Valentín Tomé
Res publica: La economía del like
En el siempre sorprendente y desconectado de la realidad mundo de las facultades de Economía domina una concepción del ser humano que se ha venido en conocer bajo el término de homo economicus. Este homo sería como una versión del sapiens pero más próxima a la realidad según los economistas neoclásicos. Así, el ser humano usaría su racionalidad para maximizar su bienestar, su utilidad, tomando decisiones que le ayudarían a obtener el mayor beneficio económico a costa del menor esfuerzo posible.
Tenga en cuenta el lector que aquí racionalidad nada tiene que ver con la ética o con un sentido de lo social; todo lo contrario, el homo economicus sería un ser encerrado en sí mismo, de una egolatría autorreferencial, exento de todo matiz comunitario, y con la única obsesión de obtener un provecho propio en cada una de sus acciones.
Como se puede observar, cuesta entender que una persona que actúe de esa manera se le pueda definir como racional, cuando su comportamiento no difiere en gran medida de lo que podríamos definir como un niño caprichoso o un psicópata adulto. Sin embargo, este es el modelo teórico sobre el que se asienta todo el edificio de la economía neoclásica, que es básicamente la escuela de pensamiento cuyos paradigmas dominan las principales facultades de Economía del mundo, y bajo cuyos dictados se otorgan la mayoría de los Premios Nobel en esta disciplina.
Por supuesto, la mayor parte de los antropólogos que se dedicaron a estudiar las sociedades más primitivas del planeta no encontraron jamás un espécimen con tales cualidades. Más bien, en todas las circunstancias, lo que imperaba eran sociedades con un sentido de la reprocidad, donde los individuos esperaban simplemente ser recompensados de alguna manera por sus contribuciones personales a la comunidad. Esto teje una compleja red de intercambio de regalos que se basa en la obligación de dar, la obligación de aceptar y la obligación de ser recíproco. Así, antropólogos economistas como Marshall Sahlins, Karl Polanyi, Marcel Mauss o Maurice Godelier, alejándose de sus compañeros neoclásicos, tras estudiar las sociedades tradicionales, decían que en ellas más que una economía de mercado lo que en realidad imperaba era una economía del regalo.
No podía ser de otra manera, si esas sociedades estuviesen llenas de homos economicus, únicamente interesados en sí mismos, obsesionados con engañar a sus vecinos para su propio provecho, hace tiempo que se hubiesen autodestruido como sociedad cumpliendo así el sueño húmedo de la política neoliberal Margaret Thatcher cuando enunció aquello de: "No existe la sociedad. Lo que existe son hombres y mujeres individuales, existen las familias".
A pesar de todo esto, se podría llegar a pensar que tras varios siglos de capitalismo y con la mayor parte de las sociedades tradicionales barridas del mapa, las economías del regalo sólo son un fósil antropológico y hoy, la mayor parte de los seres humanos, ya civilizados, actúan, en realidad, como verdaderos homos economicus.
En la economía global hipercapitalizada actual existen multitud de ejemplos que nos indican que ese homo reciprocans (humano recíproco) lejos de haber desaparecido está más vivo que nunca, de tal manera que podemos afirmar que la reprocidad y no la búsqueda del beneficio material individualista es un universal de la naturaleza humana.
Cojamos por ejemplo los bancos de sangre; el donante no recibe recompensa alguna de manera inmediata por la donación, simplemente, como ser racional que es (esta vez sí podríamos calificarlo así) sabe que con su gesto puede ayudar a otros de la misma manera que él puede ser ayudado por los demás en una situación futura de necesidad. Lo mismo ocurre con las familias de los donantes de órganos. Así, en este caso, si se llegase a obtener algún beneficio económico por esa donación se consideraría inmediatamente sospechoso, de tal manera que en muchos países está tipificado como delito.
La investigación científica es un ejemplo de economía del regalo de la información. Los científicos escriben artículos de investigación que se apresuran a publicar en periódicos y conferencias. Otros científicos pueden citarlos gratuitamente. Lo mismo ocurre con la mayor parte del conocimiento en general, este puede ser copiado y transmitido con coste prácticamente cero. De hecho, puede afirmarse que los humanos cuando parlan entre ellos no hacen otra cosa que transmitirse información de manera recíproca (por supuesto podría darse el caso de que uno de ellos intente engañar al otro pero esta situación es obvio que no podría prolongarse en el tiempo). Cuando un profesor enseña algo a sus alumnos puede hacerlo porque ni a Pitágoras se le ocurrió patentar su teorema o a Newton registrar derechos de propiedad intelectual sobre sus leyes de la Gravitación Universal. Y este tipo de economía del regalo es sin duda la que más beneficios ha proporcionado al conjunto de la humanidad para su progreso.
Podríamos seguir enunciando cientos de ejemplos (Wikipedia, las comunidades de software libre…) pero basta darse un paseo virtual por Youtube para ser consciente de las dimensiones gigantescas que alcanza en la actualidad la economía del regalo. Millones de homos reciprocans han consumido tiempo y energía en sus vidas para que usted, de manera prácticamente gratuita, pueda aprender a hablar y escribir en esperanto, dominar el cálculo infinitesimal, conocer los entresijos de la música barroca, convertirse en un experto en el cine mudo alemán, resolver a velocidad de vértigo cubos de Rubik, realizar trucos de magia con la baraja francesa, opinar con conocimiento de causa sobre la posmodernidad, descubrir los secretos de la fontanería, cortarse su propio cabello a la última moda, reducir la entropía de su vivienda con los consejos de una gurú japonesa… Si bien es cierto que algunos de ellos reciben alguna recompensa económica o material, su número es insignificante en relación a todos los que desarrollan contenidos en esa plataforma. ¿Entonces, todo eso a cambio de qué? ¡De un like!
El Potlatch (regalo) era el nombre de una ceremonia practicada por los pueblos aborígenes de la costa del Pacífico en el noroeste de Norteamérica. En este festín, el anfitrión regalaba sus posesiones convirtiéndose así en un miembro reconocido y con prestigio dentro de la comunidad, prestigio que se incrementaba con el valor de los bienes distribuidos. Eso, y no otra cosa, busca fundamentalmente el youtuber , a cambio de su esfuerzo con la comunidad. Al igual que un kwakiutl de la Columbia Británica de Canadá en el siglo XIX, su acción busca algo tan inmaterial como la satisfacción de su ego (sentirse reconocido, querido o admirado, adquirir prestigio…) lo que se materializa en forma de un pulgar hacia arriba. Un simple like que asesta un golpe mortal a cualquier teoría sobre el homo economicus.