Valentín Tomé
Res publica: El extraño comportamiento del SARS-CoV-2
A lo largo de la historia multitud de filósofos, científicos o simplemente personas curiosas se han preguntado si los animales poseían algún grado de conciencia, es decir si poseen lo que podríamos definir como una experiencia subjetiva propia e intransferible que el individuo tiene del entorno, su cuerpo y sus propios conocimientos. Como se comprenderá no resulta sencillo dar una respuesta definitiva a este asunto pues la conciencia no es algo cuantitativo que se pueda medir en un laboratorio, pero si se pueden realizar observaciones "indirectas" que por analogía con la anatomía de un ser humano, a la que todo el mundo le presupone conciencia, nos permitan extraer conclusiones lo suficientemente satisfactorias.
Dada la complejidad de la cuestión, simplemente haré un breve resumen de como está el estado del asunto. La mayoría de los científicos que estudian el tema reconocen que los organismos con sistema nervioso central (SNC) tienen alguna capacidad cerebral para sentir sufrimiento y disfrute en forma de experiencias conscientes. Así el 7 de julio de 2012 un prominente grupo internacional de neurocientíficos cognitivos se dieron cita en la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y dieron a conocer la que se conoce como Declaración de Cambridge sobre la consciencia. En ella podemos leer lo siguiente: «De la ausencia de neocórtex no parece concluirse que un organismo no experimente estados afectivos. Las evidencias convergentes indican que los animales no humanos tienen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos, y neurofisiológicos de los estados de la conciencia junto con la capacidad de exhibir conductas intencionales. Consecuentemente, el grueso de la evidencia indica que los humanos no somos los únicos en poseer la base neurológica que da lugar a la conciencia. Los animales no humanos, incluyendo a todos los mamíferos y pájaros, y otras muchas criaturas, incluyendo a los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos.». Por si existiera alguna duda al respecto, el neurocientífico Philip Low ya en rueda de prensa afirmaba: "Es obvio para todos en este salón que los animales tienen conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo. No es obvio para el resto del mundo occidental ni el lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad."
Fijémonos que para que podamos afirmar que un determinado ser vivo posee determinado grado de conciencia, es decir cierto grado de comportamiento complejo, parece necesario que disponga en su estructura anatómica de un sistema nervioso central. Sin embargo, el SARS-CoV-2, el causante de la enfermedad por coronavirus en esta pandemia, como virus que es, es una de las unidades funcionales más pequeñas que existen, de tal manera que aunque son capaces de realizar dos de las funciones atribuidas a los seres vivos: relacionarse y reproducirse, al no hacerlo de manera autónoma, pues necesitan de maquinaria celular (la del infectado) para poder "copiarse", muchos científicos discuten incluso si podemos considerarlo un ser vivo.
A pesar de ello, como veremos a continuación, desconozco las razones por las que la comunidad científica no ha llegado a plantearse, a partir de toda la evidencia existente, la posibilidad de pensamiento complejo en el SARS-CoV-2, lo que haría socavar todas las bases biológicas sobre la conciencia. Fijémonos para ello en los recientes confinamientos selectivos decretados en la Comunidad de Madrid.
La selección de las áreas de salud en las que se aplicará este confinamiento incluye un total de 37, entre seis distritos de la capital y siete municipios en los que viven más de 800.000 personas, las cuales alojan el 25% de los contagios. ¿Qué ocurre con el 75% restante? Es aquí donde advertimos una de las capacidades complejas y más sorprendentes del virus: la selección de su huésped. Si este reside en el barrio de Salamanca, en alguna urbanización de lujo o en un municipio de la Sierra, el virus posee una tendencia innata a inhibirse en su afán por multiplicarse. Es decir, podemos intuir que el SARS-CoV-2 posee un sentido del espacio, una especie de GPS interno que le informe sobre su ubicación actual y en función de ello active o inhiba sus mecanismos de contagio. Y además este mecanismo posee un "ajuste fino" pues dentro del área confinada se muestra implacable con todo aquel que visita un parque o jardín público pero reprime su capacidad de contagio con el que se encuentre en un bar o restaurante (la evidencia científica anterior, claramente obsoleta, apuntaba a que los lugares cerrados con gran densidad de personas eran entornos favorecedores del contagio).
Pero este sentido de la espacialidad no es siquiera la habilidad cognitiva más sorprendente del virus, pues las personas confinadas podrán salir de las zonas perimetradas para acudir a trabajar, a cualquier centro educativo, a realizar gestiones administrativas... Observamos aquí una función ejecutiva de orden superior: la capacidad de interpretar la intencionalidad en el sujeto candidato a ser huésped. Es decir, a pesar de que su sistema de geolocalización interno le informa de que se encuentra en un espacio donde puede activar sus mecanismos de contagio, un segundo sistema interviene en el proceso inhibiéndolo al realizar un análisis complejo sobre cuáles son las intenciones últimas del sujeto dispuesto a saltarse el confinamiento. Desconozco en qué parte de esa hebra de ARN con tan solo cuatro genes se oculta ese sistema y como lleva a cabo esa evaluación de orden superior pero su estudio supondrá, sin duda, todo un desafío para virólogos, genetistas, epidemiólogos… en el futuro.
En resumen, no cabe más posibilidad que otorgar al SARS-CoV-2 un alto grado de conciencia, muy superior al de la mayor parte de los animales y que podría resumirse en lo que sigue: la capacidad para evaluar el contenido de capitalismo impreso en la acción del candidato a ser infectado. Así, si este va a realizar un cometido que contribuya a la reproducción del Capital, fundamentalmente trabajar o consumir y todas las acciones encaminadas a desarrollar esas funciones, el virus se inhibe y permite al candidato continuar con sus tareas esenciales para el mantenimiento de la economía. Sin embargo, si el sujeto en cuestión tiene la perversa intención de visitar a un familiar o amigo, o de perder el tiempo sentado en el banco de algún parque público mirando a las palomas comer el pan que la gente les tira, el virus se muestra implacable ante tal ejercicio de improductividad.