Marisa Lozano Fuego
A todos nuestros jóvenes
A menudo observo el espejo. Es un cruel confidente, depositario de egos varios, gran ayuda para la limpieza dentífrica o para acomodar cuatro pelos más o menos oxigenados…no suele mentir, por muchos afeites que le pongamos a la espinilla o a la arruga. O quizá tiene una suerte de poseer una especie de lenguaje propio. Últimamente nos devuelve miradas cansadas, silenciosas y preocupadas por cuándo nos podremos ver enteros y si seremos los mismos.
¿Jóvenes?
Por supuesto, ahora y siempre, cuarentena, cincuentena, septua y octogenarios, todos tenemos un rasgo definitorio de nuestra juventud.Tal vez incluso las generaciones anteriores nos lo pusieran más fácil, menudo ritmo bailando en verbena, qué dulzura de cha cha cha, cuánto corazón inasequible al desaliento y cuántas manos con callos del trabajo, la huerta, el esfuerzo a pulso ganado. Sí, gracias a ellos, a ellas somos jóvenes los otros jóvenes del hoy, aunque nos saquen unas décadas. Aunque les llamemos nuestros mayores.
¿Que falta un refrán? Ahí lo ponen, con gracia y donosura, ¿Que un consejo? ahí va, y sobre y ante todo cuando nadie se lo ha pedido, pero a fe que funciona.
Entrañables historias que se contaban junto al fuego, uniones conservadas toda una vida, chimeneas y potajes varios. Luces de lareira.
Si, nuestros jóvenes nos enseñaron leyendas y cuentos, como el de la Virgen de la Lanzada y la Sirena de Sálvora, y es por eso que conocemos de forma un tanto más poética nuestra tierra, y también sus frutos, embates, y su historia.
Nuestros jóvenes saben guardarnos el potingue más delicioso y dárselo a sus nietos para que en vez de sopitas de ajo parezca ambrosía, saben consolar con un cuento una magulladura, saben poner esa sonrisa que está llena de estrellas y hacer que el pelo blanco parezca nevado.
Les queremos, les añoramos, son mejor que cualquier enciclopedia para recordar el pasado, porque su voz estuvo allí y su corazón también y nadie podría recordar mejor esas épocas.
Épocas de hambre o de lucha, de descubrimientos y trabajo, épocas donde la tecnología no existía y el agua corriente era una ilusión sacada del pozo. De cuando iban a colegio con pizarra y se escribía el alfabeto con cariño por cada uno de sus caracteres.
Nuestros jóvenes también nos recuerdan eso llamado valores humanos, eso que no tienen que explicarlos con una definición apolillada, sino que les hemos visto predicar. Cariño, honor, lealtad.
Gracias a nuestros jóvenes que cada día cumplen años nosotros estamos un poco más cerca de descumplirlos y el espejo nos devuelve la imagen de aquello que jamás envejece y que hemos heredado: unos ojos que nunca estarán tristes si recordamos que nuestro pasado forma parte de este futuro.