Manuel Pérez Lourido
Irrealidades
La realidad se ha vuelto crema de cacao: te la untas en el pan sin continencia (servida por tus mass media favoritos) y la engulles sin saborear. Luego te queda la cara llena de churretes, pero va todo el mundo igual, de modo que nadie lo va a notar siquiera.
Se consumen las noticias como si fuesen un producto elaborado a demanda precisamente porque lo son: dardos lanzados para acertar en la diana de nuestras apentencias y bajas pasiones. A estas se les llama así porque si fuesen altas pasiones, como en la serie Pasión de gavilanes, saldríamos todos volando por la ventana.
En realidad, la realidad casi ha quedado limitada al exclusivo fin de proporcionarnos diversión y entretenimiento. Por eso abundan las reseñas de asuntos disparatados en la prensa escrita y audiovisual y por eso nos informan de las desventuras de personas que han soltado en una isla con el único fin de informarnos de sus desventuras en esa lugar. La pesadilla que se muerde la cola. Hablamos de la vorágine de los programas de telerrealidad pero también de los que parasitan esos inventos. Las así llamadas "tertulias" destinadas a descuartizar a los participantes y a los familiares de los participantes (los que se presten a la carnicería). Se fomentan los duelos de salón incluso los disparos al pianista o a los pianistas, ya que con frecuencia los asalariados de las cadenas de televisión, pomposamente llamados "colaboradores", no dudan en dejarse arrastrar por el cieno. Por un puñado de dólares esos centauros del desierto neuronal hacen lo que sea. Los westerns dan mucho juego en todo tipo de contextos. Y la fórmula es tan exitosa que se ha exportado a ámbitos como el futbolístico, donde es sencillo encontrar botarates con la sesera como un erial. Vocear conceptos primitivos depositados en oraciones de dudosa ortodoxia gramatical es imprescindible. Hacerlo con las venas del cuello a punto de explotar, se recomienda. Amenazar con demandas judiciales o con la revelación con secretos secretísimos, insoslayable.
Una de las funciones esenciales de los transportadores de asuntos (léase medios) consiste precisamente en proporcionar a la ciudadanía temas sobre los que conversar. La fragilidad de nuestra posición queda en evidencia cuando son otros los que marcan la agenda de nuestras conversaciones (y deseos y preocupaciones).
Contra tamaña invasión y manipulación, nada como emprender o retomar la lectura de clásicos o volver a escuchar música. Literalmente: sentarse solamente a escuchar música, sin distraerse con otra cosa. Es igualmente recomendable cualquier actividad relacionada con los intereses personales de cada uno. Y esto vale para un amplísimo espectro que englobaría desde la ingesta de licor café hasta el estudio de las costumbres invernales de las pegas.
En resumen, se trataría de vivir nuestra propia realidad, en lugar de consumir la que nos preparan.