Manuel Pérez Lourido
Con angustia en el corazón
La pandemia nuestra de todos estos días ha conseguido instalar la angustia en nuestros corazones. Allí donde solo debía haber ventrículos y aurículas, válvulas y arterias, ahora hay también un grumo asqueroso de incertidumbre. Y no podemos acudir al cardiólogo para que emita un informe que nos lleve a ser incluidos en una lista de espera para estirparla mediante cirugía. Es lo que tienen las metáforas y, en general, las abstracciones: son inasibles.
¿Qué sucederá cuando deje de suceder lo que está sucediendo?, ¿qué poso envenenado dejará la COVID en los abrevaderos de nuestras vidas?, ¿volverán a ser lo que fueron?, ¿dejaremos de sentir temor o viviremos en vilo ante nuevas calamidades que nos acechen (que nos acecharán)?
Se ha demoronado nuestra seguridad. Hace unas décadas el sida ya había asestado un crochet mortal a nuestro orgullo de especie, a la autocomplacencia de seres vivos que habían viajado a la luna y que podían cruzar el planeta en unas pocas horas y cuyo conocimiento o cuya capacidad de acumular conocimiento parecía no tener enemigo que lo derrotase. Aunque es cierto que también ya habíamos demostrado una terrorífica eficacia destruyéndonos unos otros así como los recursos de nuestra morada terrestre. Pero como cantaba el desaparecido Germán Coppini "no perdemos la manía de tener esperanza" y enseguida intenet surgió como el invento definitivo, el Pegaso que nos iba a llevar en volandas hacia el futuro, mientras seguíamos degradando el medio ambiente y un diez por ciento del planeta se hundía en la pobreza. Y héte aquí que un ser microscópico nos pone a todos en jaque, ricos y pobres, y nos enfrenta con nuestros temores, expone nuestras debilidades y retrata nuestra ignorancia.
En nuestro país contemplamos estupefactos como, en medio de una situación de emergencia vital, algunas organizaciones políticas siguen primando sus propias necesidades estratégicas y son incapaces de aunar esfuerzos para encauzarlos hacia el bien común. Observamos las presiones de los agentes económicos para situar su ecosistema a la cabeza de las prioridades mientras se hacen evidentes los daños inflingidos durante los últimos años al sistema público de salud.
Si hay algo que debemos hacer cuando salgamos de esta, de entre la gran cantidad de asuntos que tenemos pendientes, es REFLEXIONAR. No apretar nerviosamente el botón que reactive la economía, que eso también, no arrojarnos a una vorágine de excels que ayuden a barruntar la futura evolución de las cuentas, que será inevitable; sino a aplicar el raciocionio para examinar que hemos estado haciendo mal y qué medidas debemos tomar para mejorar la situación en el hipotético (y probable) caso de tener que atravesar por otra pesadilla semejante.
Más vale que no nos dejemos arrastrar por la alegría del alivio y por las voces de los que, alimentados por los planteamientos a corto plazo, nos empujarán a reeditar ese "living la vida loca" que tan felices nos hacía. Nos conviene poner sordina a las fiestas-jolgorio y examinar el pasado reciente para construir un futuro menos caótico.