Kabalcanty
El pasajero del sueño (y parte 15ª)
La mañana era una típica de otoño: lloviznaba y la espaciosa extensión que ocupaba el Complejo de Comunicaciones con el Espacio Profundo (Deep Space Communications Complex o MDSCC) en Robledo de Chavela estaba tapizada de hojas secas y húmedas. Estábamos los cuatro miembros de mi familia, al igual que otros que esperaban órdenes para embarcar en la nave, en un amplio hall acristalado desde dónde contemplábamos el día lluvioso. Para mi sorpresa, nadie parecía ver nada extraño en mi aspecto y todos se comportaban como si no pasara nada. En un principio pensé que disimulaban para no incomodar a mis nervios, que estaban disparatados a decir verdad, en el día del lanzamiento, sin embargo después, al ver que los ajenos a mi familia no me observaban tampoco con repugnancia o espanto, me fui acomodando a mi nueva imagen deduciendo que no era tan llamativa como pensaba. Bien que caminaba a trompicones, desacostumbrado a moverme sobre ocho patas, bien que mi rostro se hundía detrás de los quelíceros sonando mi voz aflautada y débil, mas ¿no había rarezas físicas que asemejaban la cara de un humano a la de un perro o un mono, o andares gandules que parecían moverse tirando de su cuerpo? Aunque yo creyera que mi nueva imagen debería horrorizar al más pintado (lo cierto es que no me atreví a enfrentarme a espejo alguno por pura precaución) la realidad imponía una ignorancia que me resultaba muy gratificante. Sin duda, esa indolencia de los demás era lo mejor que me ocurría desde que esa mañana amanecí de tal guisa.
— Joder, ¿cuánto tiempo nos van a tener en este embudo huxleyano platonaniano? -dijo mi hijo mayor con fastidio, tironeándose la mascarilla quirúrgica.
Mi hijo pequeño arqueó las cejas los segundos necesarios para abandonar la pantalla del móvil.
— Hijo, que rebuscado te vuelves para decir un pretencioso hall galáctico.
— Homus ciberneticus-internauticus que somos. -concluyó mi hijo, dando un manotazo al aire.
Al poco salió un militar de alta graduación, a juzgar por las medallas que adornaban su pechera, y se colocó en un atril improvisado en el hall para soltar una perorata de bienvenida y rociarnos con "la gloria de nutrir la proeza humana más importante en veintiún siglos de existencia". "El ser humano futuro y la ciencia espacial os honrarán por siempre, queridos pasajeros", terminó diciendo el militar. Después un teniente del ejército del aire nos contó a los cincuenta pasajeros que viajaríamos a Marte prácticamente dormidos encapsulados en "unas cámaras de hibernación con una constante temperatura central del cuerpo 5 grados Celsius menos." "Un viaje confortable con un sueño reparador que durará 30 días y 10 horas exactamente. El tiempo restante hasta la llegada al planeta rojo los pasajeros dispondrán de los elementos y monitores necesarios para recobrar la elasticidad física perdida durante la hibernación. Para terminar, queridos pasajeros, no deben preocuparse en absoluto de todas las necesidades físicas de sus cuerpos pues las cámaras de hibernación poseen la tecnología necesaria y eficaz para suministrar y sustraer todas y cada una de las exigencias somáticas. ¿Alguna duda?.", preguntó el teniente escudriñando al auditorio enmascarillado.
— ¿Hasta las apetencias sexuales, teniente?
Interpeló un hombre joven, que no me resultó desconocido en la distancia, a pesar de que la mujer de su lado intentó detener su pregunta tapándole la boca.
El teniente sonrió, desplegando los brazos en ademán infructuoso, envuelto en la hilaridad general.
Luego unos soldados nos fueron repartiendo unas bolsas con una hamburguesa en mollete de sésamo, una bebida refrescante y una pieza de fruta.
"Señores pasajeros, en cuarenta y cinco minutos se procederá al alojamiento en la nave de lanzamiento. Por favor, depositen todos sus objetos personales en las diferentes recepciones correspondientes con la primera letra de su primer apellido. Gracias y feliz viaje a Marte." Dictaba la megafonía mientras comíamos en pie.
Tras subir en tandas en unos capaces ascensores, recorrimos un dilatado pasillo sin vistas al exterior. Nos dieron una especie de malla blanca, de una sola pieza, que nos colocamos en unos cuartos higienizados. Ahí tuve que ingeniármelas para colar mis patas de forma adecuada y embutir mi abdomen en esa tela elástica. Tardé en salir del cuarto no sólo por el trabajo que me costó meterme en el atuendo, sino por la carcajada que provocaría mi grotesco aspecto. Me equivoqué de nuevo: nadie reparó en mi ridícula figura de arácnido. ¿Me sentaba tan bien mi estrenada apariencia?
Cuando entramos en la nave, algunos pasajeros curioseaban acá y allá vigilados siempre por seis soldados enfundados en unos trajes especiales que recordaban a los del ejército imperial de La Guerra de las Galaxias.
— ¡Vaya Stormtroopers de verbena! -musitó mi hijo menor.
— ¿No te da ahora un poco de yuyu todo esto? -me dijo al oído mi mujer.
Fui a decirle algo consolador, pero decidí que sonaría ridículo desde mi voz chillona precedida de los inquietos quelíceros, así que sólo negué rozándole con ternura su cuello.
Nos despedimos antes que nos metieran en las cámaras de hibernación. Nos abrazamos diciéndonos un "hasta pronto". Los pasajeros nos dividíamos en dos salas de la nave en las que se ubicaban perimetrales y adosadas las cámaras. Nos colocaron un sinfín de aparatos y sondas al tiempo que nos advertían que en unos cinco minutos, al poco de despegar la astronave, inhalaríamos un vapor que nos produciría ese sueño de un mes.
— Les rogamos que mantengan en todo momento la calma -dijo un sargento vestido con el atuendo peliculero- Tendrán un sueño profundo y cuando despierten sólo sentirán haber tenido una latosa pesadilla. Buen viaje a todos.
Las cámaras fueron cerrando su puerta transparente. Mi mujer, en la cámara de al lado, mi envió un beso envuelta en una sonrisa intranquila. Mis hijos movieron los ojos levantando las cejas en señal de saludo.
Sólo cuando estaba aislado por completo reparé en algunos de los otros pasajeros que, hasta ese instante, me fueron casi invisibles dentro de mi estado expectante. Noté la leve sacudida de la cosmonave al ponerse en marcha y comprobé que, en las cámaras frente a mí, mi padre y mi padre, mi abuelo y mi abuela, mi tía Fina, Rubio, Jaime, Alfonsito, muchos de mis antiguos amigos de la juventud y gentes conocidas del pasado, habitaban las cámaras de hibernación sonrientes y haciéndome gestos de saludo. Volví el rostro para cerciorarme que mi familia veía lo mismo que yo, pero ya dormían. Frente a mí todos seguían sonrientes, gesticulantes y sin sueño…..lo mismo que yo.