Milagros Domínguez García
Alcohol y conducción, nefasta combinación
Hace ya algunos años, bastantes por cierto, que por circunstancias propias de la edad usaba con cierta regularidad la frase "fue sin querer", a veces aderezada con un toque lastimero, "no lo hice queriendo", añadiendo a la representación una mirada de cordero degollado.
Craso error el mio, ya que quien me conoce, sabe que de cordero poco, y mi padre, hombre sabio donde los hubiere y, conociendo a quien tenía delante, respondía en primera instancia con un lapidaria frase "na miña terra, sin querer, un home matou a outro", y así, de esa forma sencilla, me enseñó que había que pensar antes de actuar y que si lo hacía mal, no cabía hacerme la despistada.
Aprendí que en todos los ámbitos de la vida nuestros actos tienen unas consecuencias, que si no inmediatas, nos acarrearán en cualquier caso una serie de beneficios o problemas que hemos de asumir con la misma valentía con el que dimos pie en origen. Si yo tiro una piedra al aire y me quedo mirando su trayectoria descendente, que la habrá, es muy probable que se estampe en mi cara, y hasta ahí, no tendría más que quejarme de lo que duele una nariz rota, pero si esa piedra le cae a otro, tendré que hacerme cargo de las fracturas que le cause y es probable que además, tenga que asumir también el dolor de mi propio tabique nasal fracturado, y no precisamente por la piedra.
Reflexioné sobre todo esto cuando días atrás leía en distintos medios digitales el caso de una conductora que cuatriplicando la tasa de alcohol en sangre llamaba al 112 solicitando que la ayudasen a llegar a su trabajo, ya que ella, no se sentía capaz de seguir conduciendo, y sí, estaba conduciendo.
De una forma irresponsable condujo su coche y pudo haber acabado con su vida y la de otros, hasta que en un momento de lucidez tomó conciencia de lo que hacía y en la misma acción se comportó de forma responsable solicitando ayuda.
Hasta que se produjo esa llamada pudo haber destrozado la existencia de otras personas, y no hay disculpa alguna, lo único cierto es que el alcohol es la bala del arma que un conductor lleva en sus manos, y mata, vaya si mata.
No hay excusa posible para su comportamiento, y es incomprensible e inaceptable que en una sociedad como la nuestra el consumo de alcohol esté asumido y aceptado con normalidad y que aún se escuchen voces diciendo que eso le puede pasar a cualquiera, cuando lo cierto es, que lo que nos puede pasar a cualquiera es toparnos con alguien así y acabar debajo de su coche. De nada servirían entonces las lágrimas ni las lamentaciones, de nada vale que haya sido sin querer, el caso es que fue, y de ser, será cruento y duro, tanto que de un plumazo se acaba con la vida de alguien que tuvo la mala fortuna de encontrase con esa conductora.
Esa piedra al aire cae de forma estrepitosa y puede causar el peor de los daños, el que no tiene remedio y que pesará sobre la conciencia eternamente.
Nos quejamos de los controles de tráfico de la Guardia Civil sistemáticamente, como si fuesen unos desalmados que nos persiguen, y no apreciamos que muchos conductores son apartados de la carretera gracias a ellos y posiblemente esa acción impide que la piedra nos aplaste. Y no, no nos cazan, no salen con el propósito de causarnos daño, salen porque lamentablemente todavía necesitamos un padre que nos corrija constantemente, que nos explique lo que está bien y lo que está mal.
Pretendemos justificar lo injustificable y nos defendemos atacando su labor, quejándonos de que pueda existir un afán recaudatorio, y que si las vías están en estas u otras condiciones, cuando lo cierto es que solo se multa una conducción negligente e irresponsable.
Ninguno de nosotros estamos libre de pecado, ninguno lo hacemos siempre perfecto, pero es nuestro pecado, nuestra responsabilidad, y son nuestras las consecuencias que resulten de lo que hacemos cuando conducimos, y si lo hacemos bajo los efectos del alcohol lo mejor que nos puede pasar es que nos paren y no nos dejen continuar, lo mejor es una sanción a la pérdida de una vida, lo mejor es enfrentarse a un alcoholímetro que al momento donde compruebas que ya no hay remedio ni forma de restaurar un daño, lo mejor es no beber y disfrutar de la conducción sintiendo la satisfacción de que todo va bien, que llegaremos y dejaremos llegar.