JM Arceu
Cuento ovejas en la demora taciturna
Mientras, todo intenta seguir el cauce de la inercia. Siguiendo las curvas que evitan la recta. No veo el horizonte, a tientas consigo palpar la brújula. Señala el norte. Me siento a oscuras. Aun a pesar de que el resplandor lunar penetra sagazmente a través de las cortinas. Aúlla la soledad desde la cima de algún rincón olvidado. Ensimismados, los lobos miran.
Un día especial de entre tantos. Una noche eterna embriagada de sinrazones. Una cama con cenizas acolchadas. Un desasosiego que remata en aturdimiento. Ya van cincuenta y ninguna es cordero.
La brisa agolpa en la ventana instintos de fiereza. El reloj como metrónomo de la orquesta sinfónica de nuestras vidas. Estilo clásico. Tictaquea pasos que retumban en mi interior como gritos rescatados de un naufragio. Un naufragio que creía letal, pero no hay mar sin costa, ni arena que carezca de salitre. Las lanas se agolpan como nubes desde la ventana de un avión.
A veces basta con el encrespado del vello para explicar una sensación desprovista de palabras tangibles.
Siento el frío bailoteando sobre mis orejas encarnadas. Siento un alma viva con afán de protagonismo. Las sombras tiemblan. El futuro es ciego. El saber sin ver, puede implicar existencia. No hablo de misticismo, ni de divinidad. Sino de una realidad impalpable. No tenemos la capacidad de percibirla con nuestros recursos materiales. Pero lo inimaginable es posible más allá de lo ínfimo y lo inmenso. Estructuro una cerca para que ninguna escape.
Y camina el tiempo, presión tumoral entre pecho y espalda, narro mi vida con palabras que pintan imágenes desvanecidas. Soy yo, la tercera persona que oigo al otro lado de la opacidad cuando declinan los párpados. Contando ovejas, fingiendo sueño. Cumpliendo utopías mientras veo en el suelo las huellas ovinas de las que ya se han ido y quizás no vuelvan,
ninguna otra noche.