Valentín Tomé
Res publica: Los crímenes de la banca
"¿Qué es el robo de un banco en comparación con fundar uno?", Bertolt Brecht.
"Si va a realizar ese tipo de operación es mejor que la haga a través del cajero automático”. Todos veníamos escuchando desde hacía algún tiempo ese tipo de sugerencias por parte del personal de caja de nuestra oficina bancaria. Lo que al principio sonaba como invitación, terminó convirtiéndose, con el paso del tiempo, en una obligación. Cada vez resultaba más difícil realizar una transferencia o un ingreso en mostrador; se reducían los horarios de atención al público, o directamente se cobraba al cliente un recargo por hacerlo echando mano del "lado humano”. Al mismo tiempo, se nos invitaba a hacer uso de la banca digital, era más rápida, eficiente y segura, se nos decía.
Hace escasos días se anunció una nueva ola de despidos masivos y cierre de sucursales en el sector bancario, los cuales vienen a sumarse a un largo proceso que tiene su inicio en la crisis económica. Desde 2008 el sector ha perdido 100.000 empleos. En su punto álgido, empleaba a más de 270.000 personas, hoy apenas llegan a 170.000, y se espera que próximamente no superen los 150.000. En cuanto al número de sucursales bancarias, España tenía algo más de 46.000 antes de la crisis; hoy el Banco de España no contabiliza más de 23.000. Menos de la mitad.
Es una tendencia natural en los procesos de acumulación del capital reducir lo que asépticamente se conoce como costes laborales. Es decir, bajar los salarios o directamente proceder al despido de trabajadores. Es algo que ha ocurrido a lo largo de la historia del capitalismo en multitud de sectores económicos. Y sin duda una de las mejores formas de lograrlo es a través de la tecnología aplicada a los procesos de producción. Cualquier innovación en ese campo es saludada por los capitalistas siempre que consiga reducir los tiempos de producción y sus costes asociados (en términos marxistas se trata de ir sustituyendo el capital variable, el salario de los trabajadores, por capital constante, el coste de la maquinaria).
Es por ello que, desde los primeros tiempos del capitalismo, se produjo una fuerte oposición por parte de la clase trabajadora a las innovaciones tecnológicas en el campo de la producción. Así surgieron movimientos como el de los luditas encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX, que protestaron contra los telares industriales y introducidos durante la Revolución Industrial pues amenazaban con reemplazar a los artesanos con trabajadoras menos cualificadas y que cobraban salarios más bajos, dejándolos sin trabajo. Marx, sin embargo, alejándose de las posturas luditas en un famoso pasaje de su obra apostilló: "Una máquina de coser es un invento maravilloso, solo bajo condiciones capitalistas de producción se convierte en un instrumento para la explotación”. Por lo tanto, según el sabio de Tréveris, no se trataría de que los trabajadores se opusiesen a la tecnología sino más bien que luchasen por socializar la producción, de organizarla de manera racional en beneficio de la sociedad en su conjunto, y poder alcanzar así el reino de la libertad, que a su juicio, pasaba por la reducción de la jornada laboral para así "liberar” al ser humano del reino de la necesidad y poder dedicarse a todo aquello que realmente le satisfaga. Evidentemente, Marx sabía que eso jamás podría darse bajo el capitalismo, y el tiempo nuevamente no ha hecho otra cosa más que darle la razón: hoy a pesar de los increíbles avances tecnológicos, inimaginables hace dos siglos, los trabajadores siguen teniendo jornadas laborales maratonianas con el condicionante además de la coexistencia de un gran número de personas desempleadas (el ejército industrial de reserva en terminología marxista).
Ahora bien, lo que sí dejaría realmente sorprendido a Marx de vivir entre nosotros es que esa "máquina de coser” de la banca, es decir, el cajero automático o la banca digital, saliese de la "fábrica” para ser usada directamente por el cliente. Se trata sin duda de un fenómeno (pos)moderno que se da en multitud de ámbitos de nuestra vida cotidiana y que podríamos definir como la "proletarización del consumidor”. Es este el que ahora se explota a sí mismo ayudando al capitalista a reducir sus costes laborales, y lo más paradójico es que a pesar de ello las comisiones bancarias no hacen otra cosa más que aumentar. El cliente no solo trabaja para el banco, sino que además este le cobra por ello.
Pero esta autoexplotación del cliente a través de las innovaciones tecnológicas no es ni mucho menos el único factor decisivo para entender todos los cambios estructurales que han tenido lugar en los últimos años en torno al sector bancario, y que preconfiguran un nuevo paradigma en nuestro sistema socioeconómico.
