Valentín Tomé
Res publica: El contenedor y sus usos
Según la RAE la palabra contenedor tendría dos acepciones:
1. Embalaje metálico grande y recuperable, de tipos y dimensiones normalizados internacionalmente y con dispositivos para facilitar su manejo.
2. Recipiente amplio para depositar residuos diversos.
Dentro de la primera definición, estarían todos aquellos recipientes que son usados para el transporte de mercancías, los cuales son fundamentales para el funcionamiento de nuestro sistema económico actual. Así, en palabras del Premio Nobel de Economía Paul Krugman: "La capacidad de transportar cosas a largas distancias por poco dinero está ahí desde el barco de vapor y el ferrocarril. El cuello de botella era meter y sacar la carga, y gran parte del coste, junto con las pérdidas a lo largo del camino. Así que el primer gran cambio fue el contenedor. Cuando pensamos en la tecnología que ha cambiado el mundo pensamos en algo glamuroso como Internet (…) pero hay grandes posibilidades de que sea el contenedor". Este elemento apilable fue ideado por el empresario estadounidense Malcom McLean para que las cajas de sus camiones pudieran transportarse directamente por el mar en vez de sobre ruedas y así evitar atascos. Se usó por primera vez en 1956.
Dentro de estos contenedores viajan prácticamente todos los bienes que utilizamos y consumimos. Estos a su vez son transportados en grandes buques mercantes, como por ejemplo el Madrid Maersk, de la gigante naviera danesa. En cada viaje entre Asia y Europa, transporta 20.568 contenedores en sus 399 metros de largo por 58 de ancho, un tamaño que le permite albergar cuatro campos de fútbol. A su vez, en cada uno de los contenedores entran 200 colchones de tamaño grande, 48.000 plátanos, 50-60 frigoríficos o 400 televisores, según señala su propia publicidad.
Como decíamos anteriormente, en el interior de estos contenedores viajan por todo el globo todo tipo de bienes de consumo o incluso partes del mismo para ser ensambladas posteriormente procedentes de los lugares más recónditos del planeta. Así, por ejemplo, nos podemos encontrar cualquier tipo de prenda de vestir, fabricada, por ejemplo, por alguna de los 40 millones de personas que según el informe “Global Slavery Index 2019” sufren esclavitud, de las cuales el 71% son mujeres. Esa prenda podía haber sido facturada, por ejemplo, en un taller similar al Rana Plaza de Bangladesh, donde más de 1.100 personas murieron y 2.500 resultaron heridas por el derrumbe del edificio que lo albergaba, y en el que se fabricaban prendas para Primark, El Corte Inglés, Zara, Benetton… en pésimas condiciones de seguridad. O ¿quién sabe?, a lo mejor procede de algún taller procedente de alguna red de las múltiples subcontratas de las grandes marcas situado en un sótano de Tánger, con trabajadoras hacinadas, vigiladas y con una producción continua, tres turnos diarios, toda la semana, en condiciones análogas en el que hace unos días murieron 28 obreros, 19 de ellos mujeres, electrocutados a causa de las lluvias.
El interior de un contenedor de Maersk podría guardar, por ejemplo, cualquiera de los cachivaches o bagatelas que podemos encontrar en una tienda de los chinos de nuestra ciudad producido en Shangai por alguna dagongmei (chica trabajadora) por un sueldo de 90 euros al mes, del cual se les descuenta la comida y los gastos de alojamiento, siempre que sea menor de 25 años, aunque esta regla se olvida si la mujer en cuestión tiene hijos pequeños dispuestos a trabajar gratis; todo ello si antes no ha decidido dejado la factoría para prostituirse, ya que según muchas afirman "es mejor que trabajar en la fábrica".
Por supuesto, también podríamos encontrarnos con materias primas que posteriormente serán transformadas en algún bien de consumo. Como, por ejemplo, toneladas de cacao que después serán utilizadas, por ejemplo, por Nestlé para fabricar chocolate. Cacao que podría haber sido extraído, por ejemplo, por alguno de los cientos de miles de niños que, según Oxfam, son comprados a sus padres por una miseria, e incluso robados, con el propósito de trasladarles a las plantaciones de Costa de Marfil y esclavizarles. Suelen tratarse de niños de entre 11 y 16 años, que son obligados a trabajar entre 80 y 100 horas a la semana. Ni se les paga, ni reciben una educación, apenas se alimentan y son golpeados si tratan de escapar.
