JM Arceu
No lo entiendes
La nariz roja como el arrebol celeste en un día sentenciado. Las personas y la inercia caminando sobre lazos invisibles de una rutina asentada por obligación. El dinero al frente, como la cola que escapa del mismo perro y su ansia de obtenerla como un juguete. No lo entiendes. La vida no es una opción, y cuando reflexionas sobre ello, estás frente al espejo preguntándote quién eres. O quién dejas de ser. Pero el frío cala hondo y escarpia una tez latente que te devuelve a la realidad material.
Despierto.
Huele a césped húmedo y recién cortado. Se agradece. La mascarilla, criticada e infravalorada, abriga y cobija los surcos de pieles secas y descarnadas que ya no conciben las carantoñas. En un mundo improvisado de contacto visual y caras anónimas, el deceso de los besos y las manos, sagradas ahora, se imponen con indiferencia. Mientras tanto, el invierno quema. Pero a nadie parece importarle. Todos están demasiado ocupados intentando llegar a tiempo a sus puestos de trabajo y… espera un momento. Es tarde. Apresura el paso. Deja de obsesionarte. La reflexión me fulmina, aun cuando el café no ha surtido efecto y el frío adormece mis extremidades.
Continúo.
Palpo tierra mullida con mis pies descalzos de ambición y la mala decisión de unos calcetines finos. Soy tan blando como infértil lo que piso, tan inocente y desdichado en el porvenir y sus irónicos antojos. No concibo un cielo tan gris como el hueco histórico del eslabón perdido. Cuál es la misión. Cuál la causa y el origen.
Me asombro.
Los álamos se erigen elegantes y vacíos ante mi insistencia. Cuánta diferencia entre esos troncos y mi torso, entre sus jugos y mi sangre fría palpitando inercia en una sola dirección. El mismo polvo de estrellas, quizás el mismo destino. Quién sabe. Me pregunto mientras el semáforo está en rojo. Me priva de libertad y albedrío, como las líneas de las baldosas que evito. Miro al horizonte, la niebla entumece una realidad que ya no respiro. Me asfixio, pero no me ahogo. Es anhelo. Y el destello verde me permite poner un paso al frente. Ahora espera el coche, y el de atrás se impacienta. La gente no tarda en perder el control; autómatas de respuestas vacuas y cansinas. Previsible a la vez que aburrido. Lo realmente importante está al alcance de la mente, no de la percepción. No lo entiendes. Por más que te esfuerces, tu existencia no tiene más sentido que una tirada de dados en un maldito juego de azar.
Tan absurdo.
Por eso me calmo. Miro el reloj y suspiro. El tiempo justo y necesario para recorrer miles de años de historia e inquietudes, sin más expresión que la apatía de un cielo nuboso y la desgana que me abriga en el camino a un día más de trabajo.