Kabalcanty
El pasajero del sueño (7º parte)
Suspiré rememorando los labios tersos de ella y su sonrisa sin cansancio, fresca.
Pero había que levantarse y enfrentarse a las últimas veinticuatro horas que nos quedaban en la Tierra. Estirarse fue toda una proeza: me dolían, sobre todo, los muslos y el gemelo derecho por no mencionar la cabeza, justo encima de las cejas. La carrera huyendo de la araña, junto a la fogata de Sánchez, fue demoledora, tan increíblemente veloz como dañina en ese instante. Aún así, logré colocarme el chándal y meterme las pantuflas en chancleta sin agacharme lo más mínimo.
— Vaya, ya estás en pie. -dijo mi mujer dejando de fregar el suelo de la cocina- ¿Te encuentras mejor del estómago?
Me aturdí más de lo que ya estaba, no me acordaba de la excusa que inventé la noche de antes.
— Has dormido a pierna suelta -dijo ella- sin que te molestaran esas pesadillas que te dan la lata otras veces. Eso es signo de que estás mucho mejor.
Asentí sin entrar en más detalles.
— De todas formas te pido perdón por llegar tan tarde anoche, me entretuve demasiado en casa de mi padre.
Dije, sin quererla mirar a la cara.
— ¡Oh, y yo pensaba que no! -vino hacia mí frunciendo los labios en un gesto característico- ¿De qué fue esta vez el sueño?
Ahora sí la miré. Sentí un escalofrío al ver su rostro acordándome del beso de madrugada. Tras las huellas del tiempo, estaba ella con cincuenta años menos.
— Fui a casa de mi padre y me entretuve -balbuceé- Te comenté que estaba buscando fotos de cuando éramos jóvenes. Nostalgia barata, eso te dije.
Mi mujer me observó con detenimiento y acto seguido se llevó una mano a la boca para ahogar una carcajada.
— ¿Y te mandé a casa de tu padre a buscarlas? -comentó jocosa- Pues mira que me resulta chocante porque todas las fotos, incluso las de solteros, tuyas y mías, las guardamos en esa maleta negra que mañana nos llevaremos a Marte hace casi una semana; tú mismo me ayudaste a embalar en una cajita de plástico los pendrives. Creo que tus pesadillas son ahora más discretas. Anda, pasa a la cocina y desayuna que el suelo ya está seco, pero antes date una buena ducha que falta te hace para refrescar esa cabeza de melón.
Mi hijo pequeño interrumpió sus tiros y me escudriñó burlón.
— Los años no pasan en balde, papá.
Sin decir ni mu fui a la ducha. Esto era lo último que me quedaba por experimentar: el nexo que tenía con la realidad se desvinculaba con todo lo pasado. Mi mujer estaba convencida de que pasé la noche durmiendo como un lirón, junto a ella parte del tiempo, y que todo lo demás era producto de una de mis pesadillas. ¿No me dijo ella que las fotos más antiguas estaban en casa de mi padre? Yo estaba seguro que sí, en el mismo comedor que ahora me dijo lo contrario. Pero ¿por qué me habría de mentir? No tenía explicación alguna.
Me senté en el quicio de la bañera para dejar que el agua, con ese efluvio a lejía que ya no es indiferente a nadie, hiciera su labor sin mi colaboración jabonosa. Me tomaría un paracetamol con el desayuno porque mi cabeza no resistía más. ¿Y si todo fuese en verdad un sueño? Sí que lo viví como una materialidad en la que mi interactividad era total, incluso lógica en la escena que se desarrollaba, sin embargo el crujido que ahora me procuraba la realidad desmontaba la verisimilitud de lo ocurrido la noche pasada. ¿Y la araña del parque? Eso era real, supongo que sí. Puede que fuera precisamente eso, la visión de ese tipo de araña portarácnidos, la que me trajo toda esa cadena de sueños anclados en el pasado. Me iba convenciendo de eso para velar por el equilibrio de mi mente remojándome como un bálsamo que lavara la pesadilla múltiple que me había puesto en jaque. Necesitaba afianzarme en la realidad, mi casa, mi mujer, mis hijos, nuestro viaje a Marte. Todo lo ocurrido tras la aparición del bicho debería ser producto de uno de mis sueños y así lo debía concebir. Buscaba a ese joven del mono amarillo, supuestamente el primero que halló esa araña en un pasado que no recordaba, conjeturando que era yo mismo, intentando confirmar que hacía años me encontré en esa situación y que me marcó de alguna manera. Hasta ahí todo seguía un curso más o menos razonable, pero los "encuentros" que hubo regresando a casa se me escapaban en ese puzle que trataba de encajar. Cada vez me fui decantando más y más por la teoría del sueño. ¿También fue ensoñación mi justificada decisión de ir a casa de mi padre a buscar fotografías esclarecedoras? Ahí estaba contactando con esa realidad por boca de mi mujer al mencionarme ese lugar en vez de buscarlo en la maleta negra. Y estaba seguro de que era consciente y de que la presencia de ella fue verídica. ¿Había soñado desde que me metí en la cama con la falsa indigestión? Eso lo dudaba pues era conocedor de mi mentira al igual que de mi necesidad por hallar algún vestigio fotografiado de mi pasado juvenil ya que el muchacho del mono amarillo era joven y mi rememoranza lo enlazó ipso facto con el bicho. El principio me llevaba al final y este dudaba del comienzo.
Seguía hecho un lio cuando decidí cerrar el grifo de la ducha.