Guillermo Cerviño Porto
Las personas. Solo las personas
De pronto, tras el nacimiento de un 2020 tranquilo y soleado, un pequeño organismo irrumpe en los confines de las tierras del este para sacudir los cimientos de las civilizaciones en pleno siglo XXI. Para saltarse las inermes fronteras como quien pasea y para cuestionar la organización y la capacidad de reacción de los todopoderosos pueblos civilizados. Y de pronto, nos damos cuenta de que no podemos pararlo. Y de pronto, medidas críticas por parte de los gobiernos y organizaciones especializadas, restricciones brutales de las libertades de los ciudadanos, sanciones estratosféricas, disturbios mancillados por las ideologías políticas y sobre todo ello mil afluentes abisales que expulsan al aire toda clase de información ferviente que las personas de a pie debemos seleccionar, o ahogarnos en ella. Mientras tanto, la negra sombra de la conspiración mina la confianza de las instituciones en boca de falsos especialistas y divulgadores temerarios que aúnan hordas de seguidores y asfixian la verdad y la esperanza. Nos damos cuenta de que vivimos bajo el dictado de lo exponencial: infectados con el virus y muertes que se cuentan por miles. Pero también infectados de indignación, de desconfianza que hiere como un cuchillo, de injusticia y rabia y frustración y mil sensaciones que nos dominan y nos hacen mirar de reojo al vecino para murmurar entre dientes, para gruñir, para criticar su actitud y salvaguardar la nuestra, para compararnos y compararnos y compararnos. ¿En qué nos hemos convertido?
Desde arriba, los gobiernos dan palos de ciego en su afán de dirigirnos en el caos, de balancear la salud y la economía mientras los opositores políticos, en vez de arrimar el hombro, solo buscan resquicios, aberturas en sus lorigas para insertar la adarga y abatirlos con la única ambición de ocupar sus lugares en las siguientes elecciones. Desde abajo, los sanitarios cargan a cuestas con la responsabilidad de mantenernos con vida y aun por encima sufren toda clase de críticas y reproches por parte de los mismos pacientes. Los comerciantes agonizan en las medidas que siguen saliendo a trompicones mientras los ciudadanos perdemos nuestros puestos de trabajo y bullimos en las lagunas legales que provocan situaciones ambiguas y a veces contradictorias. Nada se hace todo lo bien que se podría… ¿porque es una situación excepcional, histórica, tremendamente difícil y mortífera?
Por supuesto.
Sin embargo, creo firmemente que desde lo más bajo de la pirámide, las personas somos las que tenemos la última palabra. Las personas, solo las personas. Porque desobedecemos, desconfiamos, vulneramos las normas a hurtadillas, nos despojamos de lo que nos protege cuando nadie nos ve, cargamos contra los agentes que velan por nuestra seguridad y protestamos y protestamos y dudamos y de repente todos tenemos un grado en medicina y nos sabemos de memoria la constitución y sus 169 artículos. Parece que nos importa poco lo que le ocurra al vecino mientras nuestros pequeños grupos sociales estén a salvo y no nos damos cuenta de que la suerte del prójimo será la nuestra y viceversa. Ni confinamiento, ni distancias de seguridad, ni mascarillas, ni restricciones grupales de convivientes o límites de aforo, ni mil toques de queda o estados de alarma servirán de nada si no nos ponemos serios, si no trabajamos juntos, hombro con hombro como un equipo, si no nos protegemos los unos a los otros como la gran familia que en realidad somos, una familia hecha de millones de personas. ¿Qué importan las ideologías cuando nuestros familiares y amigos y vecinos están muriendo? ¿Qué importan las rencillas cuando los profesionales que velan por nuestras vidas se infectan y mueren? El virus no distingue derecha de izquierda y poco le importan los estratos sociales, los ricos ni los pobres. La verdad es que solo nosotros, las personas, podemos derrotar a este virus que pone a prueba nuestra humanidad, que nos hace luchar entre nosotros, que nos divide y nos debilita. Solo nosotros, las personas unidas como un solo pueblo, como una sola raza, tenemos las armas para frenar esta situación, para darles tiempo a nuestros especialistas, a nuestros mejores cerebros, para que por fin encuentren una cura. Nosotros somos los escudos, la vanguardia, y si empujamos justos en la misma dirección nada ni nadie podrá derrotarnos.