Manuel Pérez Lourido
La manía de ponerse ropa
Llega un momento en la vida en el que resulta irresistible la tentación de sincerarse. Y como la más expeditiva manera de ganarle el pulso a una tentación es caer en ella, desactivándola, voy a confesar que me parece horroroso todo lo relacionado con la ropa. Tener que comprarse ropa, escuchar comentarios sobre ropa, lavarla cuando está sucia, escoger cada día qué ponerse, el propio hecho de tener que vestirla... Jerry Seinfeld tiene un monólogo sobre este asunto en el que viene a decir que a las civilizaciones más avanzadas, llegadas de otros planetas, se las suele representar con un vestido uniforme, casi siempre consistente en un mono de un color brillante y unas botas de media caña. Y aboga por la elección de un uniforme universal para los terrestres, elegido por votación. Cualquier idea que venga de mr. Seinfeld me parece digna de consideración, pero esta en particular se me antoja imprescindible.
Ciertamente, se iría al garete una industria, la textil, que emplea una gran cantidad de mano de obra por todo el mundo, pero ya se nos ocurriría algo. Le daríamos un hachazo, además, a la explotación de trabajadores en zonas subdesarrolladas pero, sobre todo, le daríamos un hachazo a la industria de la moda. Para paletos como servidor, la industria más boba que se puede uno echar a los ojos. Aquí me gustaría dedicar unas palabras que fuesen inapelables y mordaces a esa incorregible costumbre de algunos modistos/as de alta costura de vestir a sus modelos/as como auténticos mamarrachos. Pero me conformaré con dejar constancia de las carcajadas que me echo cuando los veo de tal guisa en reportajes de televisión o fotografías.
Muchas incomodidades del ser humano se ahorrarían con la idea del uniforme, ropa interior y calzado. Y vía. Uno juego de sustitución para los lavados y se termina la tontería de presumir y todo el burreo de que esto ya no se lleva hasta que unos deciden que se vuelve a llevar o que te tienes que poner esto o aquello porque no encuentras otra cosa en ninguna parte. Y la angustia que te entra al abrir el armario por la mañana y tener que pensar qué rayos te vas a poner. Al final cierras los ojos y coges cuatro cosas al azar y que sea lo que Dios quiera. Hasta que, con la mano en el picaporte de la puerta de tu casa, un grito te detiene en seco y una voz que no admite réplica te informa que de ninguna manera vas a salir a la calle hecho un cromo, como pareces pretender. Y te dejas hacer con una humildad hija de la ignorancia y del imperioso deseo de tener la fiesta en paz. Esto todo me lo estoy inventando, que me sobra imaginación... ¡Que tengan tod@s un venturoso 2021!