Valentín Tomé
Res publica: Los chicos de Suresnes
En memoria de Alfredo Grimaldos (1956-2020) por enseñarnos la verdad que se escondía tras el cuento de hadas.
Si hay algo que va indisolublemente ligado al campo de la Lógica es el concepto de inferencia. Resumiendo, podríamos definirla como el proceso por el cual se derivan conclusiones a partir de una serie de premisas. Todos de manera natural en nuestra vida diaria realizamos inferencias, lo que intenta investigar la Lógica son los fundamentos por los cuales algunas de ellas son aceptables, y otras no. Cuando una inferencia es aceptable, lo es por su estructura lógica y no por el contenido específico del argumento o el lenguaje utilizado.
Desde los últimos tiempos se vienen sucediendo ataques de toda índole al Gobierno salido de las urnas del 20N. Muchos de ellos, para la mayoría de las personas, entran dentro de lo esperado, al fin y al cabo, son lanzados por sectores que tradicionalmente han sido afines a la Derecha política y por lo tanto tratan de reforzar los argumentos de la Oposición. Sin embargo, hay una gran mayoría ciudadana, sobre todo la que se identifica como persona de izquierdas, que se siente enormemente consternada por los beligerantes comentarios emitidos desde las filas de los que se suponían debían ser los "suyos". Me refiero, como no podía ser de otra manera, a ese sector del partido socialista formado por lo que se ha venido en llamar barones (casi todos con uve también) y los dirigentes históricos del partido. Entre los primeros, suelen ser puntuales a la cita en sus críticas al Gobierno, Guillermo Fernández Vara, Emiliano García-Page o Javier Lambán. Entre los segundos su número es considerablemente mayor, y en esa gerontocracia crítica socialista suele ser habitual encontrar los nombres de Felipe González, José Luis Corcuera, Joaquín Leguina, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Francisco Vázquez o Alfonso Guerra.
¿Hay alguna Lógica que nos permita explicar estos ataques despiadados? Trataré, humildemente, de demostrar que lejos de resultar una anomalía inexplicable, más bien resultan una consecuencia que se sigue inferencialmente de una serie de premisas. El problema está en que esas premisas, que en realidad no son más que hechos históricos, a pesar de que hoy en día existe abundante bibliografía especializada dedicada al tema, resultan ampliamente desconocidas para el gran público. Para enunciar esas premisas, que entiendo que a algún lector les puedan resultar sorprendentes, me apoyaré fundamentalmente en los trabajos de investigación de Alfredo Grimaldos, Joan Garcés o Juan Andrade (el lector interesado podrá hallar en sus ensayos las respectivas fuentes).
En 1974 se vivía un auge del movimiento popular marcado por las luchas victoriosas de liberación nacional que iban a tener sus máximos exponentes en la derrota de EE.UU. por el pueblo vietnamita y en el fortalecimiento de la izquierda latinoamericana. En Europa se reflejaba en la revolución portuguesa del 25 de abril, en el resurgir de la izquierda griega tras la derrota en referéndum de la monarquía fascista que había apoyado la «dictadura de los coroneles» auspiciada por EE.UU. y en las potentes luchas obreras y estudiantiles en Francia, Italia y Alemania. En España, mientras Franco comenzaba su agonía física, la descomposición del régimen se aceleraba en la misma medida que se fortalecía la lucha obrera y popular.
Ante esa efervescencia de movimientos democráticos populares que ponían en peligro su influencia geoestratégica en plena Guerra Fría, EEUU, en coordinación con las cancillerías de Francia y la República Federal Alemana, y con la más alta dirección política del franquismo, decidió apoyar económica, mediática y organizativamente a un partido socialista capaz de neutralizar la hegemonía comunista tras la muerte de Franco. Es decir, el objetivo era evidente; ante la amenaza comunista, se trataba de crear un partido político que le disputase el espacio simbólico de la izquierda al PCE para posteriormente una vez en el poder tomar medidas materiales que no cuestionasen al Capital y al dirigismo norteamericano. La amenaza comunista no era un tema baladí, pues durante cuarenta años de dictadura, mientras la presencia en la lucha antifranquista del PSOE había sido, en el mejor de los casos, puramente testimonial, el PCE representaba la única resistencia seria y organizada frente al Régimen, y contaba por ello con amplias simpatías entre los sectores más críticos de la ciudadanía.
