresan durante su propia actividad científica).
Sin entrar en detalles, quisiera exponer aquí uno de los principios fundamentales de la mecánica cuántica, ya que me sirve, en este caso sí, para ilustrar el propósito último de este artículo. Se trata de la conocida como Interpretación de Copenhague. En su formulación más sencilla podríamos definirla como aquella que afirma que lo que observamos en nuestros experimentos no es lo que la naturaleza realmente es cuando no la estamos observando. Es decir, al diseñar un experimento estamos decidiendo que aspecto de la Naturaleza deseamos que ésta nos revele (si la posición de un electrón o el momento de un neutrino) pero nada podemos decir a ciencia cierta sobre lo que no se mide. Parafraseando a Wittgenstein podríamos afirmar: "De lo que no se puede medir, mejor callar" (recordemos que el Tractatus logico-philosophicus de este célebre filósofo, escrito en las trincheras de la primera guerra mundial, termina con esta lapidaria frase: "De lo que no se puede hablar es mejor callarse").
Esta paradójica afirmación llevó a Einstein, que no creía en ella, a preguntarse irónicamente: ¿Es «real» la Luna, cuando no es observada por nadie? ¿Es necesario que alguien esté permanentemente observando la Luna para que parezca «real»? ¿Quién la observa permanentemente?. Seguramente el propio lector/a sienta la misma perplejidad burlona de Albert ante la Interpretación de Copenhague, sin embargo, como veremos, su formulación es especialmente cierta en multitud de circunstancias de eso que convenimos en llamar realidad.
A día de hoy nadie puede establecer un porcentaje concreto sobre el número de personas que han contraído el Covid-19 y lo ha superado de manera asintomática, aunque si bien todos los investigadores están de acuerdo en que estos superarían claramente el 50% del total de infectados. Una de las razones fundamentales por las que este porcentaje resulta desconocido es precisamente porque nunca ha sido "medido", es decir, a la persona infectada, por no indicar sintomatología, no se le realiza prueba alguna, lo que hace que no forme parte de ninguna estadística oficial.
¿Cuándo una persona asintomática pasa a engrosar los datos oficiales? Obviamente, cuando primeramente se le realiza algún tipo de prueba, y esto ocurre fundamentalmente bajo dos circunstancias. O bien porque ha sido seleccionado al azar como parte de algún estudio estadístico a nivel global como el realizado por el Instituto de Salud Carlos III, o bien, aquí se encuentran la mayoría de estos casos, porque forma parte de la red de rastreos realizada a partir de una persona que ha sido diagnosticada con Covid-19. Persona que, no olvidemos, para que previamente resultara diagnosticada ha tenido que manifestar sintomatología evidente y compatible con la enfermedad para que así se le realizara algún tipo de prueba. Resumiendo, podemos afirmar que la gran parte de los enfermos asintomáticos son "detectados" porque formaba parte de una red de contactos estrechos de una persona que fue diagnosticada previamente por mostrar sintomatología.
Pero detengámonos ahora en ese rastreo. Como hemos visto, su nodo principal está en esa persona con sintomatología y que ha sido diagnosticada como enferma, ella sería el epicentro de esa red, a partir de la cual se comienza un estudio de sus contactos más estrechos. A partir de ese estudio, se entra, en la mayor parte de las ocasiones, en lo que las autoridades sanitarias llaman un brote, del que somos normalmente informados a través de los medios de comunicación. En este tipo de información se produce una regularidad estadística que asumimos de manera acrítica: la amplia mayoría de los enfermos que conforman ese brote son asintomáticos, normalmente superior al 90% de los mismos.
En la propia metodología del rastreo nos encontramos ante un problema irresoluble por la falta de medios, pues la pregunta que deberíamos hacernos es ¿y por qué el rastreo se da por finalizado estudiando únicamente los contactos estrechos del epicentro? ¿Acaso no debería hacerse un rastreo similar por cada una de las personas que también ha dado positivo en ese mismo rastreo, sea o no asintomática, ya que esto no influye en su capacidad de contagio? Evidentemente esto no se hace pues correríamos serios riesgos de no poder dar nunca por finalizado el proceso (recordar en este sentido la Teoría de los Seis Grados de separación de la que hablé en una anterior columna). En resumen, solo se rastrea a una pequeña cantidad de los candidatos teóricos (los relacionados con el epicentro pero no los relacionados con los relacionados con el epicentro que han dado positivo y así sucesivamente), y la gran mayoría de ellos son asintomáticos.
En definitiva, de todo ello podemos extraer una conclusión evidente. La realidad medida, la que reflejan las cifras oficiales, apenas guarda relación alguna con la realidad subyacente, pero aquella, siguiendo los postulados de la Interpretación de Copenhague, es la única que adquiere rango oficial de verdadera realidad. Sólo así se explica la relajación que impera en la adopción de medidas de protección y prevención en un contexto similar, en cuanto al número de contagios diarios, al de los días previos al decreto del Estado de Alarma. O eso, o que la interpretación de Copenhague es la mejor coartada para que la Economía le vuelva a ganar la partida a la Salud, y así, el Capital pueda continuar su reproducción a costa de la vida de los seres humanos.
(Nota: El estudio estadístico presentado por el Instituto Carlos III a principios de julio, concluía, a partir de una muestra significativa, que el 5,2% de los españoles había pasado por la enfermedad; es decir dos millones y medio de personas. Las cifras oficiales arrojaban en aquel momento 250.000 casos, diez veces menos de lo que indicaba el estudio)