Valentín Tomé
Res publica: El Juancarlismo como mito fundacional
Según el gran antropólogo francés Claude Levi-Strauss, la función del mito en una sociedad es corregir oposiciones o falta de simetrías estructurales, mediante la lógica, o sea, que el mito proporciona un modelo lógico para solucionar una contradicción y resolver problemas sociales y psicológicos. El mito sirve para amortiguar las sacudidas que provocan los acontecimientos sociales y para recuperar el equilibrio.
En las sociedades modernas podemos llegar a creer que el mito es algo que está ya desterrado. Alcanzada la mayoría de edad de la razón, los seres humanos abandonarían el Mythos y ejercerían así el Logos. Sólo en las sociedades primitivas es donde el mito se haría necesario como relato-eje que la vertebre y dote de un sentido existencial a sus individuos así como a la sociedad en su conjunto. Esta visión sesgada y cargada de etnocentrismo dista mucho de ser cierta. El mito es consustancial a cualquier sociedad sea cual sea su grado de (supuesta) civilización, aunque si bien es cierto, como veremos a continuación, que en nuestro país este adquiere dimensiones extraordinarias, a la altura de los descritos por Levi-Strauss en su trabajo de campo sobre las tribus de los Nambikwara o de los Kadiwéu en la Amazonia.
"Yo desearía, comprendierais, no se trata de una restauración, sino de la instauración de una Monarquía como coronación del proceso político del régimen, que exige la identificación más completa con el mismo, concretado en las Leyes Fundamentales refrendadas por toda la nación". Así finaliza la carta que con el encabezamiento de "Mi Querido Infante" envió el Dictador Franco a Don Juan el 16 de Julio de 1969, en la que le comunicaba su decisión de hacer príncipe y sucesor a título de rey a su hijo Juan Carlos. No hay lugar a duda alguna, para Franco no se trataría nunca de una restauración monárquica, de ser así el título de Rey correspondería a Don Juan, sino, podríamos decirlo así, la continuación del régimen por otros medios.
Muerto Franco, aquello no parecía un comienzo muy alentador para presentar a Juan Carlos como el hacedor del milagro democrático: designado por el dictador y sin ninguna legitimidad democrática, parecía que cualquier sociedad razonable, sin necesidad de ser revolucionaria, terminaría por librarse de un sistema tan anacrónico. Como reconoció el propio Adolfo Suárez en un descuido, una monarquía que, ante el riesgo de perder, no se sometió a ninguna consulta popular a pesar de las presiones internacionales por realizarla para garantizar su legitimidad. Se hacía necesario por lo tanto construir el mito en torno a su figura para garantizar la estabilidad de nuestra sociedad.
Como bien señala Levi-Strauss en su libro Estructura y Mito este carece siempre de autoría, simplemente forma parte del imaginario colectivo. Ahora bien que carezca de autor no significa que no deba disponer de fieles guardianes y recitadores. En este caso, ese papel le correspondió a todo el stablishment mediático que logró que la ciudadanía gravitese sobre una gran mentira. Tenía razón Kant al explicar que el lecho trascendental de la vida republicana es la libertad de prensa.
La piedra angular sobre la que se gestaría ese gran relato mitológico sería el 23F. Ese día Juan Carlos se convirtió no solo en demócrata, sino en el gran conseguidor de la democracia; nacía así el juancarlismo. La creación de un personaje por encima del bien y del mal, irreprochable, neutral, que evitaba luchas "fratricidas", asimilable a las monarquías más "modernas". El juancarlismo sirvió como banderín de enganche con un verdadero oxímoron como: "yo soy republicano pero juancarlista". Demócratas, progresistas, izquierdistas, intelectuales varios y hasta comunistas, se apuntaban al juancarlismo sin ningún pudor. Sus rapsodas, los periodistas cortesanos, levantaban trincheras ante cualquier información comprometida sobre su figura filtrada por algún periodista valiente o procedente de un medio extranjero. En un tiempo en el que no existían las redes sociales, solo el que tuviese acceso a la prensa extranjera, como el oyente de Radio Pirenaica durante la Dictadura, podía tener algún acceso a la verdad sobre nuestra máxima institución. Era todo tan bochornoso que si tenía que hacerse algún chiste sobre la monarquía, la figura elegida era la Reina de Inglaterra.
"El rey, la reina y un estrecho círculo de colaboradores fueron sorprendidos por Sabino brindando con champán al poco de producirse el asalto al Congreso", confesión del secretario de la Casa Real, el general Sabino Fernández Campos a Iñaki Anasagasti. "En esta conferencia que vas a dar, quiero que pongas de relieve que tomamos el Congreso, los Guardias Civiles, a las órdenes del Rey, para que se pusiera un gobierno militar, pero que al ver que se convertía la cosa en una traicionera borbonada para meter a marxistas en un Gobierno del que no se me dijo nada (en referencia a la entrada del PSOE en ese gobierno de concentración propuesto por Armada del que ya hablamos en una columna anterior), no lo aceptamos. Por eso lo nuestro fue un contragolpe del que se benefició Leopoldo Calvo Sotelo, que nunca nos dio las gracias", nota manuscrita del teniente coronel Antonio Tejero dirigida el periodista Luis Fernández-Villamea. "El 23F las órdenes venían de la Casa Real", declaraciones del Guardia Civil Manuel Pastrana a la periodista Laura Rosel. A lo largo de todo este tiempo, son decenas los testimonios recogidos por investigadores independientes que se atrevieron a cuestionar el mito.
Pero si hay una periodista que no puede ser acusada por los rapsodas cortesanos de ser una peligrosa anti sistema esa es Pilar Urbano. En su libro, 'La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar', lo dice bien claro: "El rey nos salvó in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha". En una conversación mantenida con el presidente Adolfo Suárez recogida en el libro se aprecia como la naturaleza del mito puede devorar a sus propios protagonistas: "Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si OTAN sí u OTAN no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar". Sobran las palabras. Quién desee conocer la verdad sobre el 23F puede recurrir a este libro o a los libros y artículos del historiador y periodista Jesús Palacios.
En resumen, el 23F, Juan Carlos salvó su pellejo tras haber cometido un delito de Alta Traición a la patria. A ello sumó una miserable traición personal, sacrificando a su amigo el general Armada, con el que había preparado el golpe cívico militar que iba a enmendar el golpe duro protagonizado por Tejero, al que también habían traicionado y mentido. No se puede imaginar nada más miserable, nada más indigno. Pero en este crimen moral y político colaboraron en seguida una legión de periodistas cortesanos que pusieron manos a la obra para construir el mito que logró convertirle en un héroe de la democracia.
Todo lo que vino después, empieza a ser conocido por el gran público, por ello quería centrarme en este artículo en desmontar el mito juancarlista en su piedra angular, y la de que por culpa de una ley franquista de secretos oficiales siguen sin desclasificarse miles de documentos y grabaciones relacionadas con este hecho. Quizás, cuando esto ocurra, al menos ese es mi deseo, los españoles hayan conseguido alcanzar la suficiente madurez intelectual para sustituir el mito por la ciencia histórica.