Así, sólo seis meses después de la Revolución de los Claveles, el 14 de octubre de 1974, se celebra en la ciudad de Suresnes, cercana a París, el XIII Congreso del PSOE, que va a llevar a un tal «Isidoro» hasta la cúpula de la organización. Felipe González es el joven abogado sevillano, casi desconocido incluso para algunos de sus compañeros, que se enmascara tras el nombre de guerra de «Isidoro». Consigue suceder como secretario general del partido al veterano militante socialista Rodolfo Llopis, que no reconoce las resoluciones adoptadas en Suresnes. González y otros miembros de la nueva dirección del partido han conseguido llegar a Francia gracias al apoyo prestado por el propio Servicio Central de Presidencia de Gobierno. Los oficiales del organismo de inteligencia creado por el almirante Carrero Blanco son los encargados de proporcionarles los pasaportes.
«En un restaurante de la calle madrileña de Santa Engracia, hablamos con González para garantizarle su viaje a Suresnes», señala el entonces capitán del SECED Manuel Fernández Monzón. «Otros compañeros se entrevistaron con Nicolás Redondo, y él entendió enseguida que debía ceder el puesto a un secretario general más joven y con otras características. Cuando Felipe González volvió de Francia, después de haber sido elegido, un comisario de Sevilla le detuvo, creyendo que había dado un pelotazo. Se llevó una bronca tremenda y tuvo que soltarle enseguida, claro.»
Sirva esta anécdota como simple ilustración de un proceso complejo en el que intervienen varios actores estratégicos y de que el lector interesado puede informarse con mayor profundidad en los trabajos de los autores reseñados más arriba. Para el propósito de este artículo quedémonos con una sencilla idea: el PSOE es (re)fundado en 1974 para neutralizar la amenaza comunista, servir fielmente los intereses norteamericanos, y mantener las estructuras políticas y socioeconómicas de la Dictadura tiñéndolas con un barniz de modernidad. El objetivo último, así lo reflejan los propios documentos de la CIA, sería la creación de un sistema político a semejanza del norteamericano, con un régimen bipartidista que se turnara de manera civilizada en el poder y que estuviese de acuerdo en los aspectos económicos e internacionales fundamentales para el funcionamiento del Capital y de los intereses norteamericanos.
Tres momentos históricos ilustran (aunque existirían muchos otros), a mi entender, estos tres objetivos.
El 17 de mayo de 1979, durante la celebración del XXVIII Congreso del PSOE, Felipe González impone que desaparezca el término «marxismo» de los estatutos del partido. Los militares norteamericanos que tanto preguntaban por este asunto a los oficiales españoles, durante los cursos de formación realizados en Estados Unidos, ya pueden quedarse completamente tranquilos. Justo de la Cueva, miembro de la comisión mixta de reunificación del PSOE madrileño (proviene del sector histórico), desalentado, deja la militancia en ese momento y declara: «El PSOE va donde diga la CIA a través de Willy Brandt (figura histórica de la socialdemocracia alemana)».
El 23 de Febrero de 1981 cuando el General Armada entra en el Congreso tomado por Tejero le facilita a este la lista de miembros que deberían componer su Gobierno: además del propio Armada como Presidente, Felipe González aparecía como vicepresidente para Asuntos Políticos; Gregorio Peces Barba como ministro de Justicia; Javier Solana, ministro de Comunicaciones y Transporte; Enrique Múgica, ministro de Sanidad. Todos ellos miembros del Partido Socialista. Para los golpistas, los chicos de Suresnes era gente en la que se podía confiar para ese Gobierno de concentración que pusiera orden en el país.
El 12 de Marzo de 1986, ya con Felipe González como Presidente del Gobierno, se convoca el referéndum para la entrada de España en la OTAN. Después de innumerables manifestaciones populares contra la Alianza, González reclama el voto a favor de la permanencia en ella. Ha mentido en la campaña electoral que le llevó al Gobierno, incumple el programa del PSOE, trampea las resoluciones del congreso de su partido y engaña a los ciudadanos. «Cuando Felipe González se lanza a la aventura del referéndum de la OTAN, y ante los sondeos que arrojaban un resultado favorable al «No», el consejero político de la embajada estadounidense en Madrid me llamó para hablar de lo que ocurriría en el PSOE si González perdía la consulta», relata Francisco Bustelo, veterano político socialista. «Me preguntó que, en el caso de que pasaran a dirigir otras personas el PSOE y, por lo tanto, a ocupar, aunque fuera provisionalmente el Gobierno, cuál sería la política exterior, en particular respecto a Estados Unidos.»
Volviendo ahora el presente, creo que resulta sencillo entender el enfado de los chicos de Suresnes por la entrada de UP en el Gobierno. Al fin y al cabo, eso atenta contra todos los principios por los que su partido fue (re)creado, y jamás le perdonarán a Sánchez su alta traición a los mismos. Ellos son los últimos guardianes y porteadores de ese cáliz que guarda las esencias de la Transición. Cualquier medida social, económica, de política internacional… que cuestione la hegemonía de las élites (a las que ellos por supuesto pertenecen) será respondida con ruido y furia. Esperemos que, de momento, la cosa se quede ahí.