Manuel Pérez Lourido
Flato
Me gustaría tener flato. Es un deseo que llevo conmigo desde una edad muy temprana. La culpa la tuvo una de esas colecciones de novelas para adolescentes: algunos de los protagonistas solían tener flato, y me pareció la enfermedad más elegante del mundo. Me pasé unos años anhelando padecer ese mal, a pesar de no tenía ni la más remota idea de en qué consistía (o precisamente por eso). Pero nada, se me resistieron el flato y la apendicitis. Tuve sarampión y rubeola, faringitis, laringitis, alergia al polen y catarros sin cuento; sin embargo el flato siempre fue un sueño inalcanzado. Llegó un punto en que se trataba ya de una cuestión personal, una especie de afrenta con la que me estaba desafiando la vida. Cómo sería mi obsesión que llegué a consultar un diccionario para averiguar qué era aquello. Resultó que el origen de este malestar no está muy claro y semejante enigma contribuía a hacerlo todavía más atractivo. El universo se confabulaba en mi contra una vez más, algo que llevaba ocurriendo desde que tenía uso de razón.
De modo que tenemos una congestión abdominal que se produce al realizar ejercicio físico, normalmente al comenzar o al producirse un cambio de ritmo y especialmente si se habla mientras se está uno ejercitando. A raíz de esta información se me ocurrió que podía recitar la lista de los reyes godos mientras corría, claro que para eso tendría que aprendérmela. Deseché inmediatamente la idea y, de paso, cualquier otra tentativa de provocarme flato: si lo voy a sufrir, me dije, que venga de forma natural. No puede ser que haga trampas también con el flato. No quería decir esto. Yo no hago trampas. Lo normal, vamos.
Lo cierto es que seguí leyendo sobre el flato durante algún tiempo más. Igual que había pasado años obsesionado con algo que no sabía exactamente qué era, ahora me interesaba conocerlo a fondo. Hasta que llegué al peritoneo. Resulta que una de las posibles explicaciones del dolor de flato es el roce del estómago con el peritoneo. Cuando leí esta palabra me di cuenta de que estaba yendo demasiado lejos. Cuando me informé de que el peritoneo es una membrana muy sensible que rodea al estómago y las vísceras, tuve la súbita intuición de que me estaba convirtiendo en un friqui. Y hasta ahí podíamos llegar.
Entonces caí en la cuenta de algo de lo que me había olvidado por haberse quedado muy atrás en el tiempo. Recordé aquellos dolores que tenía corriendo o entrenando, aquellas punzadas en el estómago que eran tan comunes y a las que llamábamos "tener un punto".
Resulta que habíamos tenido flato durante todos aquellos años de juventud y no nos habíamos dado cuenta. Lo que es la ignorancia.