Carlos Regojo Solla
"Balconing"
Vamos perdiendo - paulatina e inconsciente, pero contundentemente- la bondad del gesto inmediato, hecho sin meditar, y de la presunción de inocencia derivada.
Retrocede la espontaneidad y ganamos en minuciosidad milimètrica aplicada a nuestras decisiones más libres que son aquellas surgidas sin pretender dañar, nacen sin meditación previa y que, a veces, la intransigencia de unos y la pusilanimidad de otros convierten en problemas absurdos y sobredimensionados; algo como si un "buenos dìas" y un abrazo por la mañana fueran deteriorándose durante el día y, llegada la noche, se hubiese transformado en una citación a duelo siglo XVII con los padrinos de rigor.
Escapa el oxígeno en nuestra respiración natural por la fisura de la intolerancia. Si te equivocas tienes, de inmediato, la censura sobre tí, casi sin esperarlo, y la encajas, sorprendido, arrugando el ceño por la sorpresa; ahogando el resto de tu discurso natural que tanto prometía. Como eso es insoportable, para curarte en salud, piensas en coserte la boca, quebrarte una "pata" y esconderte bajo la cama.
La sociedad actual, voluble cual "donna móbile", te tiende una trampa cuando te abre amablemente la puerta de casa para, una vez dentro, cerrarla luego con el fin de ir estrangulando tus iniciativas y tergiversar tu intencionalidad individual. Se trata inicialmente de una intencionalidad pueril, sin cargas fuertes de ser dolosa a nadie, basada en el primer impulso que marca tu libertad más inmediata. Esta sociedad, la más cercana a ti, está a la espera de tu movimiento más sincero para hincarte el diente, comportándose cual boa constrictor que va oprimiendo a su víctima, sincronizada con cada expiración, hasta el ahogamiento o como una hermosa planta carnívora.
Es una sociedad de siempre pero nueva, nacida hace unas horas, que inicia su andadura sirviéndose del hombre de paja puntual que te acecha desde su intimidad y tira de smartphone al verte fuera de lugar, robando unos minutos a la hora del toque de queda, sin saber que tienes un agobio puntual: tu perro se ha puesto malo; porque esos minutos te dan un margen necesario en la conciliación con el horario de trabajo; porque...
Ese iluminado, el ùnico justo de Gomorra, aprovecha la situaciòn para llamarte la atenciòn al ver que no escapas de la desbandada por el carril correcto. Es un poco la figura de aquel pobre desgraciado del pueblo al que le da por ponerse a dirigir el tráfico, un atavismo que nos caracteriza y del que no se salva ningún pueblo.
No queda otra, hay que "estar al loro" y no descuidarse. Si asomas la nariz a la calle en horas no permitidas, salvo la comprensión puntual de la autoridad, o llevas un buen salvoconducto o te arriesgas a que te confinen el perro, porque has sido visto desde uno de aquellos balcones que hace unos meses fueron testigos del nacimiento de una sociedad más amistosa, recién redescubierta, amable y comprensiva, que había jurado cambiar a través del aplauso desde ventanas y balcones algunos de los cuales hoy son troneras por donde asoman los fusiles de la intransigencia y el "canibalismo".
Ya solo queda comenzar a explotar los miradores a través de carteles de alquiler en horas de respeto al toque de queda. Todo se andará.