Paco Valero
Estupideces
La estupidez humana es asunto serio, aunque pocos se han ocupado de ella. Entre los literatos, destaca Gustave Flaubert, que creó los personajes de Bouvard y Pécuchet para dar forma a la idiotez moderna. Antes había escrito un recopilatorio de las ideas recibidas, o de los lugares comunes, que son a los idiotas lo que el salvavidas a un náufrago, algo a lo que agarrarse sin esfuerzo: quejarse de la decadencia presente, decir que se han perdido las ilusiones o que la cara es el espejo del alma, lamentarse del egoísmo de los demás (nunca del propio, evidentemente), felicitar "sinceramente"
Dostoievski creó un especimen de idiota diferente: el príncipe Myshkin, un personaje inteligente cuyo comportamiento inocentón deja en evidencia a los demás. Un Cristo entre la aristocracia de San Petersburgo. O mejor, algo así como un cruce de Martínez Soria y Gracita Morales en La ciudad no es para mí. Pero el escritor ruso carecía de sentido del humor (¿cómo tenerlo cuando te has librado del pelotón de fusilamiento en el último momento, como le ocurrió a él?) y en el grueso y magistral relato que es El idiota viene a decir que la estupidez es una forma de santidad, la única posible en un mundo que ha perdido las evidencias del pasado. La película española no se metía en tales honduras, aunque alguna frase de Gracita Morales iba por ahí: "Tanto Luchi, tanto Luchi y se llama Luciana" Algo de ese príncipe hay también en el Ignatius J. Reilly de la Conjura de los necios, la obra de John Kennedy Toole, otro ser anacrónico incapaz de acomodarse a la vida.
La idiotez, en los dos casos, es una forma de inadaptación. Sin embargo, como bien supo ver Flaubert, la estupidez es ante todo una forma confortable de ir por el mundo. Como ese obispo francés del siglo XIX que dijo: "No sólo Jesucristo era hijo de Dios, sino que era de excelente familia por parte de madre". Esta frase la saco de la conversación que mantienen Umberto Eco y Jean Claude Carrière en Nadie acabará con los libros (Lumen 2010), donde se habla también del pensador inglés Houston Stewart Chamberlain, que se hizo alemán para ser superior y dejar escrita esta perla: "Todo aquel que sostenga que Jesucristo es judío o es ignorante o es deshonesto". Podría poner algunos ejemplos más, pero retrasaría de lo que quiero hablar: de Fátima Báñez, la ministra de Empleo, un ser inclasificable que reúne características de Ignatius J. Reilly y Gracita Morales (le pido perdón si esto la incomoda), y pizquitos del príncipe Myshkin, porque parece aspirar a alguna forma de santidad. En todo caso, su mundo no es este, aunque tampoco podría precisar cuál es: ¿el de Amar en tiempos revueltos? Quién sabe
Lo importante es que llegó a ministra. Y empezó con una reforma laboral que no pretendía crear empleo, aunque todos creíamos que de eso se trataba. Siguió encomendando la solución de la crisis a la Virgen. Y ahora propone reducir los modelos de contrato laboral de 41 a 5, pero ¡ojo!, solo el número de formularios a rellenar, lo demás sigue igual, y para eso ha contado con el asesoramiento de un comité de sabios, ha dado una conferencia de prensa y ha salido en los telediarios anunciando la buena nueva que no cambia nada sustancial. Millones de trabajadores seguirán firmando contratos de minutos, meses, días y, los afortunados, de algún que otro mes. ¿Es o no inclasificable Fátima? Ni echando mano de Las leyes fundamentales de la estupidez humana (Crítica, 2013) del historiador italiano Carlo M. Cipolla saco agua clara. En el libro dice que los estúpidos son el grupo humano más dañino que existe, porque perjudican a los demás y a ellos mismos. Es evidente que Fátima no entra en este grupo. Porque ella, muy perjudicada no parece
6.09.2013