Carlos Regojo Solla
Extramuros
Frente a la puerta abierta de la capilla del convento; ocupando el atrio, las aceras y la calle de tierra, el equipo de rodaje cerraba la claqueta para la toma definitiva de la escena más importante del film en el cual, el actor principal ( Folco Lulli ), metido en el personaje de un pescador llamado Tadeo, designado según papel del traslado de una imagen de Cristo, escupe con saña y desprecio a esta en la película "El Hereje".
Aún hoy una escena como aquella provoca escalofríos y desasosiego, y hago la referencia temporal de ese ahora porque, el rodaje de "El Hereje", se llevó a cabo en el 57, bajo una férrea censura religiosa que en este caso, a ojos de un creyente, tendría su justificación por el impacto y connotaciones de fe; aunque, en aras de un llamado avance democrático de libre expresión, actualmente se admita como normal el mal gusto de ofender las ideas y los símbolos religiosos de cualquier creencia religiosa.
Cada tarde a las siete treinta, todos los días del año, proveniente del interior del recinto amurallado, se oía el tañido de la pequeña campana llamando, con un repiqueteo nervioso, a las monjitas para el rezo de Vísperas, según saco en conclusión de su horario estándar de trabajo. En su tañido se notaba que era una campana pequeña y, además, para mi oído, siempre era tocada, sin variación alguna, por la misma persona.
El caso es que su repiqueteo, en ausencia de edificios altos y de ruidos de coches, llegaba bastante lejos y significaba para la población de fuera, junto a vientos y lluvias, fríos o calores la referencia de aquella hora en el transcurrir de las estaciones en una época en la cual pocos llevaban reloj en el pulso. Tanto es así que, para conocer, más o menos, el momento de la tarde entre las siete y las ocho, hora de juegos y deberes escolares, era frecuente referirse a ella.
-¿Tocaron las monjas? - preguntábamos.
Y tocó durante años: los de la infancia, la adolescencia, la juventud, ...
El hermetismo de la clausura mantuvo siempre su intimidad y nunca nadie ajeno conoció nada de la vida de aquellas mujeres dedicadas a Dios a través de la meditación, rezo y trabajo en el huerto, ignorantes de un mundo materialista que crecía a su alrededor constriñendo su retiro hasta terminar ahogándolo y engulléndolo.
A pie de muro se extendía una pequeña loma en declive que acentuaba la sensación de monumentalidad y se extendía hasta la calle Santa Clara ocupado en la actualidad por un grupo de casas que afean la belleza del conjunto exterior de la clausura.
Mis recuerdos incluyen la zona porque, por vecindad, nuestra actividad escolar particular en una academia, los entrenamientos de fútbol y algunos amigos se situaban allí; a recordar, el jefe " Cholas (Carlos Saburido de la Torre) quizás un par de años mayor, como entrenador. Raimundo Muiños González (Mundo), su hermana Leonor que me prestó su libro de Física y Química y los padres de ambos regentando el bar " El Paralelo" . Mundo, inquieto "discípulo de Tesla", que hacía honor a su ascendencia brasileña cantando la vieja y étnica canción "Mulher Rendeira" al tiempo que colocaba el detector de germanio a la última de sus radio galena. Telesforo Lorenzo Roldán, (Foro junior ), hijo del mítico jugador de futbol, Foro obligado al abandono de una estupenda carrera por causa de una lesión. Los hermanos Justanes propietarios de un bar, y un poco más arriba Chocolates Botafumeiro que se consumían , decía el eslogan "de xaneiro a xaneiro" Un grupo de chavales pintarrajeando el muro del convento con las siglas FBI que pronunciábamos FeBI… Todos y alguno más gozando de aquel espacio inolvidable.
Remataba el muro dando paso a la fachada principal donde la portería, anexa a la capilla, era el único acceso abierto permanentemente por donde entrábamos en ocasiones y en penumbra subíamos una decena de escalones de piedra. Nos acercábamos al torno y tocábamos un timbre reclamando la presencia de una monja al otro lado.
- ¡Ave María Purísima! -sonaba una voz envuelta en un eco monacal misterioso.
- Sin pecado concebida – respondíamos.
- Madre, queríamos unos recortes - decíamos poniendo unas pocas monedas, reunidas entre todos, en la parte del torno abierta de nuestro lado.
Entonces la monjita, tras un amable saludo, hacía girar el artilugio que tantos secretos guardaba, se ausentaba un instante y volvía a girarlo de tal suerte que atendía nuestra petición con un pequeño paquete de papel que envolvía los crujientes recortes no consagrados de las obleas de las hostias que ellas mismas confeccionaban con pan ácimo y sin levadura, dispuestas para las misas de todas las iglesias de la ciudad. Al lado del envoltorio, siempre volvía el dinero. Muchas veces se interesaba por nuestra vida y nuestros proyectos de futuro, que sí teníamos y la entrevista se alargaba un poco en una comunicación misteriosa a través del torno.
¡Recuperar! Creo haber visto escrito eso en algún lado:
"La ciudad recupera el espacio del convento de las clarisas, tras el pago de…"
No estoy seguro, pero me da el pálpito que en el fondo, con todas las ventajas que ello pueda rendir a la ciudad, en el fondo de esa adquisición prima la sensación de haberle arrancado un corazón que latía con aquellas campanadas en clausura que volaban extramuros para servirnos de referencia. Si acaso, como el hereje estemos cerrando la claqueta en una última escena de irreverencia.