Carlos Regojo Solla
En Macondo comprendí
Dicen que segundas partes nunca son buenas, pero, ocasionalmente, en la iteración memorística de acontecimientos y experiencias pretéritas, sientes que, de entre los grises condenados a ser sombras negras, extraes un poco de sincera claridad que da sabor a nuevo a lo que rememoras, sobre todo si "viajas" a tiempos de infancia, cuando, lejana aún la madurez, tu corazón es sincero.
Luego de un prolongado tiempo sabático de absoluta inactividad personal, arrinconados e ignorados móvil y P. C. , consumiendo cine y documentales baratos, recibo un correo de mi amigo (hermano adoptivo por acuerdo de ambos) Ricardo Araujo Rodríguez, con quien tantas trastadas y buenos momentos he pasado en un tiempo que a ambos se nos antoja lejanamente abisal o cercanamente inmediato, en virtud, si acaso, de esa apreciación contradictoria e indescifrable cuya paternidad tiene el Albert ese que nos dejó traumatizados con el aquel de la Relatividad, aunque yo presienta que el fenómeno dependa más que de una ley física, de la categoría del recuerdo. ¡ Cómo se pasa la vida! , pero ¡cuantas cosas he vivido!
Ya lo dice el proverbio árabe: " Nadie debe llamar a tu puerta, sino que debe esperar a que tú salgas). Pero él ha llamado porque ¿como saber si no has muerto y yaces espatarrado en la bañera si no das señales de vida? El caso es que le agradezco me haya sacdo del marasmo y del letargo.
Conoce mi amor por ese África en el que yo he vivido en tiempo de milicia, en el Tabor de Regulares de Alhucemas. Me comenta que ha encontrado un libro que habla de los problemas del Poniente del mundo árabe en el Magreb más inmediato geográfica, cultural y políticamente a España, allá, en la contemporaneidad del primer tercio del siglo X X, con la referencia de Abd el – Krim ( "Abecrem", como se hacia llamar un pequeño golfillo, "limpia", nativo de Farhana, que lustraba botas en Rusadir). Toda una entidad para mí por su sabiduría picaresca.
El libro, titulado "La Cruz del Monte Arruit" de Enrique Meneses Puertas, es una edición de una vieja publicación del año veintidós, dado casi por perdido. Libro que, como dije a Ricardo, tardaré un poco en devolver en función de mi estado anímico-lector, a pesar de conservar aún bastante de la capacidad de lectura rápida adquirida, con técnicas de trabajo, cuando era necesario leerse, en tiempo récord, docenas de exámenes escritos. De esto hace años, y todo se pierde.
Estoy seguro que mi amigo lo compró pensando en mí más que en él ,con el objeto de tener un pretexto para vernos, dado el tiempo transcurrido desde nuestro último contacto. De la contraportada, y de un par de capítulos leídos hasta el momento, extraigo un poco de su esencia que me resulta familiar. Entiéndase que mi experiencia al respecto se desarrolló en Melilla durante un tiempo, breve pero intenso, entre jaimas, chirimías, un fuerte fronterizo en la cabecera de un cementerio moruno llamado Sidi, el peñón de Alhucemas y alguna escapada a Nador, todo ello con un fuerte ambiente moro de olores diversos entre los que destacaba el del té con menta, el de muchas especias y algún otro más.
La verdad es que comprendo bien al protagonista cuando llegas a reconocer el efluvio acre de las tierras del Rif. Allí, pisando el dolor y la sangre de aquella España empecinada en el error, notas algo extraño y, aún hoy, en lo poco que tenemos, se percibe el horror del tiempo bélico, la amenaza oculta de las reivindicaciones marroquíes y el lamentable abandono en que dejamos al pueblo saharaui (un compañero de trabajo, testigo directo, me decía al respecto de aquella huida, años después, que se había quedado calvo en unos pocos meses tras nuestra retirada en el 75)
Se me escapa la hilazón de mi escrito y me pierdo cuando hablo de este tema, veamos: ¿Iba por…? ¡Ah,!, si, justificaba a mi amigo por como se puso en contacto conmigo a través del correo electrónico. Me gusta esta sencilla forma epistolar de comunicación porque es más pensada.
-¿ Dónde quedamos ? -pregunta.
- Donde nuestra infancia -respondo.
Lo he llevado al feudo de nuestros juegos de infancia, al patio público de nuestro "ludus", por entonces prácticamente un terreno personal en las épocas difíciles de posguerra, recién mediado siglo, cuando una bola de barro costaba unos valiosos cinco céntimos de peseta y a los trompos de boj casi ninguno de nosotros llegaba. Tiempos de expertos confeccionadores de los tirachinas más perfectos, hechos con tiras de neumáticos ( ¡ojo!, no me refiero a las bandas de rodadura de los vehículos, sino a la cámara interna de sus ruedas, que hoy eso ha cambiado mucho) difíciles de encontrar. Tiempos en que faltaba de todo menos niños bulliciosos y callejeros que interrumpían el juego por el esporádico paso de un coche o saludar, de vez en cuando alguna reata de mulas de gente de la Alcarria que pasaban por el Camino Viejo de Castilla vendiendo una miel excelente y unos botijos de barro pálido que tra ían colgados, entre pajas ,de los lomos de las bestias, mientras uno de sus amos cantaba una letanía extraña para nosotros:
- Miieeel delalcaaarrríaaa.
-Delalcaarriaaaa, mieeel.
Niños impetuosos que se peleaban y discutían con ruido en los chances del juego cuya normativa cada uno interpretaba a su beneficio, pero niños generosos que daban crédito a algún "espolicado" que lo hubiera perdido todo ese día.
Nos hemos reunido en la terraza de una cafetería curiosa por su ubicación. Comento a mi amigo que, justamente donde estamos sentados, hace casi setenta años jugábamos a las bolas, o al trompo, incluso en las maravillosas horas de la noche a la luz de la luna llena cuando las ranas y los grillos mantenían conversaciones escandalosas mientras nuestros mayores , a pocos pasos, tomaban el sereno en la pereza de irse a dormir y todos tratábamos de ver si en el cielo, entre las estrellas caminaba alguno de aquellos artefactos llamados "spuniks" recién enviados por los rusos.
Tomamos una cerveza y el tiempo se nos va de las manos. La camarera se acerca a una mesa próxima y recoge las sillas lo cual hace que apreciemos las mas de dos horas que llevamos charlando, interrumpiendo una conversación que no volveremos a tener en nuestro Macondo particular.