Kabalcanty
El pasajero del sueño (6ª parte)
Me pasaba lo mismo que con las anteriores situaciones: me encontraba fuera de mí y, sin embargo, reaccionaba como si fuese parte de esa tesitura. Aunque mi razón no se explicaba aquellas cosas extrañas que me ocurrían desde la visión de la maldita araña en el parque, me comportaba con naturalidad dentro de la circunstancia.
— No entiendo que a las tantas de la noche estéis los dos metiéndoos en mi vida. ¿No os parece que ya soy un hombre hecho y derecho?
No podía contener al yo que respondía, me sentía preso de sus actitudes y contestaciones. Era lo que me pasó con Sánchez, con el chico del mono amarillo y la araña y con mi mujer en su juventud.
— Un hombre sin oficio ni beneficio -dijo mi abuelo adusto, sentado sobre uno de los escalones del portal.
Mi padre, sacudiéndose su melena blanca con cierta petulancia, meneó la cabeza pesaroso y dio un par de pasos hacia mí.
— No pretendemos juzgarte, es aburrimiento nada más. -dijo frotándose las manos con energía como si tuviese frío.
— La muerte es aburrimiento sobre todo, chico. -concluyó mi abuelo chascando la lengua al final en signo de contrariedad. Luego prosiguió
— Si, por lo menos, hubiese alguna bronca o algo por el estilo para matar el rato. Pero nada, sólo vagar y vagar sin dormir ni comer ni joder.
Sentí tristeza. Parecían abatidos, mirando cabizbajos el suelo del portal.
— Pero la cuestión -dijo mi abuelo lleno de un vigor repentino que le impulsó a alzarse aunque no sin dificultad- es que si hemos venido es para decirte cuatro cosas bien dichas, chico.
— Lo de que soy un inútil, lo sé -dije retador.
— No te precipites, hijo -dijo mi padre conciliador- Lo que nos preocupa, y eso es lo que nos ha traído hasta aquí, es vuestro viaje al sitio de los marcianos. Pensamos que es algo precipitado marcharse del lugar que te vio nacer y lo que eso supone para nosotros.
— Es descabellado, jodidamente insensato –gruñó mi abuelo, dando una patada al suelo.
— Es algo que no podemos elegir, el gobierno lo impone para que el virus pueda controlarse mejor. -dije.
Se miraron los dos e hicieron un gesto de extrañeza.
— Nadie elige por los demás y menos cuando se trata de tus propias raíces - anunció mi padre asintiendo.
— Bueno…….. -contesté dubitativo.
— A no ser que uno reniegue de sus raíces -apuntilló mi abuelo.
Entonces bostecé sin poder evitarlo. Estaba avanzada la madrugada y los párpados me pasaban como losas.
— Te da sueño ¿verdad? -bramó mi abuelo irguiéndose.
— Padre, la tensión.
— ¡A tomar por el culo la tensión, carajo! ¡¿Conoces a alguien que se haya muerto dos veces?! Me pongo así porque me sale de los cataplines y porque este tonto del culo va a tirar por tierra el apellido que desde Salamanca llegó a la capital para hacerse grande y sin tacha. ¡El único que lleva el estandarte del apellido se va porque aquí se pone malito! Es que tiene "güevos" la cosa.
Mi abuelo estaba perdiendo los papeles tal y como le conocía en vida. Mi padre, en un rincón junto a los buzones de correos, callaba mascullando no sé qué.
— Es tarde, me voy a dormir -dije a guisa de despedida- No entiendo lo que os importa cuando ya no estáis en este mundo.
— ¡Mierda de chico! -volvió la voz feroz de mi abuelo- Un hombre es lo que tenias que ser y no un botarate que escribe gilipolleces y que no ha sido capaz de mantener a su familia. Pena me das.
— Padre, ya está bien, me parece -musitó mi padre desde su posición.
— Ni padre ni cojones. He sustentado el nombre de esta familia partiendo desde la nada. Tú, bueno, lo mal llevaste, podría servir, pero este, este, este es un auténtico pelagatos con ínfulas de artista de pan y melón. ¡Un fraude para la familia! Y no conforme con su natural inutilidad, dice que se pira de su tierra y que nos den a todos los demás y al honroso pasado de la familia. Es que me sacáis de mis casillas, puñetas.
Estaba a punto de dejar la escena y subir escaleras arriba para acostarme, cuando sentí una mano que me cogía del brazo. Mi madre, con bastante mejor aspecto que cuando murió, me ayudaba a subir los peldaños sonriendo dulcemente. Llevaba la bata floreada de siempre, pero tenía el cabello teñido de un cobrizo brillante, un cutis sin arrugas y maquillado y unos pendientes de perla que colgaban imparables de sus diminutas orejas.
Le comenté que estaba muy guapa, mejor que……
— Anda, zalamero, déjate de piropos a tu vieja madre. –dijo y me pareció que algo se ruborizaba.
— Mari, Mari, es que el abuelo no se con…..
Trató de dirigirle la palabra mi padre pero ella ni les dirigió la mirada.
— Deja a estos dos monsergas y vete a la cama. No saben más que hablar de los demás siendo ellos dos boceras, ese viejo todavía más.
Me decía con dulzura, subiendo los peldaños con esfuerzo, mientras me agarraba del brazo con firmeza. Esbozaba una sonrisita y negaba con la cabeza cada vez que escuchaba el vocerío de mi abuelo desde el portal. Tardamos en subir los dos pisos hasta mi casa al tiempo que me preguntaba por sus nietos y por su nuera.
— Siempre fuisteis una familia unida por mucho que pasarais las penalidades de este tiempo confuso que os ha tocado vivir. Mi época, en comparación, fue más apacible.
Le brilló la nostalgia en sus ojos verdosos.
Le dije de la alegría que me hizo volver a verla y de lo rejuvenecida que la encontraba.
— Aquí te cuidas -dijo en voz baja, cansada- porque todo está hecho. No hay impaciencia, no hay prisa para nada y sólo se aburren los que eran aburridos antes. No está tan mal estar muerto, qué caray.
Nos despedimos a la puerta de mi casa con un largo abrazo.
— Cuida de los tuyos allá en ese planeta lejano.
Dijo, antes de comenzar a bajar las escaleras.
Abajo seguía oyéndose el discurso inflamado de mi abuelo.