A su vez, no debemos olvidar el impacto ambiental que supone este transporte de contenedores por todo el planeta, mucho menos conocido que el de fábricas y coches. Las diferentes partes, por ejemplo, de una chaqueta pueden navegar 40.000 kilómetros, tres veces el diámetro de La Tierra, para venderse más barata que si hubiera sido fabricada íntegramente en Galicia. El bacalao escocés viaja miles de kilómetros hasta China para que lo hagan filetes y luego lo mandan de vuelta a Escocia, y esto es más barato que pagar a escoceses para que lo corten allí. Bajo esta dinámica circulatoria, según Greenpeace, estos grandes barcos producen en torno al 4% de los gases de efecto invernadero. La mayoría de barcos funciona con fuelóleo, que es incluso más contaminante que el diésel, y más barato, a lo que se añade los impactos provocados por los vertidos, tanto cuando hay accidentes como en las operaciones de repostaje en el mar.
Dentro de la segunda acepción, podemos usar un contenedor para depositar residuos orgánicos como, por ejemplo, comida, como así ocurre con 1300 millones de toneladas de alimentos producidos para el consumo humano, lo que supone un tercio del total. Todo ello bajo un contexto en el que, según el Informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y Nutrición en el Mundo, en 2020, cerca de 690 millones de personas pasan hambre, o sea, el 8,9 % de la población mundial, un aumento de 10 millones de personas en un año y de casi 60 millones en cinco años. Según el mismo informe, mueren cerca de 2.800.000 niños al año por causas que tienen que ver con la desnutrición. Si bien en nuestro país se han visto imágenes de ciudadanos empobrecidos rebuscando comida en estos contenedores, gracias a la labor realizada por diferentes organizaciones sociales estas escenas son menos frecuentes de lo que señalarían las estadísticas sobre pobreza en España. Así, por ejemplo, los 54 Bancos de Alimentos recogieron el año pasado 21 millones de kilos de alimentos para atender a 1.800.000 personas en todo el país, a través de más de 8000 entidades solidarias que distribuyen lo que estos bancos les suministran. Según apuntan estas organizaciones este año se espera que el número de personas demandantes aumente en un 40%.
También dentro de la segunda acepción, podemos usar estos contenedores para deshacernos de todos esos productos que han sido víctimas de la llamada obsolescencia programada, ese proceso por el que tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño del mismo, se torna obsoleto, no funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos. Su objetivo es el de generar más ingresos debido a compras más frecuentes para generar relaciones de adicción que redundan en beneficios económicos continuos por periodos de tiempo más largos para las empresas. Esta obsolescencia afecta a todo tipo de productos: componentes eléctricos y electrónicos, electrodomésticos, software, medicamentos… Todas estas mercancías obsoletas son posteriormente enviadas en otros contenedores desde el Norte hacia el Sur. Como, por ejemplo, a Agbogbloshie, un barrio de la ciudad de Accra en Ghana, el cual se ha convertido en el mayor vertedero para chatarra electrónica procedente de Europa y Norteamérica del mundo. Estos residuos son tratados por niños, sin ningún tipo de protección, para extraer con sus manos sobre todo aluminio y cobre. Los materiales se tratan en fogatas al aire libre, liberando polvo y humos contaminantes derivados de la quema (sobre todo de la combustión de PVC), así como plomo tóxico, cadmio, sustancias químicas como los ftalatos DEHP y DBP (que interfieren en la reproducción) o dioxinas cloradas que están relacionadas con el cáncer. Muchos trabajadores, niños incluidos, terminan enfermando.
Estos son tan solo algunos de los usos que nuestro sistema económico mundial dispensa a ese objeto tan cotidiano como es el contenedor. Pero no sólo se encuentran al servicio de la economía. En ocasiones, son usados por ciudadanos anónimos para ser quemados en el curso de alguna protesta por alguna causa que ellos consideran justa. Sólo en estas circunstancias, toda persona de bien debe condenar estas acciones y señalarlas como actos violentos y execrables.