Daniel Pérez Rodríguez
Cambio de hora, ¿lo recetarías?
Llega octubre, los días se hacen cada vez más cortos, los árboles se preparan para el invierno y nosotros no sabemos qué ropa ponernos para salir a la calle y no asarnos de calor al sol o coger una hipotermia a la sombra. Octubre nos trae también, en su última semana, el cambio de hora. A partir de aquí los días se convierten en noches y la luz comienza a ser un recurso escaso.
Hoy me gustaría reflexionar un poco sobre el cambio de hora y ofrecer mi opinión personal al respecto… comencemos.
Al parecer la idea de cambiar la hora viene de lejos; hace unos 200 años ya les rondaba la idea a nuestros antepasados, aunque no fue hasta la Primera Guerra Mundial cuando se tomó realmente en serio y se aplicó como medida para ahorrar carbón durante el conflicto. Sería más tarde, durante la crisis del petróleo en los 70, cuándo se adoptó definitivamente el cambio horario en Europa y América .
Al parecer, el principal motivo por el que nació este fenómeno fue el de disminuir el consumo energético en los meses de invierno (amanece antes) y verano (amanece más tarde). Esta explicación siempre me pareció un poco incongruente y con el tiempo estoy más convencido de que, probablemente, no es una buena idea. Voy a explicar mi punto de vista:
Como seres humanos vivimos dentro de una sociedad tremendamente compleja, todos nosotros estamos sumergidos en una red de interacciones que nada envidian a las conexiones neuronales. Hoy disponemos de una cantidad inimaginable de datos que nos abruma como especie (actualmente "sobran" datos y falta capacidad de análisis y de extracción de conclusiones). No obstante, la disciplina humana que se encarga de estudiar el flujo de energía entre nuestras sociedades (la economía) tiene más bien carácter retrospectivo, y con suerte, descriptivo: "esta crisis tan grande sucedió por estos 20 motivos, pero no me preguntes qué sucederá en la bolsa mañana o si los recortes que se aprobaron hoy van a servir para algo". No me malinterpretéis, todas las disciplinas son importantes pero también lo es conocer sus limitaciones, y en este caso, el cambio horario es una medida puramente económica.
Teniendo en cuenta este panorama vamos a analizar la premisa "el cambio de hora aumenta el ahorro energético". Mi primera pregunta es, ¿cómo mides el ahorro energético?: ¿Midiendo el ahorro energético de empresas, edificios, ciudades...?, ¿se ha medido en cada región o hay un valor de "ahorro" nacional?, ¿cómo de representativo es el valor teórico que se obtiene con respecto al ahorro real?, ¿cada cuánto se evalúa este ahorro?. Si buceamos entre la información disponible la respuesta a estas preguntas es, o bien ambigua, o inexistente. Te animo a que lo compruebes tú mism@.
Mi segunda pregunta es: ¿se ha tenido en cuenta el impacto que este cambio de hora produce en la población?. Por ponerlo en términos económicos (que al final es lo que mueve todo esto); por cada euro que te da el cambio de hora, ¿qué cantidad de dinero te quita?. ¿Es ético si quiera pensar en ahorro energético y monetario a costa de un posible perjuicio a la salud y al bienestar de las personas?. Voy a desarrollar esto un poco...
Todos los seres vivos (incluyendo a los humanos) tenemos una serie de oscilaciones cíclicas en nuestros procesos internos conocidas como ritmos biológicos. Estos se denominan circadianos si suceden cada 24 horas, diurnos si se sincronizan con el ciclo día-noche, ultradianos si su frecuencia es inferior a 24 horas e infradianos si superior. Los ciclos biológicos regulan procesos como el sueño-vigilia, las oscilaciones hormonales, el apetito, la tensión arterial, la temperatura corporal, etc. Pues bien, el cambio horario altera todo esto. Además, existen evidencias de que afecta de forma significativa a la salud mental de la población.
Permitidme que os dé un par de pinceladas de lo que me ronda por la cabeza: El trastorno afectivo estacional fue descrito por primera vez por el psiquiatra Norman E. Rosenthal en 1984 y consiste en la aparición de síntomas depresivos que comienzan, típicamente, a finales de octubre y remiten en primavera verano. Su incidencia se encuentra entre el 1 y el 10% de la población (en España eso representaría unos 5 millones de personas) y el coste medio de su tratamiento ronda los 200€ a los que hay que añadir el coste en productividad de las personas que lo padecen. Según un estudio publicado en el 2017 en la revista epidemiology (Hansen, B.T., et al., 2017) se observa un aumento del 11% en los diagnósticos de depresión en la transición del horario de verano al de invierno. Otros trastornos como el bipolar, los trastornos de la alimentación y los trastornos del sueño también muestran patrones estacionales similares.
Me pregunto yo, si obligamos a medio mundo a alterar sus ritmos biológicos dos veces al año, ¿qué evidencias tenemos de que esto es inocuo para la población?, ¿con qué certeza podemos afirmar que este desfase horario no está contribuyendo al aumento de este tipo de trastornos?. Hasta donde yo sé, ni certezas ni evidencias. Por no mencionar que estamos en tiempos de coronavirus y no tenemos ni idea de cómo puede afectar la alteración de los ritmos biológicos al sistema inmune, ¿de verdad es buen momento para averiguarlo?.
Yo me lo planteo de la siguiente manera: si el cambio de hora fuera un tratamiento y nosotros el médico que tiene que decidir si recetarlo o no a su paciente (la sociedad), ¿que haríais?. Yo, seguro, no lo recetaría: demasiados riesgos y efectos secundarios para tratar…¿el qué?.
Para finalizar, me gustaría dejar una última reflexión:
Antes mencioné que todos los seres vivos tienen ritmos biológicos encargados de regular múltiples funciones orgánicas; pues bien, ¿estamos seguros de que somos los únicos a los que el cambio de hora nos afecta?, ¿qué hay de los seres vivos que dependen directa o indirectamente de nosotros?. Ahí lo dejo.