Manuel Pérez Lourido
Borbones
Resulta chocante que el principal argumento contra la monarquía en España se llame Juan Carlos I, pero así viene siendo desde hace unos años, con una cadena de actuaciones vergonzantes que parece inagotable. La infanta Cristina y su convicto marido padecieron el caso Noos y ahora a Cristina se le ha unido Elena porque al parecer les corría mucha prisa vacunarse contra la Covid y no quisieron aguardar a que se las llamase, como todo hijo de vecino. El concepto de ejemplaridad es incompatible con el apellido "Borbón", pero ya históricamente. Parece que todo tienen que ser derechos (a no ser investigados y condenados, o sí lo primero, pero nunca lo segundo; a jugosos emolumentos que abona el contribuyente; a la protección, sotto voce, de distintos poderes del Estado…) pero los deberes no van con ellos.
El tandem democracia/monarquía está desequilibrado en origen porque existen pocas instituciones (si es que existe alguna) menos democráticas que la monarquía. Hasta un dictador puede surgir sin necesidad de exhibir linaje familiar. Las monarquías en los estados democráticos son como un carísimo coche antiguo del que se presume pero que no realiza ninguna función concreta, salvo la atracción turística, si acaso. Todos los argumentos posibles en defensa de una institución que la historia de la humanidad ha ido dejando en la cuneta se estrellan contra el principio de la igualdad entre los seres humanos, que se recoge en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), en la Carta de las Naciones Unidas (1945) o en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966). Son pues, las monarquías, una anomalía social.
En nuestro país la sostienen los dos principales partidos, PSOE y PP, perfectamente de acuerdo en hurtar a la ciudadanía la posibilidad de decidir con un referendum. Una de las excusas, la más reciente, la constituyen las aspiraciones independentistas de algunos partidos catalanes, que han cobrado brío con el giro en esa dirección de la derecha representada por la antigua CiU. Se argumenta que la Corona es garante de la unidad de España (cuando ella misma no es capaz ni de mantener a su propia familia cohesionada). No se verbaliza mucho de un modo asertivo, pero se agita subrecticiamente el temor a que España se rompa, y esa velada amenaza halla eco entre la población más timorata. Tenemos entonces una novedosa función de esta devaluada institución, la de hacer de Pegamento y Medio (discúlpese la propaganda). En todo caso, se entiende que antes del procés esta excusa tenía un tamaño raquítico. Pasado mañana, habrá otro pretexto. Ya Shakespeare hacía ver que las excusas contienen la aceptación de una verdad acusatoria.
Servidor estaría, no encantado, pero sí razonablemente resignado si tuviésemos la oportunidad de opinar los ciudadanos y no nos llevasen el asunto de la monarquía esas dos empresas de tan dudosa transparencia y probidad como son el Partido Socialista O. Español y el Partido Popular. Pero de momento toca seguir aguantándose.