Carlos Regojo Solla
Voluntariedad
Podría ser un comentario hecho "a pie de urna" terminado cualquier examen final e importante; comentario de tertulia con tus compañeros de fatigas en su momento; un "mira tú..." de valoraciones de tus respuestas más o menos acertadas a la dificultad de las preguntas; pero, ahora, es un recuerdo que surge con frecuencia desde entonces, con la misma pasión, pero mucho más reflexivo, ¡¡y mira que han pasado años!!
Casi me cuesta una reválida, ya sabéis, esa mítica prueba, oral y escrita, compendio de un grupo de años de estudio que has ido superando a su tiempo, pero de la actualización de los cuales debes dar fe en una atacada. Menos mal que la síntesis de una prueba tal, normalmente está en el repaso de un temario previamente conocido que abarca poco más que los conocimientos finales del último de esos años como colofón de la etapa estudiada, o, al menos, así es como yo las recuerdo.
Tenían su enjundia - las reválidas- y se las respetaba, más que por su dificultad, por lo que representaban como compendio resumen de un grupo de cursos académicos que podían ir al traste por un pequeño despiste, olvido o desconocimiento puntual de algo que no has preparado.
Pasa algo parecido con unas oposiciones; hay quien se prepara a fondo el temario completo, quien solo prepara temas concretos por si suena la flauta, y quien echa una visual general por todos los contenidos confiando en una verborrea fácil que le salga bien y convenza al tribunal examinador.
Yo, había pasado con notable éxito la prueba escrita y oral de los examinadores del tribunal de lengua, matemáticas y pedagogía y me enfrentaba finalmente, confiado, al sacerdote que me haría las últimas preguntas de religión y moral católicas cuyo temario apenas había visto en la creencia plena de la categoría de "maría" de la asignatura. Luego del saludo, por insaculación obtengo el número de cada uno de los tres temas opcionales del temario religioso entre los que elijo uno y del que prácticamente no tenía idea, pero que por su título me pareció podía darme juego en la disertación. Tenía como título ACTO HUMANO.
- Dígame -me interpela el cura, ¿a qué llamamos Acto Humano?
A lo que yo, eufórico por haber pasado felizmente los temas del resto del tribunal, seguro de que mi respuesta sería obviamente de una contundencia sin lugar a dudas, respondí:
-Llamamos Acto Humano a toda manifestación vital del hombre.
El sacerdote se revolvió en la silla y se me queda mirando con aire inquisitivo. Pasado un brevísimo tiempo que pareció una eternidad, me pregunta
- Está vd. seguro de su respuesta? ¿Cree vd., entonces, que un sueño es un acto humano?
- Claro -contesté lleno de convencimiento- si el que sueña es un ser humano, sí.
- Y la consciencia?, ¿qué es para vd. la consciencia? -pregunta el cura un poco molesto.
Me di cuenta inmediatamente que el terreno cedía bajo mis pies y conseguí balbucear algo incoherente. El cura, jugueteando con la bola correspondiente al tema, me dirigiò una mirada de reprobación y me espetó lapidariamente dando por concluida mi intervención:
- Léase el tema, cuando salga.
La nota final de mi actuación global, al igual que las del resto de examinados, era una media inmediata. Con respecto a mi intervención noté que los miembros del tribunal discutían entre ellos y al final el secretario me extendió la nota que me permitió pasar la pesadilla, haciéndome ver en un acto de sinceridad académica, que si fuese decisión única del cura me habrían suspendido por lo cual el criterio religioso había logrado dinamitar mis otras intervenciones y rebajar la nota global sensiblemente.
Leí el tema, claro que lo leí y me asombré de mi osadía. Mi talante de seguridad en un asunto desconocido como aquel, no solo dejaba de manifiesto un error, sino que atacaba la mismísima filosofía del propio tema, actuando conscientemente en un acto humano que pretendía cargarse descaradamente los principios que regían la respuesta oficial a la pregunta.
Hay cosas premonitorias. Suelo dejar correr la vida sin pretender controlar excesivamente los acontecimientos porque creo en el destino. Cuando surge un problema trato de racionalizar la solución y es entonces cuando el espíritu de aquel tema de la reválida adquiere un valor importante.