Tras la crisis financiera de 2008, las cajas de ahorros fueron desapareciendo poco a poco, tras más de 180 años operando en España. En 2005 había más de 300 cajas de ahorros registradas en España, a día de hoy solo quedan dos. Una situación que contrasta con el peso que las cajas de ahorros mantienen en otros países de nuestro entorno, como Alemania (donde subsisten unos 390 Sparkassen operativos) o Francia (donde aún existen 17 Caisses d’Epargne a nivel regional y 228 Sociétés Locales d'Epargne a nivel municipal). Hay que recordar que desde sus históricos orígenes, las cajas de ahorros eran instituciones sin ánimo de lucro y con fines sociales. Además, tenían carácter territorial, lo que las hacía más atractivas para la ciudadanía, por su contribución en el territorio donde vivían. Paséese el lector de manera atenta por cualquier pueblo de nuestro país y observe la cantidad de instituciones u obras públicas que fueron levantadas gracias a la labor social de esas cajas: residencias, ludotecas, parques municipales, programas culturales… (aún quedan en pie vallas publicitarias que así lo atestiguan). De todo ello ya no hay rastro alguno. Si esto es grave para la economía del común, también lo es para el consumidor. Estas entidades representaban la banca de proximidad, conocían las necesidades de su clientela y se adaptaban a ella, desempeñando una función de apoyo a las personas emprendedoras, ahorradoras, autónomas, las pequeñas empresas, cooperativas…
Diferentes desarrollos legislativos empujaron a las cajas a su "bancarización” y paralelo a este proceso llegó el rescate bancario de la UE. Ante las dudas que siempre han surgido en torno a cuánto dinero público hay realmente comprometido en este rescate, el Tribunal de Cuentas en 2017, después de una larga auditoría, lo cifró en 251.563 millones de euros, una cantidad astronómica equivalente a la cuarta parte de lo que genera la economía española en un año. Es también un lugar común entre los apologetas del neoliberalismo afirmar que solo las cajas de ahorro fueran las rescatadas. Nada más lejos de la realidad. La burbuja inmobiliaria explotó para todo el mundo, no solo para las cajas. Estas no estaban en peor situación que los bancos, pero el Gobierno decidió liquidar las primeras y entregárselas mayoritariamente a los segundos, para lo cual utilizó ayudas públicas de todo tipo. Fue una decisión política, no técnica. Estas ayudas acabaron en el seno de los bancos, ergo los bancos fueron ayudados. Véase por ejemplo el reciente proceso de absorción de Bankia por Caixabank.
Hoy ya sabemos, gracias al último informe del Banco de España, que ya se dan por perdidos como mínimo nada más ni nada menos que 70.000 millones de dinero público, siendo el país europeo donde más coste para las arcas públicas en términos absolutos y relativos tendrá el rescate bancario. "No va a costar ni un euro a los ciudadanos”, aseguraba la exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáez de Santamaría, mientras el responsable económico de aquel ejecutivo, Luis de Guindos, mantenía que "no hubo rescate” sino "una línea financiera preferente de Europa” que iba a ser devuelta "sin coste alguno” para el contribuyente. A todo ello hay que sumar 35.000 millones de euros de deuda pública procedente del SAREB, el llamado banco malo que recibió los activos inmobiliarios tóxicos de las entidades financieras auxiliadas. La razón es que Eurostat, la oficina estadística comunitaria, ha obligado a España a incluir a la empresa dentro del sector público ya que a pesar de que nació con una mayoría de accionistas privados (el 54,1% de sus títulos está en manos de otras compañías, fundamentalmente bancos, y el 45,9% pertenece al Estado), las pérdidas multimillonarias que acumula la firma desde entonces han volatilizado sus recursos propios, es decir, el capital y la deuda que le aportaron dichos propietarios.
Mientras a nivel macro se desarrollaba todo este proceso de absorciones y concentraciones bancarias regado con dinero público, donde ya sólo en la actualidad seis entidades se reparten prácticamente todo el mercado, a nivel micro se iban produciendo otra serie de dramas sociales como los desahucios o la "desertificación” bancaria. Hacia finales de 2012, según la PAH, el número de desahucios llegó a los 171.110 desde el comienzo de la crisis en julio de 2008. El Consejo General del Poder Judicial confirmó en un informe que en España hubo casi 60.000 desahucios en el año 2018. Por otra parte, en 2017 (último año del que hay cifras oficiales) un total de 4.109 municipios (1.249.407 personas) no tenían oficina bancaria, según el Banco de España. Mucha gente, fundamentalmente personas mayores, de los pueblos de la España vaciada no tiene manera alguna de hacerse con dinero en efectivo en un entorno rural en el que además no se admite el pago con tarjeta en la mayoría de los locales.
Detengámonos aquí, podríamos seguir analizando nuestro sector bancario e intentando predecir la evolución del sector financiero y las implicaciones socioeconómicas estructurales que esto tendrá en un futuro próximo, sin duda, preocupantes. Pero como ha podido comprobar el lector no hay ni ha podido haber en la historia de nuestro país nunca una organización criminal que cause tanto dolor y sufrimiento entre la sociedad en general desde, además, la absoluta legalidad y la indiferencia de los principales medios. Quizás sigamos profundizando en el tema en futuras columnas, y de paso responder también a la pregunta fundamental para entender el funcionamiento de un banco: ¿cómo crea dinero un banco? Solo avanzar que la respuesta contradice la máxima de Parménides: ex nihilo nihil fit (nada surge de la nada).