Manuel Pérez Lourido
El chip y la covid
Un matemático asturiano pone fecha al final de la pandemia. No es el titular más atractivo del mundo. No puede competir con algo como: un hombre ebrio tirado en un banco de la Verdura pone fecha al final de la pandemia. O: niño de preescolar con gafitas y un dedo en la nariz pone fecha al final de la pandemia.
Nada que objetar a los matemáticos, sean asturianos o portorriqueños, pero asuntos como el final de la opa que el covid-19 le ha hecho a la humanidad quedan más allá de todas la herramientas predictivas que las matemáticas ofrezcan para intentar calcular lo incalculable: el comportamiento de un virus del que nadie sabe con total seguridad cómo se comporta. Igual el próximo fin de semana, después de enésimo gol de Messi en su última temporada con el equipo de los ex-presidentes investigados por la Fiscalía, se desencadena una cepa en Madagascar de Abajo que empieza a arrasar con todo y nos deja con los rulos a medio colocar en la melena.
Lo fascinante de este virus es precisamente el desconocimiento con que la medicina ha tenido que afrontarlo, su tremenda capacidad para viajar por todo el mundo y la imprevisibilidad de sus próximos movimientos. Por no hablar de su habilidad para desatar la histeria en sectores de la población que disfrazan las vacunas desarrolladas para frenarlo de chips con 5G, atribuyendo a Bill Gates y otros seres malignos su procedencia.
Lo cierto es que hemos descendido a la categoría de reses que son inoculadas de una suerte de antídoto contra el virus y acudimos a los centros sanitarios con el corazón en vilo, ya que inocularte cierta material de algo que anda por ahí matando gente no es precisamente un paseo por el parque.
Y con todo, la mayor humillación, el hecho de tener que mostrarnos en público con un trapo en la cara, es algo que hemos asumido con paciencia y sorprendente capacidad de adaptación. Las mascarillas comenzaron siendo un complemento objeto de rechazo, barra odio, para convertirse en un artículo trendy y un adorno más que puede realzar nuestra molona personalidad si te las compras en la tienda adecuada y llevan la ilustración o el lema adecuados o un color a juego con el resto del atuendo.
Hay cierto debate, más producto del aburrimiento que de la necesidad, entre quienes opinan que este reto nos va a transformar como sociedad y quienes consideran que todo seguirá igual al día siguiente del marcado por el matemático asturiano. Hace unos días, en la plaza de la Verdura, las fuerzas del orden se vieron obligadas a mostrar dichas fuerzas para restablecer el orden. Así dicho parece un trabalenguas, pero describe lo ocurrido: un botellón por aquí, unas distancias de seguridad fulminadas por allá, una aglomeración con escaso predicamento de las mascarillas… y todo porque se habían levantado ligeramente las restricciones. No se nos dan bien las desescaladas.
Está claro que este incidente y las personas que lo protagonizaron no tienen por qué ser necesariamente representativos de la mayoría social, pero hay que recordar que no eran marcianos, dementes o siquiera negacionistas y que cada día oímos que aquí y allá surgen la rebeldía y la guasa. Dios quiera que, el día después de regresar a la nueva normalidad (tampoco es un trabalenguas), no descubramos que además de rebeldes y guasones proliferan entre nosotros los desmemoriados.